EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 10 - Algo que construir y algo más grande que presenciar



Con el estómago lleno tras engullir los frutos que Peter recogió y descansar bajo el cobijo de la naturaleza, la cabeza se despejó y la reflexión se hizo más clara y fresca. Cosa que ayudó a afrontar el asunto con más calma, o al menos a tomarlo desde un punto de vista diferente. Después de todo, se encontraban en un lugar donde antes nadie había estado jamás, ¿o quizá sí?

Teniendo en cuenta que para ellos todo era desconocido, partir río abajo siguiendo su margen era lo más favorable, o al menos parecía lo más sensato. Y por unanimidad así lo acordaron. Aunque su agua fluía muy despacio, el caudal crecía y se hacía más ancho cada vez. A medida que avanzaban los peces ya se oían chapotear sobre la superficie que, ahora sí, corría casi a la misma velocidad a la que ellos podían caminar. Del mismo modo, la vegetación iba en proporción a la masa de agua, por lo que a menudo se hacía más laboriosa de franquear. Los árboles mostraban una mayor diversidad, y algunos incrementaron significativamente la altura y el diámetro de su tronco. La aparición de todo tipo de animales era un hecho que ahora podían observar entre la espesa maleza, cuya dificultad para atravesar se hacía cada vez más grande. Abrirse paso entre ella suponía invertir mucho más tiempo, además de un ejercicio tremendamente agotador.

—El camino se está volviendo impracticable —saltó Peter, atemorizado por tan salvaje naturaleza—. Ya no podemos ni dar un paso. Deberíamos volver y cambiar de ruta.

—¡Es absurdo volver ahora! —exclamó Marvin—. Hemos recorrido muchos kilómetros. Seguramente el cauce del río nos lleve al océano o cerca de algún poblado. Una vez allí llamaremos para que vengan a recogernos.

Eddie, que iba delante del grupo, se detuvo al oír la conversación y comentó:

—Estoy de acuerdo con Marvin, será un atraso volver. Debemos continuar por el borde del río —decretó mientras cortaba un matorral con un machetazo.

—¿Puedo sugerir algo? —gritó Norman desde atrás—. ¿Y si aprovechamos la corriente del río para desplazarnos?

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Peter.

—Hacer una balsa.

—¡Diablos! ¡Ya se te podía haber ocurrido antes! —expresó Marvin.

Eddie felicitó a Noman por su estupenda iniciativa. Todos la apoyaron. Por lo que sin contemplaciones decidieron buscar un lugar que les facilitara la labor de construir la balsa.

Ayudándose del machete y efectuando pertinentes relevos, continuaron dos horas despejando maleza y ramas de arbustos para hacer más benévolo el paso al resto. Por fin, consiguieron llegar a una zona grande totalmente despejada. Su aspecto era como la superficie plana de una gigantesca roca que parecía emerger del suelo, con trazos redondeados por la erosión del agua. Mostraba algunas grietas casi paralelas al río de al menos cuatro dedos de ancho, cuya vegetación parecía emanar por algunas de ellas. Un pie calzado no llegaba a entrar, por lo que no presentaban peligrosidad. Aun así, para evitar cualquier torcedura, taparon las más importantes con tierra húmeda de la orilla. La superficie de la roca era bastante horizontal, y tan amplia como la de medio campo de tenis. Se encontraba a unos quince centímetros sobre el nivel del río, quizás algo menos en algunos tramos. Características que les permitían trabajar en condiciones favorables. Los alrededores seguían estando abarrotados de densa vegetación, impidiendo ver más allá de unos cuantos pasos. Pero lo más frustrante para el grupo fue descubrir que al otro lado del río, cuya anchura ahora medía veinticinco metros aproximadamente, no parecía tener la misma densidad de vegetación. Sólo árboles salteados sin demasiadas ramas bajas y algún que otro matorral era todo cuanto podía apreciarse, pudiendo alcanzar la vista decenas de metros de distancia.

De repente, Marvin comenzó a reír desconsoladamente y a señalar con su mano el otro flanco izquierdo:

—¡Iremos por el lado derecho del río! ¿De quién fue la genial idea?

—¡Eres un payaso! ¿Por qué no sugeriste tú otra cosa? —contestó Eddie sintiéndose aludido.

—Bueno, ya no hay solución —dijo Norman intentado aplacar los ánimos—. Lo único que podemos hacer es ir nadando hasta la otra orilla y continuar por allí, o construir la balsa y aprovechar la corriente del río.

—¡No, no! ¡Sin duda, construimos la balsa! —exigió de inmediato Peter—. No me apetece nada mojarme, el agua debe estar helada.

A Marvin el comentario de Peter le hizo gracia, sabía que no era mojarse lo que al científico le molestaba, sino más bien el encuentro inesperado con algún tipo de reptil. No quiso echar más leña al fuego y con ademán divertido miró para otro lado. Eddie se dio cuenta del gesto de Marvin y contagiándose apartó igualmente su rostro, disimulando la risa ambos. La fobia de Peter fue motivo de broma de sus compañeros. No entendían el hecho de que sintiese pánico a los reptiles.

La idea de la balsa fue respaldada por todos. Sin más demora acamparon sobre la roca para estudiar su construcción de manera que pudiera soportar el peso de cuatro personas adultas. Se acomodaron justo en el centro de la superficie, dejando caer en ella las mochilas que llevaban sobre sus espaldas. Aunque se encontraban fuera de la intensa vegetación, y en al menos quince metros a la redonda no existía ninguna planta que pudiera crecer sobre la dura roca, eso no evitaba que estuviesen en una zona sombría, ya que el inclinado sol se mantenía casi permanentemente cubierto por el bosque que tenían alrededor. Apenas podían apreciar los rayos de sol entre los árboles cuando éste, a una determinada hora, se situaba al otro lado del río, girando en el tiempo y en derredor como si de una bola del juego de la ruleta se tratase.

—¡Fabricaremos una buena balsa! —expresó Eddie con los brazos extendidos, como si estuviese imaginándose la envergadura de la misma.

Durante unos minutos el grupo se dispuso a estudiar la mejor forma de trabajar en equipo. Peter sería el que diera las pautas a seguir, pues disponía de bastante más conocimiento de estructura que el resto de sus compañeros. Sus carreras de arquitectura y aeronáutica lo avalaban. Aunque Eddie también era ingeniero aeronáutico, casi no había ejercido como tal. De hecho, casi toda su carrera profesional estuvo enfocada en el pilotaje de aeronaves, sobre todo las del ejército.

Antes de comenzar con la preparación de los materiales, el científico demandó algo de tiempo. Sacó de la mochila su libreta de apuntes y, sentado sobre la pulida superficie, empezó a dibujar un esbozo de cómo debía ser estructurada la pequeña embarcación. Mientras, sus compañeros se desprendieron las botas y se aproximaron a la pétrea y erosionada orilla del río para refrescar sus doloridos pies. Los tres, remangados los pantalones, y como si de una sauna se tratase, se sentaron en el redondeado y cómodo borde con los pies dentro de la fría agua del río. La propia corriente actuaba de masaje, tanto que quedaron extasiados de tan relajante roce.

—Teníaaaa razón Peter —ululaba Marvin de forma cómica—. ¡Está helada!

Eddie y Norman reían.

—¡Peter! —exclamó Eddie—. Deja el dibujo y ven con nosotros a refrescarte un poco. ¡Esto es estupendo!

—¡Enseguida voy! —contestó—. Primero he de plasmar la idea antes de que se me olvide.

—¡Ufff! Hacía tiempo que no sentía tanto placer en los pies —declaró Marvin mientras recostaba su espalda sobre la superficie.

A Eddie y a Norman les apeteció hacer lo mismo, por lo que los tres yacían con los pies en remojo y mecidos por la corriente del río, disfrutando del maravilloso momento.

—¿Habéis oído eso? —saltó dubitativo Norman, apoyándose en sus antebrazos.

—¿El qué? —contestó Eddie.

—Lo siento, las frutas de Peter me han dado gases —bromeó Marvin.

—¡La madre que te...! —maldijo Norman sonriendo—. Eres un auténtico cerdo.

—¡Shhhhh! —mandó a callar Eddie—. Esta vez sí lo he oído —dijo casi susurrando.

—Os juro que sólo ha sido uno —continuaba Marvin.

De repente, percibieron cómo la roca donde se encontraban echados comenzó a vibrar a intervalos cortos de casi un segundo. No les dio tiempo a pestañear cuando aún aturdidos por la vibración y tras escuchar una especie de espantoso berrido ensordecedor, que les hizo erizar los vellos de la piel, se incorporaron mediante un brinco para correr descalzos hasta el centro de la superficie rocosa, donde Peter de pie y boquiabierto estaba con los ojos desencajados mirando hacia la orilla opuesta.

—¡Dios Santo! ¿Qué diablos es eso? —preguntaba alucinado Eddie por lo que estaba presenciando.

Todos petrificados parecían formar parte de la misma roca que pisaban. De no ser porque las piernas les temblaban no aparentaban estar vivos.

—¡Creo que es un Mamut! —por fin Peter pudo articular palabra, más bien balbuceaba, aunque en voz muy baja. Lo menos que deseaba era molestar a aquel imponente y salvaje animal.

Parecían hipnotizados sin poder apartar la mirada de aquella mole bestial.

—¡No puede ser! —expresó entre dientes Eddie con gran desconcierto—. Los Mamuts dejaron de existir hace miles de años.

—¡Pues eso es un Mamut! —susurró casi sin mover los labios el larguirucho Marvin. Se estremecía como el palo de un velero.

El enorme paquidermo parecía no haberse percatado de la presencia humana. Por fortuna, la suave brisa soplaba en dirección a ellos, y además estaba abstraído arrancando para comer las ramas nuevas de los árboles, al tiempo que las intercalaba con la hierba del suelo. Se encontraba al otro lado del río a apenas unos metros de la orilla, por lo que la distancia total que los separaba del increíble animal era únicamente de escasos cincuenta metros. Distancia insignificante teniendo en cuenta la envergadura de la bestia, pues de un simple brinco había podido presentarse encima de ellos en tan sólo un par de segundos. El río tampoco era un problema para él, puesto que la escasa profundidad sería insuficiente para ni siquiera llegar a cubrir sus gigantescas patas. Estaban tan cerca que podían oler su aliento, incluso de oír sus poderosos movimientos. En aquel instante supieron perfectamente que incluso echando a correr no tendrían nada que hacer ante un posible ataque de la fiera, cuya presencia los impresionaba de manera desmesurada. Por ese motivo y porque estaban aterrorizados, permanecieron totalmente inmóviles.

Las dimensiones de la bestia eran increíbles. El elefante de la especie más grande podía quedar insignificante ante semejante magnitud. Ostentaba una altura cercana a los siete metros, por casi doce de largo. Sus majestuosos colmillos dibujaban una trayectoria elíptica casi perfecta, que llegaban a alcanzar una distancia mayor que su extraordinaria trompa, la cual, entre otros muchos usos, le ayudaba sin duda a mantenerse en equilibrio. Sin embargo, sus orejas eran muy pequeñas, casi ridículas teniendo en cuenta las dimensiones del resto del cuerpo. Las patas delanteras, sensiblemente más largas que las traseras, elevaban la zona de la cabeza. Imagen ésta que lo hacía aún más vigoroso si cabe. Su lomo estaba cubierto de pelo grueso y oscuro, de unos diez o doce centímetros de longitud. Un animal realmente colosal que hace minúsculo a cualquier ser viviente que se encontrase a su lado. El Mamut[*] se extinguió teóricamente hace algo más de tres mil años, por lo que su existencia supuso al grupo una experiencia extraordinaria e imposible de creer, aun cuando lo estaban viendo con sus propios ojos.

[*] En la era de hielo, los mamuts emigraron hacia los casquetes polares. Por instinto no buscaban zonas frías como sugieren los científicos, sino las tierras cálidas de aquellas regiones. Se han hallado fósiles de mamuts en el polo norte, es una evidencia.

Peter, con voz muy baja, sugirió a los demás que se tendieran en el suelo muy despacio, y que poco a poco se fuesen arrastrando hacia atrás hasta salir de la roca y poder esconderse tras la maleza del bosque. Exactamente, fue lo que hicieron. Los cuatro se ocultaron tras unos espesos matorrales para no ser vistos por el mastodonte. Aquello les permitió ocultarse mientras observaban con mayor tranquilidad y seguridad los movimientos de aquel maravilloso animal.

El Mamut continuaba alimentándose, arrancando las ramas con su trompa con una facilidad pasmosa; sus movimientos eran suaves, pero a la vez rápidos y ágiles. De un árbol pasaba a otro y así sucesivamente, hasta saciar su tremendo apetito. Desde una situación privilegiada podían oír con tremenda facilidad el crujir de las ramas, incluso tragarlas; y también el aire que pasaba por su trompa. Cada uno de los pesados pasos que daba el animal, ellos podían percibir las vibraciones en el suelo, cosa que les provocaba un desasosiego tremendo.

Pasados unos minutos eternos, aunque imborrables para el recuerdo, al fin el animal sació su apetito. De repente, giró su cuerpo hacia el río y lanzó su majestuosa trompa al aire acompañada de los gigantescos colmillos, como si éstos fuesen sus guardianes. Un berrido tremendo se hizo oír a muchos kilómetros a la redonda. Los cuatro temieron lo peor, y las tinieblas volverían a cubrir sus almas horrorizadas. Volvieron a sentir como sus cuerpos tiritaban. El animal se acercó a la orilla con cierto descaro, e introdujo su trompa en el agua para beber. Más que beber absorbía el líquido con una parsimonia asombrosa, como si de una bomba extractora de agua se tratase. Justo en ese instante se escuchó de lejos otro berrido similar al suyo. Era, sin duda, otro contrincante protegiendo su estatus en la manada, o quizás retándole las hembras cuyas enormes y oscuras figuras podían apreciarse entre los árboles.

Al fin, el increíble animal abandonó la orilla del río, y con la furia desatada de un monstruo mitológico, fue al encuentro de su adversario rápido y veloz. Los cuatro se percataron de lo que iba a suceder. Una vez vieron el peligro reducido, se acercaron sigilosamente a la orilla rocosa y tomaron los prismáticos para observar la espectacular escena; se trataba de una implacable pugna entre dos magníficos animales por proteger su manada y su territorio vital.




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© Jorge Ramos, 2019