EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 6 - El momento de la misteriosa revelación



Como si quisiera dejarles paso, aquella garganta que formaba la intersección de ambas montañas de hielo dejó de soplar con la misma furia. Cosa que pasó casi desapercibido para los cuatro que, mientras recuperaban el aliento, abstraídos conversaban sobre lo sucedido en referencia a la subida de temperatura. De inmediato, Eddie ordenó que se preparasen para continuar la marcha. Ya habían transcurrido trece horas desde que abandonaron la aeronave y por lo tanto pisaban por primera vez la helada superficie del continente antártico. Ahora debían buscar un lugar adecuado que les sirviera de protección contra el frío y el cortante viento racheado —que de forma intermitente arremetía una y otra vez contra ellos—, y que fuese lo suficientemente seguro como para intentar dormir y recuperar fuerzas.

—¿Habéis visto eso? —preguntó Marvin sobresaltado, colocándose aún la mochila y señalando hacia el hueco que ambas montañas trazaban y por el que acababan de ascender.

—¿El qué? —preguntaron Eddie y Norman al unísono girando sus cabezas.

—¡No, nada, nada! Serán los reflejos o ilusiones ópticas que dice Peter —susurró Marvin con los ojos entre-cerrados.

Emprendieron la marcha, pero Norman no dejaba de mirar hacia atrás, pues le inquietó pensar que su amigo Marvin vio algo al igual que él cuando estaban sobre las Ski-doo, antes de llegar a las montañas, y que podría no ser simples ilusiones ópticas, tal y como el científico expuso en su convincente argumento.

Hasta que consiguieron atravesarla, caminaron durante varias horas por aquella especie de garganta, cuya forma se desarrollaba serpenteante. Una espesa niebla comenzó a inundarlo todo. Ver más allá de unos metros se hacía imposible. De hecho, la luz del sol dejó de brillar en su interior; como si la noche desplegase su capa oscura. Una penumbra un tanto inquietante los acompañó durante todo el recorrido. Caminos quebrados y sinuosos cuyo silbido amenazador, producido por el rozamiento del viento en las abruptas paredes, estremecía a cualquiera. No obstante, eran tan magníficas y tan bellas, pero al mismo tiempo tan lúgubres y peligrosas, que aquellas montañas heladas se hacía aún más deseables para los exploradores.

Aunque a un ritmo lento y cansino, consiguieron avanzar al menos diez kilómetros. El agotamiento les estaba pasando factura; las rodillas se doblaban ante la extenuación y la dificultad del terreno. Detenerse era sinónimo de derrota, de abandono, o lo que es lo mismo, de perecer por congelación. Sin embargo, es maravillosa la cualidad del ser humano cuando, ante el último hálito de vida, el alma busca alimento en la motivación para continuar adelante. Para ellos ésta fue el comprobar que la niebla, al igual que el viento racheado, se hacía más suave a medida que se acercaban al final de la garganta. Una garganta cuya profundidad era cada vez menor y la superficie de paso mucho más ancha. Hecho que hacía que el flujo de viento soplase con menor fuerza. Lo cual indicaba que, no sin dificultad, iban logrando dejar atrás aquel infernal, aunque extraordinario, accidente de la naturaleza; si el hielo fuese su representación, sin duda ésta sería la puerta de acceso al mismísimo infierno.

Para celebración del grupo, después de abandonar aquel desfiladero, el sol volvería a aparecer por el oeste como si fuese uno más de ellos. Se adentraron en una especie de llanura de nieve, casi totalmente horizontal, por la que caminar se hacía sin dificultad alguna. De repente, el viento desapareció, y la calma inundó de nuevo sus corazones, que hasta ese momento palpitaban por el gran esfuerzo. Era sensacional ver aquel espacio casi infinito, como un manto blanco y aterciopelado de nieve blanda. Pisadas que dibujaban huellas de diez centímetros de profundidad, señalaba el camino hacia la cordillera helada que dejaron justo detrás. Su majestuosidad era de menor apariencia observándola desde este lado, pues el aumento de la cota era mucho mayor; al menos mil quinientos metros terminaron ascendiendo, altura a la que se encontraba aquella misteriosa planicie, de la que se podía apreciar su bello horizonte. El sol que apenas asomaba sobre sus cabezas, parecía estar tan próximo a la meseta que hubiera sido posible atravesar de un salto.

El entorno invitaba a ser mucho más favorable —teniendo en cuenta la situación— para ayudar a encontrar algún tipo de indicio o señal que les llevase a descubrir los restos de la expedición desaparecida. Eddie dio la orden de detener la marcha para reponer fuerzas, beber algo de agua y llenar las cantimploras de nieve; el calor corporal haría su trabajo ayudando a cambiar el estado sólido en líquido. Éste sacó sus prismáticos y examinaba los alrededores con la esperanza de encontrar algo que le diera alguna pista.

Y Peter deseaba que eso sucediera lo antes posible:

—¿Ves algo?

—Nada de nada —respondió Eddie sin separar los binoculares de los ojos—. Parece como si la Tierra se los hubiese tragado.

Peter se dispuso a sacar el termómetro de su mochila. Y algo totalmente irracional transformó su rostro, ahora más blanco que la propia nieve. Se descompuso por completo al comprobar que la temperatura marcaba menos 9ºC, por lo que había ascendido otros 10ºC más desde la última vez que examinó la temperatura; 18ºC en total desde que aterrizaron con la aeronave. La tensión muscular comenzó a aflojarse; la vista se le nubló; las piernas temblaron sin control, de tal manera que bruscamente cayó de rodillas en la superficie nevada. Todos fueron a su encuentro para intentar sujetarlo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Eddie alarmado.

—¡No os preocupéis! —exclamó empalidecido—. Estoy bien.

Sin articular palabra y aun reponiéndose del tremendo desconcierto, estiró su brazo y le entregó a Eddie el termómetro. Éste lo observó con detenimiento, levantó la mirada y la dirigió pausadamente a cada uno de sus amigos:

—Creo que ha llegado el momento de contaros algo —expresó de una manera muy serena mientras intentaba concentrarse en lo que tenía que confesar a sus compañeros.

Marvin, Norman y Peter comenzaron a mirarse extrañados entre ellos, al tiempo que se sentaban sobre sus mochilas expectantes a lo que Eddie tenía que decirles con tanto misterio.

—Después de que yo aceptase realizar esta misión —comenzó Eddie mirándolos a los ojos—, el Doctor Clarence me puso en contacto con un hombre de nacionalidad alemana que había estado en el bando Nazi durante la guerra. Según me dijo trabajaba para una organización de inteligencia llamada Abwehr. Por razones obvias de seguridad, no me quiso facilitar su nombre verdadero; el seudónimo por el que me permitió nombrarle fue A10. Al parecer, una increíble experiencia transformó su vida por completo, por lo que este hombre desertó del bando alemán en medio de la II Guerra Mundial, dejando de compartir las inhumanas y crueles formas con las que Hitler y todos sus seguidores trataban a los que no tenían características arias, o incluso a todo aquel que no estuviese de acuerdo con la ideología y régimen Nazi.

»Por todo aquello —continuaba Eddie—, de lo que en un principio él mismo contribuyó, A10 se encuentra tremendamente arrepentido. Dice que ahora se siente en deuda con todos los habitantes del planeta, y su deseo es cooperar en lo posible en sacar a la luz toda la verdad. Según me explicó son importantes conocimientos que podrían transformar por completo toda la humanidad, y de los que el régimen Nazi quiso mantener oculto, en su poder.

»Me contó que un día se dispuso a cumplir una misión secreta para la organización de inteligencia en la que trabajaba, cuya labor se debía desarrollar en la Antártida, muy cerca del polo geográfico. A10 y sus compañeros sobrevolaban la zona cuando, de forma repentina, el avión en el que viajaban dejó de responder con normalidad, por lo que tuvieron que realizar un aterrizaje de emergencia. La mala fortuna se apoderó del momento, y el piloto no pudo controlar los mandos del avión, de modo que el aterrizaje fue peor de lo esperado. Murieron en el acto todos sus ocupantes. Sin embargo, la providencia sonrió al agente A10 que, aunque muy mal herido, logró sobrevivir; increíblemente fue el único que lo consiguió. El avión estaba incendiado sobre la superficie, destrozado por completo, pero A10 pudo salir arrastrándose como pudo; tenía una pierna rota, un hombro dislocado, y su cabeza estaba bañada en sangre. Con un esfuerzo sobrehumano, consiguió llegar hasta una distancia segura, con el objetivo de no ser alcanzado por una posible explosión de los depósitos de combustible. Me dijo que justo en ese instante perdió el conocimiento. Cuando despertó, varias personas con un idioma desconocido lo estaban asistiendo en una especie de camilla. Aún aturdido por el accidente y casi sin recordar lo que había sucedido, preguntó dónde se encontraba, y una de estas personas, de manera muy serena y con un acento extraño, le contestó que no se preocupase, que todo estaba bien, que le estaban curando sus heridas, y que no se encontraba muy lejos de donde se estrelló con su avión. Pero en ese momento no se hallaba en condiciones de reflexionar, su estado aún no le permitía discernir una palabra de lo que dijo aquel misterioso hombre. Únicamente la imagen física del lugar y las extrañas características de los propios ocupantes quedó grabada en su memoria: los individuos tenían cabellera larga y rubia, ojos azules grandes y rasgados, al igual que las otras tres personas que se encontraban alrededor de la camilla, siendo una de ellas mujer. Estaturas esbeltas; sobre 1.95 metros. Las vestiduras que presentaban parecían bastante cómodas; pantalones blancos muy anchos, del mismo modo que la camisa también blanca sin botones y con la forma de cuello redondeada, sin solapa. Al mirar a su alrededor comprobó que se encontraba en el interior de una especie de capsula semiesférica de composición cristalina transparente, sin ningún perfil metálico que reforzara su estructura; de unos quince a veinte metros de diámetro. Según él, en el exterior podía apreciarse una vegetación tropical, cubriéndola una especie de neblina húmeda. Como sabéis, algo imposible dada la condición desértica de la Antártida.

»Él —seguía contando Eddie—, aún en la camilla y mientras aquellos extraños individuos continuaban asistiéndole, preguntó por el tiempo que había transcurrido desde el accidente. Al parecer, tan sólo llevaba en aquel lugar catorce minutos. Intentó incorporarse un poco, pero apenas podía girar la cabeza. Las extremidades y el tronco se encontraban completamente dormidos, de tal manera que no lograba mover un solo músculo. Todo su cuerpo, a excepción de la cabeza, estaba inerte, pero él no sentía ningún tipo de dolor físico. En ese momento, se estremeció al comenzar a recordar el fatídico accidente que él y sus compañeros habían sufrido. Pensó en ellos y se preguntó si habían sobrevivido como él. El hombre alto que tenía a su lado le comentó que no pudieron hacer nada por ellos; que el impacto sobre la superficie fue demasiado fuerte y murieron todos. Aún sobrecogido por lo sucedido e igualmente impresionado por la respuesta del extraño, le preguntó que cómo era posible que supiese lo que estaba pensando en ese momento. El extraño se limitó a guardar silencio. De repente, justo donde se encontraba tumbado, sobre él, una zona del techo semiesférico, de aproximadamente un metro, pasó de la transparencia a la opacidad, de un color blanco muy brillante, por donde salió un haz de luz que comenzó a recorrerle todo su cuerpo. Momento en que sintió mucha paz en su interior, al tiempo que notaba una especie de agradable cosquilleo en la zona del cuerpo por donde pasaba aquella luz. Según dice, la relajación que le provocó fue extrema, tanto que percibía cómo en pocos segundos iba a quedarse completamente dormido. Sus parpados comenzaron a pesar y a cerrarse poco a poco, al tiempo que luchaba por dejarlos abiertos. Sin embargo, la voz del individuo iba alejándose lentamente de sus oídos, comunicándole que pronto volvería a casa sano y salvo.

»Cuando despertó y abrió los ojos —proseguía la historia Eddie—, se encontraba solo, en un bosque junto al Lago Fagnano, al sur de la Patagonia Argentina, completamente sano, sin ningún tipo de dislocación en su hombro, ni fracturas en la pierna. No mostraba indicios de haber sido operado, ni cicatrices, ni marcas de ningún tipo, tan sólo su ropa estaba rasgada y manchada de sangre. Después de aquella increíble experiencia, asombrado por lo que le había sucedido y al mismo tiempo agradecido a aquellas misteriosas personas que le salvaron la vida, su conciencia fue transformada por completo, como si de repente algo se iluminara en su interior. A partir de entonces, desertó y se dedicó a investigar por su cuenta los secretos que para la ciencia y la humanidad serían de una importancia extraordinaria. Según A10 cambiaríamos por completo la forma en que vemos nuestro mundo; además de que dejaría de existir un solo ser humano sobre la Tierra que pasara necesidades. Los Nazis custodiaban celosamente estos secretos de estado. Pero lo que es más grave aún es que este conocimiento, después de haber concluido la guerra, ¡pasó a manos de nuestro propio gobierno y de la URSS entre otras grandes potencias!

—¿Estás queriendo decir —interrumpió Peter— que nuestro presidente está informado de todo esto y que no lo ha sacado a la luz? ¡No tiene ningún sentido!

—¡Estoy de acuerdo contigo! —exclamó Marvin—. ¿Qué nación no desea lo mejor para su pueblo?

—Es aquí donde supongo que A10 quiere llegar —continuaba Eddie—. ¿No os parece extraño que todos los países que conocen el secreto estén de acuerdo en no hacerlo público? Según las investigaciones del agente A10, la misión que le llevó al continente antártico no fue precisamente para recoger unas simples muestras científicas tal y como le habían ordenado, sino para algo mucho más trascendente que eso. Sin embargo, sigue sin encontrar claras evidencias de quiénes eran aquellas personas que le asistieron, cuyo avance médico hiciera sanar tan pronto de sus gravísimas lesiones.

—Desde luego. Es realmente asombroso —saltó Peter—. En condiciones normales hubiese estado varios meses convaleciente.

—¡Además de lo insólito del lugar donde le curaron! —continuaba Eddie—. ¿Una cúpula semiesférica de material cristalino en medio de aquella vegetación tropical, supuestamente situada en mitad de la Antártida? ¡Parece absurdo! A menos que esté completamente chiflado, entiendo el deseo de A10 por revelarnos toda esta información. Quiere advertirnos que en esta zona existe algo que los gobiernos no quieren que el resto del mundo sepa; un secreto oculto y celosamente guardado desde hace tiempo.

»Ahora sé que la expedición desaparecida —proseguía Eddie— en la que por desgracia se encontraba mi amigo Allan, voló hacia este punto con el mismo propósito. Muchos de ellos también conocían el secreto. Según A10, algunos miembros trabajaron para los servicios de inteligencia de sus respectivos países, pero desgraciadamente, estos se llevaron el misterio consigo. Tal vez querían descubrir el conocimiento y darlo a conocer al mundo, o tal vez utilizarlo únicamente para sus propios intereses. Eso ya no lo sabremos nunca.

Eddie observó cierto grado de preocupación en los rostros de sus compañeros; sin embargo, la curiosidad y expectación que les produjo aquella revelación ante la misión que tenían por delante era aún mayor.

—Sabéis que soy una persona bastante escéptica para ciertos asuntos —justificaba Eddie—, motivo por lo que no os conté nada de esto con antelación. Para mí, era razón suficiente intentar encontrar los restos de Allan y, por supuesto, de los demás desaparecidos. Pero ahora compruebo que algo está sucediendo si tenemos en cuenta el extraño aumento de temperatura. Pienso que puede estar relacionado con toda esta historia.

Durante unos segundos el silencio se apoderó de ellos; las sombras estáticas y alargadas del grupo así lo manifestaba.

—¿Crees posible que según la información de A10 —preguntaba Peter sorprendido y algo sobrepasado por la situación—, exista alguna base secreta construida por los Nazis, y luego confiscada por otros gobiernos?

—Eso es lo que pienso —asintió con la cabeza Eddie—. Pero me temo que debe haber algo más, y que los promotores de la misión no quisieron contarme. Incluso intuyo que A10 se guardaba algo más. Aún no sé lo que es, pero lo averiguaremos.

—A Hitler le gustaba apropiarse de las reliquias de poder —saltó Marvin—. Tal vez no sea más que eso.

—Más bien pienso que la cosa va en dirección de algún avance científico —propuso Norman—, algo extraordinario que pudiera ayudarle a dominar el mundo. No olvidéis que Hitler estaba obsesionado con eso.

—¿Pero... y las fracturas y heridas de A10? —cuestionaba Peter aún desconcertado—. ¡No me cabe en la cabeza que pudieran sanar en tan poco tiempo! ¿Qué sentido tiene todo esto?

—Tal vez sea más sencillo de lo que parece —argumentaba Marvin—. Tuvo un fuerte impacto en la cabeza, y lo normal en esos casos es perder el conocimiento y la noción del tiempo. Eddie escuchaba con atención la conversación que mantenían sus tres amigos con respecto al inquietante misterio. Su intuición le transmitía que algo muy poderoso estaba detrás de todo el asunto. El constante incremento de temperatura que experimentaron desde que pusieron un pie en continente antártico le tenía totalmente desconcertado. ¡Se encontraban en mitad del Polo Sur, y era disparatado solo pensarlo!




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© Jorge Ramos, 2019