EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 34 - Una gota de esperanza



Apertura Polar Sur “El Anillo”

Eddie despertó sobresaltado y sudoroso. Incorporó su espalda y miró aterrorizado a su alrededor. Había tenido una terrible pesadilla, pero al fijar su vista en las oscuras paredes, comprobó angustiado que en realidad aún estaba allí. «No puede ser» pensó. «No quiero morir aquí dentro. Tengo por delante una vida maravillosa con mi esposa e hija. Por favor, Dios, ¡ayúdame!» continuaba meditando. Eddie no era en absoluto religioso, pero en su estado de impotencia y desconsuelo imploraba la ayuda a lo más divino.

Se levantó y, mientras el resto continuaba durmiendo, volvió a examinar palmo a palmo toda la cueva: pequeñas grietas en las paredes, cualquier diferencia de tonalidad de las rocas, por muy pequeña que esta fuera, tipos de rugosidad, incluso las olía para intentar encontrar algún atisbo de esperanza. Pasaba sus manos por todos los rincones y salientes intentando localizar en vano una puerta secreta. Con otro trozo de roca puntiaguda rascaba algunas grietas, pero no conseguía absolutamente nada, las paredes parecían herméticas e infranqueables. Una burbuja pétrea, que con el paso del tiempo la naturaleza se había encargado de crear, y que parecía haber estado esperando la desgraciada visita del grupo de exploradores, para servirles de eterno sepulcro, como si del interior de una pirámide egipcia se tratase.

Desconsolado, miraba hacia arriba y observaba cómo el humo del fuego, ayudado por alguna pequeña corriente de aire, se deslizaba suave hacia el hueco por donde cayeron al vacío. «Si al menos pudiéramos conseguir llegar allí» se dijo. Pero la gran distancia que lo separaba del suelo lo hacía prácticamente imposible; para colmo, las cuerdas no estaban en condiciones para aguantar el peso de un cuerpo, ni tan siquiera el de Peter, el menos robusto de los cuatro.

Al fin, se dio por vencido y observó como el fuego se estaba debilitando, se dirigió al montón de leña y puso varias raíces sobre el mismo. Con desánimo, casi derrotista, verificó que las raíces fosilizadas se consumían antes de lo previsto. Al avivar la hoguera, los chasquidos de las llamas hicieron despertar al resto.

Nadie tenía ganas de conversar, ni siquiera el mismísimo Marvin. Los rostros alicaídos lo decían todo.

—¿Nos mostrará alguna información el plano que nos dio Izaicha? —preguntó Peter después de frotarse los ojos.

Aquella parecía la mejor de las ideas, pues era la única. Se miraron con expectación, e impacientes esperaban a que Peter extrajera el plano de la mochila. Cualquier pequeña idea servía para alentarlos, por muy baladí que ésta fuese.

Éste, desdobló con cuidado el plano casi transparente y medio engomado al tacto. En el suelo, completamente desplegado, como por arte de magia se activó de forma automática, presentando la apertura polar, y un punto rojo intermitente en donde se encontraban ellos. Peter, pulsó levemente sobre la señal, y la escala gráfica aumentó varias veces. Sin duda, muy lejos de la superficie curvada que dibujaba la apertura polar sur, y sin nada alrededor que ofreciera un camino a seguir o posible salida alternativa. Desgraciadamente, el plano solo estaba concebido para el recorrido sobre la superficie, y no así para el interior de las cavernas.

Entonces, la desesperación del grupo aumentó considerablemente. El plano no servía de gran ayuda. Pasaban las horas y el fuego continuaba engullendo raíces rápidamente. Sabían que en pocas horas la oscuridad sería nuevamente su compañera, algo terrible para sus mermados pensamientos. Aunque ya importaba poco, puesto que la resignación a morir lentamente allí dentro era cada vez mayor; encriptados y abandonados en vida, en un espacio vacío creado por la naturaleza y sabiendo con certeza que nadie vendría a socorrerlos.

Peter, comenzaba a mostrar signos de impotencia con ataques de pánico, se desplazaba por la cueva de un lado a otro como si la locura se hubiese apoderado de él. Comenzó a gritar auxilio desesperadamente. Marvin, que pareció afectarle también el estado de su amigo, se incorporó para gritar al mismo tiempo. Ambos, parecían dos maniáticos compulsivos encerrados en una celda especial para criminales psicópatas. Albergaban la mínima esperanza de que alguien podría oírles. Nada más lejos de la realidad, puesto que se encontraban a cuatrocientos metros bajo tierra y a más de ocho kilómetros del poblado.

En aquellos momentos, casi deseaban haber perecido en las garras de aquella bestia. «¡Al menos no hubiésemos sufrido tanto!» maldijo Marvin, escuchando su propio eco.

Nada consiguieron al gritar, pues solo estaban ellos y las rocas que parecían abrazarlos dulcemente con eterna paciencia.

Norman se dirigió a la poza de agua y se refrescó la cara y el cuello. Enojado, agarró una gran piedra y con toda su fuerza y rabia la tiró contra la apertura del techo, «¡maldita sea!» gritó. La piedra rebotó por las paredes del hueco, e hizo que se desplomase otro trozo del mismo, cayendo los restos de rocas sobre la poza de agua. Norman, desahogado, anduvo sobre sus pasos y se volvió a sentar alrededor del fuego.

—No soporto más esta situación. Quiero ser el primero en morir —dijo delirando Marvin mientras sujetaba por la zona cortante su machete, ofreciéndoselo a Norman—. De esta forma padeceremos menos.

—No podemos hacer eso —se negó Norman—. ¿Quién diablos acabará con el último?

—Lo echaremos a suerte —le contestó.

El pánico a una muerte lenta les estaba afectando y sus pensamientos comenzaban a tener síntomas de desvarío.

Eddie, abstraído en sus pensamientos, e intentando no escuchar las dolorosas sugerencias de sus compañeros, observaba pacientemente las ondas de agua sobre la poza, provocadas por el pequeño derrumbe. Segundos más tarde, la superficie se estabilizó y volvió a la normalidad con el continuo goteo de agua; fue precisamente esto, como el ave fénix, lo que hizo surgir de la nada una reflexión a Eddie. Hasta que, la pequeña gota de agua que continuaba cayendo desde arriba, volvió a tener el protagonismo del escenario sobrecogedor.

Esto hizo iluminar por un instante el rostro de Eddie.

—Peter —llamó la atención a éste—. ¿Crees que esa gota de agua llevará mucho tiempo cayendo sobre la poza?

—Supongo que sí —afirmó con desgana—. Llevará desde los comienzos de la Tierra. Imagínate…

—¿Cuánto tiempo crees que sería necesario para inundar toda esta caverna? —volvió a indagar.

—¡Puf! Muchísimo —contestó mientras sacaba su libreta de apuntes—. Ahora mismo te lo calculo.

Solo unos segundos le bastó al científico para decir el resultado exacto:

—Teniendo en cuenta las dimensiones de la cueva y la frecuencia de, aproximadamente, dos gotas por segundo, calculo que, para llenarla por completo de agua se necesitaría unos nueve mil quinientos años —explicó mientras repasaba sus resultados en la libreta.

—Lo que quiere decir que… —pensaba en voz alta Eddie mientras los demás lo miraban con cierta expectación— si tenemos en cuenta que el planeta tiene unos cuatro mil quinientos millones de años, justo en estos momentos la cueva debería estar llena de agua a rebosar —concluyó con cara de satisfacción.

—Pudiera ser que la cueva se formase mucho después —objetó Peter.

—De acuerdo. Dejemos entonces una cifra que sea considerable para la formación de la corteza terrestre; como los volcanes, placas tectónicas y demás fenómenos geológicos —expuso entusiasmado Eddie.

Marvin y Norman no entendían nada en absoluto, y Peter aún no sabía a dónde quería llegar Eddie con sus conjeturas.

—¿Qué te parece cuatro mil millones de años? —continuaba explicando—. Todavía nos quedaría quinientos millones de años, frente a los insignificantes nueve mil quinientos años que según tus cálculos harían falta para inundarla por completo. Como puedes comprobar, es una cifra más que suficiente como para que estuviese llena de agua hace muchísimo tiempo.

—¿Estás tratando de decir que el agua de la poza se está filtrando por algún sitio? —preguntaba sorprendido Peter por la brillante reflexión de su compañero.

Eddie se limitó a mover la cabeza afirmando su postura. El resto de compañeros comenzaron a excitarse por la posibilidad de salir con vida de allí. Todos apoyaban la idea y clamaban al cielo para que aquello fuera posible. Una nueva motivación les hizo levantar el ánimo perdido entre aquellas pétreas paredes.

Eddie se deshizo por completo de la ropa dejándose puesto tan solo los calzoncillos de algodón, cuya pernera le cubría los muslos. Tomó una linterna y el trozo más grande de cuerda de escalada que aún les quedaba; uno de los extremos se lo ató a su cintura y el otro se lo confió a Marvin.

La cuerda, aunque para la escalada estaba en malas condiciones, serviría perfectamente para las pretensiones que Eddie tenía en mente, pues la resistencia bajo el agua disminuía hasta una décima parte.

—Cuando tire dos veces de la cuerda me sacáis de inmediato —explicó Eddie—. Si tiro una sola vez, es que todo va bien.

—No te preocupes, lo hemos entendido —dijo Marvin.

Con la linterna en la mano se acercó a la poza y rodeando su orilla la iluminó hasta dar con una zona donde el acceso fuese más cómodo. Introdujo el pie derecho en el agua y éste se cubrió hasta casi la rodilla. Por suerte, el agua no estaba demasiado fría, tan solo a unos grados por debajo de la temperatura ambiente de la cámara. Comprobó que era una zona escalonada hasta que ya no sintió nada donde apoyar sus pies; inspiró fuertemente y soltó el aire varias veces para acostumbrar los pulmones a una dilatación mayor, y con una inspiración más profunda que las anteriores, después de despedirse con un gesto de mano, se sumergió de golpe.

Desde la orilla, Marvin iba soltando la cuerda a medida que Eddie se adentraba en las profundidades. Alrededor de la poza, los tres quedaron expectantes ante la inminente posibilidad de una buena noticia.

Descendió cinco metros hasta conseguir llegar al fondo. En una primera vista y ayudándose de la luz de la linterna, examinó los alrededores del interior de la poza, comprobando lo escarpado de sus paredes. La zona inferior se ensanchaba bastante, más de lo que era realmente en su superficie; tenía una forma similar a la de una vasija de barro. En el fondo vio, partida en varios trozos, una gran estalactita esculpida por la gota durante un largo periodo de tiempo, junto a ella yacían los restos de las rocas desprendidas por ellos al desplomarse al vacío.

La preparación física de Eddie hacía que dispusiera de un volumen pulmonar bastante amplio, por lo que podía estar buceando algo más de tres minutos. Sus compañeros se impacientaban, pero para tranquilizarlos, cada poco, contestaba con un tirón de cuerda.

Justo en el último momento, antes de emerger hacia la superficie, memorizó todos los recovecos y salientes del fondo. Parecía tener claro dónde iba a dirigirse de manera directa en su próxima inmersión.

A la señal establecida, Marvin tiró de la cuerda hasta que lo sacó de las profundidades, y Eddie tomó con anhelo una gran bocanada de aire. Sus pulmones aún no estaban adaptados en aquella primera inmersión. Sin embargo, pensó que lo importante era examinar aquellas zonas donde hubiese posibilidades de la existencia de algún hueco. Con el recorrido ya estudiado, en las siguientes inmersiones le resultaría más fácil y rápido avanzar.

—Chicos, la cavidad del fondo es enorme —dijo mientras recuperaba el aliento—. Aún no he visto nada, necesito sumergirme de nuevo.

Después de unos segundos recuperándose, volvió a coger aire y se hundió en el agua. Esta vez, sin perder una sola molécula de oxígeno, se dirigió directo a la izquierda, justo donde en la primera inmersión pudo memorizar un enorme saliente de roca; pero éste no parecía tocar el fondo. De modo que buceó hasta allí, soltando de vez en cuando un poco de aire por la nariz. Y efectivamente, ayudado por relieve abrupto, se deslizó con las manos hasta encontrar un hueco. Se detuvo e iluminó los alrededores comprobando que no existía más alternativa que esa. No le quedaba mucho más tiempo, pero pensó que si se adentraba lo suficiente podría examinar su interior; así que tiró una vez de la cuerda y soltó unas cuantas burbujas por la nariz para inmediatamente después acceder por la abertura. Era un pasadizo angosto y quebrado que parecía no tener fin. Deseaba continuar examinándolo, pero pronto sus pulmones comenzarían a fallar, sabía que debía dejar alguna reserva para regresar con garantías. Pero justo cuando se disponía a realizar la señal para que Marvin lo sacase de las profundidades, vislumbró al fondo del pasadizo una especie de bifurcación de galerías. «¿Cómo podría llegar hasta allí?» pensó. La idea le surgió de inmediato, cuando tiró dos veces de la cuerda. Marvin desde arriba comenzó a tirar a toda prisa. La idea de la cuerda funcionaba, ya que a Eddie le ayudaba a estar más tiempo sumergido sin necesidad de gastar energías ni oxígeno para volver.

Después de expulsar un poco de agua, y de recobrar la respiración normal, los compañeros oían expectantes sus explicaciones de lo que vio en el pasadizo, y cómo habría que hacer para llegar lo más rápido posible a esa bifurcación.

—Cogeremos todos los trozos de cuerdas que tengamos y los uniremos —explicaba mientras frotaba sus manos alrededor del fuego—. Esta vez me llevaré varios ganchos y el piolet. Engancharé la cuerda en varios tramos del recorrido hasta conseguir llegar a la ramificación. De esta forma podré desplazarme bastante más rápido y el esfuerzo será mínimo.

—¿Y cómo sabremos si te ocurre algo? —preguntó Marvin.

—No me ocurrirá nada —dijo muy seguro de sí mismo.

Ahora ya no podrían notar la señal, puesto que la cuerda sería destinada para otra cosa.

Después de varias agotadoras inmersiones, Eddie logró sujetar la cuerda tal y como dijo; hasta llegar a la bifurcación, fue clavando los ganchos en grietas más blandas de la roca y pasando la cuerda por ellos. Solo en algunos casos, cuando observaba algún peligro de que la cuerda se rompiese por el desgaste, amarraba ésta a los propios ganchos; de esa forma, evitaba poner en riesgo todo el recorrido. En el pasadizo instaló la cuerda por el suelo, de modo que fuese mucho más cómodo y veloz avanzar por él.

Esta vez, con la ingeniosa idea de la cuerda, tan solo invertiría un tercio de tiempo buceando hasta la bifurcación, punto en donde el recorrido se dividía en tres diferentes e inquietantes itinerarios. Debía examinarlos a fondo con la esperanza de encontrar una salida, pues de ello dependía su vida y la de sus compañeros, que esperaban impacientes en la orilla de la poza para ver aparecer a Eddie con buenas noticias.

Exploró el primero que tenía a su izquierda; el acceso era bastante cómodo y su recorrido tan solo constaba de tres metros, pero en el extremo no observó salida alguna. Su descarte fue inmediato. Rápidamente, soltando unas burbujas de aire se dirigió al, inmediatamente posterior, segundo hueco; éste pasadizo era más angosto y curvado, por lo que dificultaba a la hora de bucear por él; aunque aquello, lejos de ser un problema, era un punto a favor para avanzar más rápido, pues los riscos y salientes del mismo le servían de gran ayuda al impulsarse sobre ellos. Eddie continuó adentrándose, pero lo sinuoso del pasadizo impedía ver más allá de dos metros. Decidió dar media vuelta y aprovechar la reserva pulmonar para explorar el tercer itinerario. Tenía la esperanza de que quizás éste último tuviese una salida cercana. Soltó un poco de aire y se deslizó a través de él. Aunque también muy estrecho era más recto que el anterior. Cinco metros fueron tan solo los que tuvo que bucear para dar con una poza muy similar, aunque bastante más pequeña. Iluminó la parte de arriba y, a través de la lente que produce el agua en su capa superficial, comprobó con júbilo que al otro lado al fin aparecía un espacio vacío. Alentado por haber encontrado la salida, dio varias brazadas con fuerza y emergió animosamente hacia la superficie.

Se sentó en un saliente de la roca mientras cogía aire. Y luego examinó la cueva minuciosamente, pero por desgracia nada parecía indicar la existencia de una salida. La cueva no era como imaginaba, era igualmente otra pequeña burbuja de aire de unos tres o cuatro metros de diámetro. Su entusiasmo se frustró rápidamente. Decepcionado en ese momento, pensó que debía volver, ya que sus compañeros estarían muy preocupados por la tardanza; habían pasado algo más de cinco minutos desde que se zambulló por última vez.

Se dirigió veloz hacia ellos, y Norman, el más preparado de los tres en cuanto a inmersiones, estaba en la orilla a punto de saltar al agua cuando Eddie asomó por la superficie.

—¡Dios mío Eddie! Nos has preocupado —exclamó Marvin desde arriba.

—Perdonad chicos. He encontrado otra poza con una pequeña cueva en su superficie, pero nada que nos pueda dar una salida por ahora.

Los rostros volvieron a mostrar notables signos de preocupación. La idea de perecer irremediablemente allí dentro retomó su cauce inicial. Desmoralizados, se sentaron alrededor de la poza.

—La buena noticia —dijo para levantar el ánimo— es que esa pequeña cueva me ha de servir de bombona de oxígeno para explorar más en profundidad una galería que no pude completar antes —explicó, lejos de mostrarse derrotista ante sus compañeros.

—Está bien, pero esta vez iré contigo —sugirió Norman.

Eddie aceptó la propuesta.

Norman terminó de desnudarse, cogió la última linterna, y con un cinturón se sujetó el piolet al cuerpo.

Siguió a Eddie hasta la poza pequeña. Allí, en la superficie, y con la ayuda de la herramienta, comenzó a picar las grietas de la cueva con la esperanza de encontrar una salida.

Mientras tanto, Eddie se dirigió hacia la galería que faltaba por examinar al completo.

La proximidad de la cueva pequeña le facilitaba enormemente la exploración, ya que podría adentrarse a mucha más distancia.

Buceó durante al menos treinta y cinco metros por la galería de paredes estrechas y retorcidas. Había tramos en los que debido a lo apretados que eran, la escasa maniobrabilidad dificultaba enormemente su recorrido. Incluso hubo momentos en que llegó a temer quedar atrapado en medio de algún pasaje. No obstante, y a pesar de que el desánimo aumentaba al comprobar que no aparecía ninguna señal de salida, Eddie continuaba adentrándose en las tinieblas. Su resistencia pulmonar casi había llegado a su mitad. Si no quería morir asfixiado, sabía que muy pronto tendría que regresar a la cueva pequeña, donde le esperaba Norman. Justo en ese momento le inundó la nostalgia. Y de inmediato, un conflicto interno se apoderó de él: si regresaba sin solución alguna, no habría esperanza de sobrevivir para nadie, y tarde o temprano todos morirían lentamente. Si continuaba buceando corría el riesgo de no encontrar nada y de consumir el resto de oxigeno de sus pulmones y, en consecuencia, perecer asfixiado en el recorrido de vuelta, sepultado para siempre en una recóndita galería. Morir de todas formas, ¿ahora o después? Este era su gran dilema. Sin embargo, la opción más optimista era poder descubrir una salida y llegar hasta ella: «¿qué posibilidades tendría de encontrarla?» se preguntaba. «Pero… si no lo intento no lo sabré nunca» el diálogo con su conciencia era el más profundo que jamás había tenido en su vida, y que ahora el destino se habría encargado de brindarle la oportunidad de poder experimentar. En ese momento, con el contundente coraje que sólo aparece cuando estamos ante el borde del precipicio, surgieron en su mente los recuerdos de las últimas palabras de Izaicha; éstas se quedarían grabadas para los restos:

“Siempre que tengáis que tomar alguna decisión, recordad buscar en vuestro interior”

Esta frase le llegó con tremenda energía al corazón, y desde ese momento tuvo claro qué tenía que hacer: por su familia y sus compañeros debía continuar, aunque para ello las probabilidades de seguir con vida fueran las mínimas.

Con arrojo, y ya sin ningún temor por lo que pudiera pasar, continuó adelante. El diálogo mantenido con su conciencia le ofreció la paz y tranquilidad suficiente de estar haciendo lo correcto. En un espacio tan corto de tiempo, conteniendo la respiración en unas galerías inundadas bajo las mismísimas entrañas de la Tierra, se había encontrado cara a cara con él mismo. Fuera lo que fuera lo que ocurriese, desde ese instante Eddie dejaría de ser la misma persona.

La abnegación le fluía por todo su ser mientras avanzaba por lo que parecía la arteria oscura de un dragón. El esfuerzo llegaba poco a poco a su extremo, del mismo modo que sus pulmones iban anunciando de su pronta necesidad de oxígeno. Eddie continuaba ayudándose de las manos, éstas, a menudo, se intercambiaban la linterna para deslizarse con mayor velocidad. También, cuando aprovechaba algún saliente de la estrecha galería, hacía uso de los pies para tomar mayor impulso.

El desconsuelo iba apoderándose de él, pues bien sabía que, justo llegado a este punto, no había ninguna posibilidad de retorno. Mientras avanzaba, ya lentamente y sin esperanzas, como rayos comenzaron a pasar por su cabeza infinidad de recuerdos; pensó en su familia, en su querida hija y su amada esposa, y en sus compañeros que lo esperaban atrás ávidos de buenas noticias. Pequeñas gotas de agua salada escaparon de su lagrimal, pero éstas no tendrían contacto alguno con su rostro, pues se desvanecieron como por arte de magia en el agua cristalina de la oscura galería. Después, pasaría a un estado de pánico, ya que solo le restaba unos segundos de contención respiratoria para después encontrarse con una terrible muerte.

En una de las veces que alargó la mano que sujetaba la linterna, y justo cuando ya se daba por vencido, percibió al fondo de un recodo, una gradación de colores diferente. La luz de la linterna se proyectó por las paredes rocosas, y la propia agua hizo de aumento para volver a las retinas de Eddie; pareciera tener un ángel acompañándolo.

Aún ya tragando agua, no tardaría ni tres segundos en llegar al recodo, y ver con júbilo una gran masa de agua donde las paredes casi se perdían de vista. Emergió precipitadamente un par de metros y, al fin, la recompensa de una gran bocanada de oxígeno volvió a ofrecerle la vida.

Una gigantesca bóveda como la de una catedral gótica le daba la bienvenida. Enormes estalactitas y estalagmitas decoraban el inmenso salón. Sin duda, un diseño de la naturaleza digno de admiración. Debido a su grandiosidad, la luz de la linterna no llegaba a iluminar las paredes.

Eddie lleno de felicidad trepó por la orilla, y no tardó en comprobar las diferentes posibilidades que existía. En otro momento habría contemplado estupefacto el espectáculo que le rodeaba. Pero en ese instante lo verdaderamente importante para él eran las numerosas grietas y aperturas de todos los tamaños que daban paso a diversas galerías.

Tras recuperarse, ni un solo segundo perdió en volver presto y veloz a la cueva en la que Norman, angustiado, lo esperaba impaciente.




◅ ◇◇◇◇ ▻
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Preparémonos para el Cambio se reserva el derecho de exclusividad. Animamos a todo el mundo a que el libro aquí expuesto sea compartido en cualquier red social, blog o página web haciendo uso de los enlaces.

© Jorge Ramos, 2019