EL SECRETO DE TIAMAT: PARTE PRIMERA - Hacia el horizonte cóncavo: Capítulo 1 - Durante el vuelo



Diciembre de 1958
Polo Sur - La Antártida

El sudor comenzaba a brotarle por la frente. Recuerdos desagradables paseaban como fantasmas encadenados por su cabeza. Mientras, aquellas palabras aparecían una y otra vez atormentando su interior: «Cariño, evita riesgos innecesarios. No olvides que ahora tienes una familia a quien cuidar». Fue la última frase que escuchó de su esposa despidiéndose de él, al tiempo que le ponía derecho el cuello de la camisa.

Eddie trataba en vano de disimular su preocupación, e intentó secar la humedad de su rostro. No obstante, Marvin, íntimo amigo y piloto de la aeronave, le conocía demasiado bien; también éste comenzaba a percibir el peligro.

Las agujas de las brújulas del panel de control parecían enloquecer girando sin ningún sentido. El aparato comenzó a perder estabilidad, afectando sensiblemente la suavidad del vuelo. Ambos sabían perfectamente que aquellas extrañas sacudidas no eran simples turbulencias.

Hacía rato que dejaron atrás el océano antártico y comenzaban a sobrevolar las primeras banquisas, cubiertas éstas por una espesa niebla que evitaba observar con claridad el terreno.

De repente, la radio comenzó a fallar hasta perder la comunicación con la base. Entendían que estaban alcanzando el polo magnético. A medida que se adentraban en la Antártida, la inestabilidad de la aeronave iba en aumento. Por lo que Eddie tomó la firme decisión de aterrizar en una zona segura, antes de que perdieran totalmente el control del aparato. «Si no lo hacemos lo antes posible correremos un gran riesgo». Eddie no podía permitirse el lujo de poner en peligro la misión, y lo que era mucho peor, jugar con la vida de sus compañeros y con la suya propia. Esto le hizo reflexionar e inmediatamente dio la orden a Marvin de descender a 1800 pies de altitud. Cosa que hizo su compañero de inmediato.

Según iban descendiendo, la consternación en los rostros de los cuatro ocupantes era cada vez más evidente; el corazón les bombeaba un flujo mayor de sangre por todas las arterias; la temperatura corporal aumentó haciendo reaccionar las glándulas sudoríparas. Nadie apartaba la vista del panel de mando; todas las luces, agujas y testigos parpadeaban de manera descontrolada. Sin embargo, la nueva altitud no mejoró la situación, tampoco la estabilidad del avión. Las sacudidas eran cada vez más fuertes y con mayor frecuencia. Pareciera como si de un momento a otro el aparato fuera a descomponerse en mil pedazos.

No había tiempo de encontrar una zona más segura para aterrizar. Aquello le hizo adoptar una postura más drástica: «volver a descender hasta los 700 pies». Fue entonces cuando pudieron observar con claridad, y ya sin niebla, la geografía blanca y helada que les esperaba en la superficie. Era época estival, no obstante, los veintiséis grados bajo cero que previsiblemente hacía en el exterior eran suficientes como para estremecerse con sólo pensarlo. Mas, en ese momento, hubiesen dado lo que fuera por tocar la nieve con sus propias manos y sentir el gélido frío en sus cuerpos.

El avión continuaba dando tumbos y vibrando bruscamente. El motor rugía sin parar. Las brújulas no marcaban nada en concreto, y sus agujas se movían de un lado a otro de manera inquietante. Los controles de mando se encendían y se apagaban al ritmo de las agujas.

Acto seguido, comenzaron a percibir un sonido quebrado, muy sospechoso, proveniente de la estructura metálica del avión. Era como si de repente el mismísimo aparato cobrara vida propia y se quejara retorciéndose de dolor.

Eddie no dudó y ordenó a Marvin aterrizar.

Su aeronave era conocida como una de las más seguras, sin embargo, aquellos extraños sonidos estructurales no hacían nada por calmar su evidente angustia. Jamás había sentido algo parecido a bordo de esa clase de avión, apodado de forma cariñosa como el ganso de hojalata; un Ford Trimotor, Modelo 5-AT-B de nueve cilindros, con 420 CV de potencia por cada motor; mejorado tecnológicamente para la ocasión y adaptado con esquíes en el tren de aterrizaje. Su capacidad era para quince pasajeros, más dos tripulantes, pero Eddie consiguió transformar la parte trasera en una zona de carga, lugar que asignó a las dos Ski-doo[*] en proceso de pruebas experimentales. Éstos fueron los primeros prototipos en el mundo que saldrían a la luz gracias a la amistad que su padre, Robert Barnes, mantuvo con el principal accionista de la compañía canadiense Bombardier Inc., pues de forma solidaria cedió dos unidades de Ski-doo al grupo de exploradores dirigido por su hijo. Tanto Marvin como Eddie conocían el avión como la palma de su mano. Estaban convencidos de que el aparato era uno de los más seguros de la época. Ambos sumaban a sus espaldas miles de horas de vuelo, siendo Eddie el más experimentado, no en vano lo condecoraron en varias ocasiones por sus pericias en el aire. Sin embargo, aunque la seguridad del Ford Trimotor era de sobras demostrada, algo no marchaba bien esa mañana. Los dos se miraron con escalofriante complicidad y, aunque no eran nada religiosos, se santiguaron varias veces.

[*] Primeras Motonieve que la compañía Bombardier Inc. creara de modo comercial en 1959.

Eddie se encontraba entre la espada y la pared; era un alto en el camino donde su alma debía elegir qué lado de la bifurcación tomar: volver a coger los mandos de un avión, o cumplir con lo prometido a su esposa. Dilema éste al que jamás pensó tener que enfrentarse. Fueron décimas de segundo en los que el pensamiento parece detener el tiempo para discurrir cual es la opción correcta. Mas por muy dolorosa que ésta fue, Eddie agarró decididamente los mandos del trimotor dejando atrás los miedos del pasado, mientras era consciente que traicionaba la súplica de su esposa.

Marvin, que sin poner objeción alguna cedió el mando a Eddie, se situó ahora como copiloto, mientras que Peter y Norman, ambos algo reacios a las alturas, se acomodaron rápidamente en los asientos traseros, atándose fuertemente el cinturón de seguridad. La determinación de Eddie les causó cierto desasosiego: «algo realmente serio ha debido motivarle a tomar esta decisión». La angustia que se reflejaba en sus rostros lo decía todo. Aquel difícil escenario desbordaba los parámetros de lo que pudiera considerarse normal. Todos eran conscientes de que la vida estaba en juego.

El avión seguía sin responder con normalidad, situación que se hacía cada vez más embarazosa. Eddie tomó los controles con la misma osadía que un guerrero agarra las riendas de un dragón. La aeronave se balanceaba bruscamente de un lado a otro. El sonido era cada vez más ensordecedor; la estructura chirriaba como la puerta vieja de una choza deshabitada. Pareciera descomponerse en cualquier momento y sucumbir sobre la gélida extensión en mil pedazos. Los cuatro ocupantes brincaban en sus respectivos asientos como en una atracción de feria. Sin embargo, la habilidad de Eddie y su dilatada experiencia, hizo descender el aparato a menos de 100 pies (30m) de la superficie antártica. Ya sólo restaba la complicada tarea de situar los esquíes, adaptados para el medio, en la superficie de aquella gigantesca banquisa. Pero, una fuerte ventisca quiso unirse a la dificultad ya añadida. Debía descender el aparato con la mayor precaución posible, de tal manera que evitase romper el tren de aterrizaje. Su último deseo era poner en peligro el funcionamiento del mismo para la posterior vuelta a casa. Sabía que al menos tenía que intentarlo. Era un momento de máxima tensión, y eso lo reflejaba su rostro, que comenzaba a evacuar el sudor en abundancia. No menos fueron los gestos estremecedores de sus tres acompañantes, cada cual encomendándose a lo más sagrado. Por fortuna, aprovechó un pico de estabilidad para acercar los esquíes a tan sólo cinco metros de la superficie helada. Ahora, un fuerte viento mezclado con polvo de nieve dificultaba la visión. Los ocupantes de atrás, Peter y Norman, se aferraron a los asientos como si parecieran querer fundirse en ellos. Eddie continuaba descendiendo cada vez que tenía una oportunidad para hacerlo, por muy insignificante que ésta fuese. La aeronave se balanceaba de derecha a izquierda, al tiempo que un ruido quebrado parecía originarse en la estructura; ésta, comenzaba a estar sometida por fuerzas indeterminadas. Obligado a hacer uso de su mayor destreza, consiguió rozar el suelo con el esquí de estribor. Una sacudida los levantó del asiento. Inmediatamente después hizo lo mismo con el de babor, de modo que al fin logró situar ambos en el hielo; éstos formaban en la nieve una alargada hendidura que duró hasta que el Trimotor, después de recorrer cientos de metros, consiguiera detenerse en la superficie blanca.

Eddie Barnes era un tipo obstinado, pero al mismo tiempo precavido para cualquier cosa se proponía desempeñar. Disfrutaba de la dificultad en la aventura, de hecho, los domingos con su amigo Marvin, practicaba deportes de riesgo. Era Ingeniero Aeronáutico y trabajó durante dieciséis años en la marina de los EEUU como piloto de aviones. Tenía treinta y ocho años, y ya disponía de una enorme cantidad de horas de vuelo para su edad. En su puesto era de los más capacitados. Pero un dramático y mortal accidente ajeno a él, le obligó a dejarlo. Aquello lo marcó psicológicamente para el resto de sus días. Años posteriores al terrible percance trabajó para la industria aeronáutica, pero únicamente como supervisor de línea de montaje. Después de la II Guerra Mundial obtuvo varias condecoraciones por salvar vidas humanas. Su fisonomía era escultural, siendo su estatura de un metro ochenta centímetros. El cabello ondulado y castaño claro cubría sus orejas. De ojos grandes y grises con forma avellanada. Tomaba un carácter algo serio cuando estaba ocupado en algunas de sus tareas. Nunca daba nada por perdido; valiente y con determinación eran unas de sus particularidades. Le apasionaban los deportes de montaña, y en sus días libres prefería divertirse y pasar un buen rato con sus amigos. Se definía a sí mismo como «un hombre raro, aunque con las convicciones muy claras».

Eddie se disponía a sobrevolar la Antártida con el objetivo de encontrar los restos humanos de un grupo expedicionario con fines científicos, en el que se encontraba Allan Parker, uno de sus mejores amigos, con el que compartió buena parte de su vida. Desde pequeños se conocían y pasaron juntos toda la infancia y adolescencia. Estudiarían en la misma universidad hasta el día de la graduación. Sus caminos fueron separándose debido a que cada uno tomó diferentes carreras profesionales; sin embargo, siempre se mantuvieron en contacto.

El desafortunado Allan fue geofísico para una importante compañía estadounidense. Hacía justo doce meses que él y sus compañeros de expedición desaparecieron sin dejar rastro o algún tipo de señal que pudiese dar alguna pista del paradero de sus cuerpos. Partieron desde la Base Amundsen-Scott, estación Antártica de los EEUU, posicionada casi en el punto del polo sur geográfico. La exigua información que se sabía de ellos eran las coordenadas desde donde dejaron de tener comunicación con el grupo. Única indicación que Eddie y sus compañeros disponían para realizar la misión. Éstos, se encaminaban hacia aquel punto fatídico, dirigiéndose en dirección al Polo Sur de Inaccesibilidad[*]. Las posibilidades de encontrar los restos mortales de aquella expedición eran muy escasas, por no decir imposible. Sin embargo, si había alguna remota posibilidad, debía ser en los meses de diciembre y enero, coincidiendo con la mitad del verano Antártico, jornadas éstas de menor frío con temperaturas que rondan entre los 25ºC y 28ºC bajo cero, y con un día de seis meses de duración.

[*] Se hace referencia al punto del continente Antártico más alejado del océano, por consiguiente, más difícil de alcanzar.

Entre los desaparecidos se encontraban personas de la alta sociedad americana y también inglesa, además de varios espeleólogos de alto prestigio y algunos expedicionarios de contrastada experiencia internacional.

Las familias afectadas se unieron para recaudar fondos, e invertirlos en la búsqueda de los cuerpos de sus seres queridos. Pero de inmediato, y de forma misteriosa, un colectivo de acaudaladas personas ajenas a los desaparecidos se ofreció altruistamente a apoyar la causa, tanto de manera económica como organizativa.

Para ello, Eddie fue encomendado en la constitución de la expedición, subvencionada económicamente por los familiares, cantidad ésta simbólica, teniendo en cuenta la poderosa inversión realizada por el colectivo interesado en la misión. Éstos, no escatimaron en gasto alguno, ni tampoco en material técnico, con el fin de hacer lo imposible por encontrar dichos restos. El grupo de la expedición fue formado por Eddie junto a sus tres mejores amigos y camaradas de guerra. Uno de ellos era Peter Hansen, con el que también había compartido buena parte de la etapa estudiantil en la Universidad de Harvard. Peter dedicó casi toda su vida a estudiar, era un enamorado de la lectura; siempre llevaba un libro en la mano allá donde iba. Se graduó en varias carreras universitarias con excelente calificación en todas ellas, entre las cuales se hacía destacar en Ingeniería Aeronáutica, Arquitectura, Física, Geología y Filosofía. Peter era el estudioso del grupo, de los que prefería quedarse un fin de semana en casa leyendo un buen libro en lugar de salir de copas con los amigos. Su aspecto era muy aseado, impecable siempre en su cuidado personal. Pelo negro y corto con raya en medio. Ojos castaños oscuros escondidos tras unas gafas, que usaba únicamente para ver de cerca. Su estatura rondaba el metro setenta. De constitución algo delgada sin un gramo de grasa. Cuando no estudiaba o leía practicaba footing. Curioso por naturaleza y hábil e ingenioso para los problemas. Introvertido de carácter, aunque muy amable, siempre presto a ayudar a todo aquel que lo necesitara. Mediante una beca conseguida tras la licenciatura, desarrollaba su labor investigadora en un gabinete científico de la ciudad, para un proyecto de energía nuclear. Sin dudarlo un sólo instante, aprovechó la oportunidad que su amigo Eddie le ofrecería: explorar con sus propios ojos la mismísima Antártida, objeto de deseo para cualquier científico que se precie. Para ello tomó unos días de vacaciones.




◅ ◇◇◇◇ ▻
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Preparémonos para el Cambio se reserva el derecho de exclusividad. Animamos a todo el mundo a que el libro aquí expuesto sea compartido en cualquier red social, blog o página web haciendo uso de los enlaces.

© Jorge Ramos, 2019