NOÉ, la Película: ¿Somos Hombres o Hijos de un Dios?

ÉL te eligió porque tú viste la maldad en el hombre,
y sabía que no mirarías para otro lado,
y que encontrarías también la bondad.
ÉL dejó la elección en tus manos,
y elegiste la compasión,
elegiste el amor.
Traducción de la cita original de Ila a Noe
Escribía hace unos días un artículo sobre un documental de los últimos descubrimientos científicos del Universo y relataba como, a lo largo de estos últimos años, cada vez que los científicos se afanan por demostrar que somos una mera casualidad y no la consecuencia de un Plan, surge algún descubrimiento que les reta y les muestra que todo podría ser el resultado de un Creador. Y entonces aparece la última película sobre Noé y, aunque con alguna referencia a Dios, las mínimas, la palabra que más se menciona es la de Creador y Creación.
Igualmente, me encuentro que la red está plagada de artículos sobre esta película cuyo tema central son las grandesmentiras sobre la historia de este Noé. A nadie se le escapará que hablar de las mentiras de la película de Noé es como hablar de las mentiras de la película de Pinocho o querer que sea cierto o mentira aquello que para nada conocemos y de lo que muy poco sabemos. Eso sin contar que para mi, la mentira no existe, pero eso quizás lo deje para debatirlo más adelante…
Yo hoy voy a escribir sobre las verdades de la película porque la veracidad histórica o épica de la película me importan poco sino es para dar pie a la simbología que está detrás de todo mito, aquello que, según Howard Sasportas, nunca ha ocurrido pero que siempre está ocurriendo.
Me ha gustado mucho la película, en un sentido simbólico. Darren Aronofsky, el director, ha logrado hacer llegar hasta mi, a través de cada uno de sus planos el sentimiento y lugar de cada personaje en la película, equivalente a su lugar en el mundo. Para mi, esta película muestra, con mucho éxito, varias cuestiones aún no resueltas para la Humanidad y llega al fondo de la cuestión, una verdad que comienza con el mito de Abel y Caín, relatada durante miles de siglos en otros idiomas y en otras culturas, tanto por gente común como por grandes filósofos. Plantea la dualidad entre si somos “hombres” o “hijos de un Dius”.
Y partir de aquí, por favor, que cada uno meta en el saquito de la letra “u” lo que internamente sienta o crea que es Dios, que para eso lo he dejado abierto.
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Cuando hablo de hombre, me refiero, a lo que representa Tubal-Caín (Ray Winston) en la película. Un ser que se mueve por sus deseos, por su instinto, que se mueve para desarrollar su personalidad y hacer su voluntad en la Tierra. El hombre que decide sobre la vida y la muerte, sobre su propio destino y que además se aboga el derecho a dirigir el destino de los demás basado en el miedo, el poder y la autoridad. El que no respeta la ley Universal, el que no conoce la Ética, el ser que piensa y luego actúa, el que necesita ver para creer, el que no crea nada porque se apropia de todo.
Me refiero a “hijo de Dios”, a lo representado por Noé (Russel Crow), al ser que sabe que tiene el poder de actuar y de decidir pero que su propósito en la vida depende de un plan superior, un plan en el que él participa, pero en el que hay unas leyes universales, unas reglas de juego por así decirlo y que debe seguir y respetar. Este ser se conecta con lo superior a través de su intuición, a través de su vehículo femenino y mágico, el que sueña, el que cura, el que crea, el que ama.
Y para ello la película va dejando pequeñas señales de humo, cual hilo de Ariadna, que nos guía por el laberinto: Noe se refiere a los demás como “hombres” cuando habla con sus hijos y con su mujer. En la película ni una sola vez dice que el hombre está hecho a “imagen y semejanza” sino que ”el hombre está hecho a imagen de Dios“. Esta gran verdad esotérica que nos recuerda que somos “hijos de un Dios” pero que no somos “Dios”. Sutil pero pertinaz diferencia.
La película se ha atrevido, incluso, con algún guiño a la historia de los Anunnaki descrita en las tablillas de la cultura Sumeria. Según ellos los hijos de Anu, Enki y Enlil, vinieron a la Tierra hace millones de años desde su planeta Nibiru en busca de oro, para salvar su mundo. Según estas tablillas sumerias y la traducción del experto en lenguas muertas Zacharia Sitchin, Noé es hijo de Enki y una mujer humana. Si bien, para que no se le acusara de algo ilícito al mezclar la simiente Anunnaki con la de la raza humana, Enki o Yaveh, -conocido más tarde como Ka padre de Ra o Prometeo-, decide que Noé sea conocido como hijo de Lamek y nieto de Matusalem. Estos seres, podrían ser de origen reptiliano. La presencia en la película de las minas y la serpiente de luz son parte de ese conjunto de guiños.
A partir de aquí, me voy a centrar en el mundo del mito de “los hijos de Dios”, el que me aporta arquetipos y modelos de Ser realmente aspiracionales y esperanzadores para nuestra evolución. Noé, como hijo de un Dios sabe leer las señales, su virtud de la observación le permite siempre estar atento y percibir más allá de lo obvio sin juzgar, observar para ver detrás, penetrando dentro.
Él sabe que hay un propósito en su vida, construir el arca. Y se ciñe a él con toda la confianzadeterminación y perseverancia de la que es capaz. Él sabe y trata de enseñar a sus hijos que el Universo provee de todo lo que necesitamos para cumplir ese plan, él es capaz de adelantarse a la nada y esperar, él es capaz de actuar sin entender y de crear sin ver. Su intuición le guía. Su propósito le alienta. Su voluntad le sustenta.
Pero, como he escrito antes, Noé sabe que es “hijo de” y que no es Dios, por eso tiene sus dudas, sus miedos y sus requiebros. Por eso debe retirarse a la montaña a meditar, para conectar con su sabio interior, con sus ancestros, para recargar energía, para concentrar las fuerzas, para escuchar la voz del silencio. Pero el camino sigue siendo de evolución, esto no es la meta, esto es la ascensión y para ello Noé debe tomar decisiones y decisiones difíciles y vitales. Cuanto más alto es el lugar que ocupamos en la evolución más duras son las pruebas, pero mayor es la recompensa.
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La película muestra además la gran dualidad que debemos superar en este camino que hacemos cuando pasamos de ser hombres a ser hijos de Dios, una clave muy psicológica también, camino de ascensión hacia la cumbre de la montaña que sólo se culmina cuando se supera la dualidad que todos somos entre el bien y el mal.
Tanto la maldad como la bondad están en nosotros, la sombra de Jung, la que él creía que había que conocer, traspasar e integrar para culminar el Camino del Héroe. Se pasa la gran puerta de la Humanidad a la Seidad, de parecer a ser, cuando se enfrenta todo aquello creemos que somos pero que no somos, el ego, la personalidad, para llegar hasta donde no sabemos que podemos llegar a ser y que es, en realidad, lo único que sí somos. El conjunto, la totalidad, la autenticidad de nuestro ser.
Y para este camino Noé nos recuerda que no estamos solos, que hay una guía, se llame Dios, Creador, El Sí Mismo o la Intuición de cada uno, esa esencia que todos necesitamos para recordar quienes somos, para despertar a nuestro plan en la vida, para alcanzar nuestra creación. Y para ello superar nuestros deseos, nuestros instintos, nuestra necesidad de control, de hacer, de tener.
A través de la aceptación de nuestra rabia, de nuestro dolor, de nuestros celos, de nuestra envidia, de nuestra inseguridad, de nuestra ignorancia, en definitiva, de nuestros propios demonios, llegamos a ver lo que está oculto pero que tiene mucho poder sobre nosotros desde el inconsciente.
La salvación de Noé, bien puede representar simbólicamente, la salvación del Ser, de sí mismo, la salvación de su propia destrucción, gracias a la superación de sus mayores miedos para llegar a decidir que es el amor la verdadera fuente, el origen, la luz del paraíso, ese lugar donde no había dualidad porque había unidad.
Y volviendo a la película, mi personaje favorito no es Noé, por cierto, sino Cam, el hijo segundo de Noe. Confieso que es el personaje con el que me sentí personalmente muy identificada porque tenía un mensaje para mí a través de esta película. Cam no es capaz de perdonar. Primero sus deseos insatisfechos le generan una rabia y un odio que no le permiten perdonar a su padre. Y segundo, cuando logra superar la duda y la tentación y salva a su padre,no logra perdonarse a sí mismo, lo que le lleva a alejarse porque no cree merecerse un lugar en el mundo de los hijos de Dios, se debate entre ellos y los hombres, no está seguro, aún no ha dado el salto y lo sabe.
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El representa en todo momento, la semilla del “mal” esa semilla que todo Satán puede tentar, ese resquicio, esa rendija donde anida el miedo y florece el fracaso, ese límite que todos debemos superar. Pero también representa el triunfo, ese límite que todos tememos superar en algún momento de nuestra vida. Cam representa, una de las llaves de la vida: no hay amor incondicional sin perdón ni compasión, sin perdón a los demás, sin el propio perdón. Y a mi, al terminar la película, me llevó a mirar dentro de mi corazón, para ver y disolver lo que aún estaba pendiente de perdonar en mi interior…
Asimismo la película recupera la esperanza con el triunfo de la vida y del amor, porque eso es lo que muestra la película, que hay dos mundos, el de los hombres y el de los hijos de Dios, no hay uno sin el otro ni otro sin el uno. Es más, desde el primero se llega al segundo y desde el segundo se llega al cielo. ¿Aún hay esperanza? ¡Yo creo que sí! Ya que si no hubiera mal, no habría tampoco oportunidad de superarnos, de crecer, de vivir esa experiencia que nos elevará, cada día, un poco más cerca de las estrellas, sea lo que sea que haya allí.
Yo quiero verlo aunque no se si me dejarán volver para contároslo…

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AUTORA: Itziar Azkona
Terapeuta y Coach de PNL y New Code por John Grinder
También soy maestra de mi pasado, artesana de mi presente y aprendiz de mi futuro, algo mago merlín, maestra de Reiki, escritora y educadora para la Felicidad…

fuente: elblogalternativo.com