Reencuentro de Almas



El VIEJO BAÚL


Abrí el viejo baúl en el que guardo mis recuerdos, cuesta abrirlo, parece un poco atascado; veo que hay papeles que han perdido su brillo, algunos están enmohecidos, otros amarillentos e incluso los hay agrietados.

Por casualidad recogí una fotografía en la que se encontraban antiguos amigos que ya no volveré a ver. Reaparecían retazos de tiempos de alegría junto a ellos, otros que mejor no recordar, lo que me indicaba que viejas heridas aún no habían cicatrizado. Leí antiguas cartas escritas desde la inocencia y me preguntaba: ¿Así pensaba y sentía?

¡Cuánto nos moldea la vida!

Una piedra pequeña que ya ni recordaba y que sin embargo apretaba en mis manos en muchas ocasiones, ¡si ella quisiera hablar, cuánto diría de mis sentimientos encontrados! Unas notas de colegio, una imagen ante mí de filas de chicos esperando una botella de leche cantando “montañas nevadas, banderas al viento…”. Sí, era mi montaña pero nunca fue mi bandera, demasiado dolor en los corazones dejó como para ser admirada por mí. Una bola de cristal gastada por el contacto con la arena; una chapa con la imagen de Re, jugador del club de futbol Zaragoza, rechazado por los niños, tenía pocas letras y cuando nos jugábamos los cromos nos hacía perder. Un mechón de cabello… je, je, alguna niña lo echó en falta, aún se acordará de ese día, supongo que ya me habrá perdonado. El carmín, en forma de labios, impregnado en un pequeño pañuelo blanco, y un “te quiero” casi imperceptible en tinta de algún “bic”, que tantos dedos mancharon. Un billete del metro, recuerdo de mis primeras salidas en solitario a descubrir otros mundos. ¡Tantos recuerdos guardados! Algunos quedarán grabados a fuego en mi alma, otros, los menos, se quedarán en este baúl olvidado en un rincón de esta casa.

Miré por última vez el viejo baúl y lo cerré… A la mañana siguiente sonó la alarma del despertador. No quería llegar tarde a mi cita, un tren me esperaba con rumbo aún desconocido. ¿Con quién me encontraré en ese tren? Salí sin mirar atrás, tarareando: “Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, aprovecharlo o que pase de largo depende en parte de ti…”.

LA NOTA

Miré a mi alrededor, la estación estaba repleta de gente, era un día clave del año: Nochevieja. Muchos encuentros y despedidas, alegrías y tristezas. Ramo de rosas para una novia que desde el último permiso el militar no vio. Besos que nunca acaban al marido que el destino le hizo marinero, seis meses de ausencia son demasiado, a los que ninguno se acaba de acostumbrar. El grupo de estudiantes ansiosos de disfrutar de las pistas de esquí y de alguna noche loca en la discoteca. Un turista, un tanto despistado, fotografiando a los limpiadores del andén, confundiéndoles con dios sabe quién. Y en medio de toda esta multitud, me preguntaba: ¿qué demonios (dejémosles existir aunque sea sólo en estos momentos) hago yo aquí?

Sólo sabía que debía de tomar ese tren. El billete lo encontré en la mesita de noche con una nota en la que decía: Urgente, sin falta, toma el tren, no es necesario que lleves equipaje, allí te esperan. Firmado por “El Jefe”. Así que cuando “El Jefe” te dejaba una nota o cualquier otra señal inequívoca, uno sabía que no era el momento de hacer preguntas sino de pasar a la acción, las respuestas vendrían solas una vez que tomara el dichoso tren. Sin tiempo para largas despedidas, nunca bien aceptadas por todos, sin darme casi cuenta me encuentro ante la puerta del vagón nº 17, desde luego “El Jefe”, así le gustaba además que le llamara, tenía un magnífico sentido del humor… negro. No perdía detalle ni nada dejaba al azar, sabía lo que para mí significaba ese número, pero eso es otra historia.

Entré en el vagón deseando encontrarme a quien me esperaba según la nota. Sólo faltaban cinco minutos para que saliera el tren y quien suponía que subiría al tren no aparecía, por lo visto a alguien se le pegaron las sábanas. El silbato de la estación daba comienzo al cierre de las puertas automáticas. Este tren provenía del Este y no podía esperar ni un minuto más y los que ya venían en él deseaban más que yo que partiera. Las ruedas comenzaron a dar sus primeros giros con algún chasquido insufrible. Me asomé por la ventanilla intentando ver a alguien acercarse corriendo, pero nada, sólo pañuelos despidiendo a los que se van. Pasados cinco minutos la ciudad se perdía en un horizonte de asfalto y hormigón.

El traqueteo del tren me produjo sopor. Comencé a ver ovejitas: una, dos, tres… y entré en el mundo de los sueños. Me vi por encima del tren, contemplando la ciudad al fondo, y al otro extremo grandes montañas cubiertas de nieve eterna. De pronto me encontré en medio de ellas, acercándome rápidamente a lo que parecía ser un inmenso jardín, cerca edificios que parecían hechos de cristal. Una silueta de mujer. Parecía haberse fijado en mí. Me acerqué a ella, era luz y fuego a la vez, sonriendo me llamó por mi nombre. Al instante, sin saber cómo, nos encontramos en medio del espacio infinito. Había junto a nosotros más seres como ella, de ambos sexos y algunos que fundían a ambos. Me señaló una franja en el horizonte estelar. Me di cuenta que mis pies dejaban de pisar “algo” que sentía como metálico para encontrarme suspendido en un oscuro cielo franqueado por millones de lejanas estrellas mezcladas con galaxias que se acercaban a un ritmo vertiginoso. Sentí marearme. De pronto la escena cambió, frente a mí la mujer y alrededor… nada. Me dijo: “fíjate en mis ojos y no lo olvides”. Más allá de un rostro - extremadamente bello- que no era de este mundo, sus ojos me impresionaron; pues mostraban lejos de cualquier duda a alguien conocido, aunque no sabría encontrar en mi memoria ningún dato que lo corroborara. Eran grandes, rasgados (otra vez), que en silencio lo decían todo.

Sobresaltado desperté del sueño, alguien agitaba mi hombro. ¡Despierta! Un poco trastornado me giré hacía quien interrumpió mi dulce sueño. Una mujer vestida con un sari hindú, me sonrió. Me fijé en la pintura que destacaba en el entrecejo, lo que me llevó a bajar un poco la vista hacia sus ojos. Extrañamente me recordaban a la mujer del sueño. ¡No me lo podía creer! ¡Sin duda era ella!

“El Jefe” nunca dejará de sorprenderme: “allí te esperan”, decía la nota...

A lo largo del tiempo las almas nos vamos reencontrando. Hemos forjado entre todas una red, una cadena, que entrelazada está construyendo una realidad impresionando en ella lo mejor que somos capaces de crear. El amor que generamos hace que en silencio, casi imperceptiblemente, se vaya materializando. Claro que, antes, hemos de dejar en el olvido nuestro viejo baúl y ser capaces de interpretar las notas, las señales, que “El Jefe” nos deja en cualquier momento de nuestro diario existir.

Un tren nos espera, viene del Este…


Ángel Khulman