EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 11 - Su peso es menor al del volumen de agua que desaloja



Todavía no daban crédito a lo acontecido. De hecho, el corazón aún les latía apresuradamente, como si quisiera salirse del pecho. Trataban de reponerse del terrible sobresalto que les causó aquel imponente animal. Si un forense hiciese una descripción con la imagen que reflejaba el grupo se parecería a esta: la sangre se les había helado, los cuerpos aún se encontraban estremecidos, los ojos fueras de sus órbitas, y los cabellos de punta. Habían sufrido lo que se conoce vulgarmente como un susto de muerte. No obstante, continuaron con el plan establecido. Peter concluyó el esbozo de la balsa que una vez construida debía ayudarles a descender por el cauce del río, evitando el farragoso trabajo de ir abriéndose paso por la vasta y densa orilla tupida de matorral, arbustos y demás pastizal salvaje.

Dimensionada lo suficiente para soportar cuatro personas adultas sin riesgo de hundirse, la balsa debía medir, una vez construida, dos metros y medio de longitud por otros dos metros de ancho. Su estructura consistía en dos vigas longitudinales, con un mínimo de quince centímetros de diámetro por dos metros y medio cada una, y separadas dos metros entre ellas. Para una mayor estabilidad de la balsa, éstas harían la función de doble quilla[*], justo donde apoyarían los refuerzos transversales de al menos cuatro centímetros de diámetro cada uno; unidos paralelamente entre si uno tras otro formando un conjunto lo más compacto posible, y amarrados con posterioridad sobre la estructura longitudinal. 

[*] Viga longitudinal de un barco que actúa como columna vertebral. Su función consiste en apoyar en ella toda la estructura transversal.

Muy cerca de donde ellos se encontraban, había una zona de cañizar. Allí crecía una especie de bambú de aspecto verdoso oscuro, con un porte bastante leñoso y resistente, cuya altura llegaba a medir alrededor de los cinco o seis metros; además presentaban diversos grosores para lo que ellos trataban de construir. De modo que no dudaron un instante en utilizarlos para la fabricación de la balsa.

Prepararon cincuenta travesaños de cuatro centímetros de diámetro. Para la estructura longitudinal cortaron las dos enormes quillas. Todo ello tomando como herramienta el filo dentado de los machetes. En algo más de dos horas y media apilaron sobre la roca todo lo necesario para comenzar a construir la balsa. Únicamente faltaba algo con que amarrar toda la estructura, para ello pensaron en utilizar las cuerdas de escalada.

—¡Gracias a Dios que estábamos en esta orilla del río! —comentaba Marvin acordándose del Mamut mientras unía varios travesaños—. No me hubiese gustado encontrarme bajo las patas de ese mastodonte.

—Probablemente —dijo Eddie— no hubiéramos tenido la oportunidad de contarlo.

—Nos habría aplastado como un crío aplasta hormigas en el patio de un colegio —sonrió Peter.

—Aplastado —saltó Norman—, o ensartado en sus colmillos. No sé qué es peor.

Mientras concentraban todo el esfuerzo en la construcción de la balsa, aún pasaban por la mente imágenes de aquel espantoso encuentro.

Una vez terminaron la construcción de la obra, los cuatro quedaron unos minutos observándola, satisfechos por el trabajo realizado. Tan sólo quedaba probarla.

—¡Vamos, echadme una mano, chicos! —solicitó Eddie, agarrando uno de los vértices de la flamante balsa—. Llevémosla a la orilla y comprobemos si flota.

Sujetando un vértice cada uno, la acercaron al borde de la roca de tal manera que únicamente tenían que empujarla hasta dejarla caer con suavidad sobre el agua.

—Lástima que no tenemos una botella de champán —bromeó Marvin.

—Creo que lo último que haría en estos momentos sería desperdiciarla sobre la balsa —dijo Peter—. Nunca hubiese pensado que necesitase un trago.

Peter era abstemio, jamás bebía alcohol, sólo en aquellos momentos donde la celebración era un medio de justificarlo.

Aseguraron la balsa amarrando una cuerda al costado de estribor para evitar que la corriente de la llevase a la deriva. Después pusieron todo el cuidado para dejar caer el lado de babor con extrema delicadeza, hasta que tomó contacto con el agua cristalina. Bastó un empujón más —mientras Peter sujetaba la cuerda de seguridad—, y como si de la botadura de un gran buque se tratase, la sólida estructura resbaló hasta caer sobre la superficie del río; éste dio la bienvenida a la balsa con un suave y hueco chapoteo; señal satisfactoria e inequívoca de una extraordinaria flotabilidad. No sólo se mantenía esplendorosa sobre el elemento líquido, sino que parecía tremendamente robusta y estable ante los ojos eufóricos del grupo. Felicitándose por el trabajo, los cuatro se abrazaron de alegría.

Aquella magnífica creación que debía ayudarles a salir de aquel lugar, mientras recuperaban sobre la roca el esfuerzo realizado, era motivo de una relajada contemplación. Comieron y bebieron lo suficiente intentando administrar los escasos recursos alimenticios de que disponían: apenas un par de pequeñas latas en conserva, varias galletas de trigo y un trozo de chocolate.

Aunque aún les quedaba por fabricar cuatro remos, fue algo realmente fácil teniendo en cuenta la obra ya realizada; con varios restos de cañas de bambú que usaron para la construcción de las quillas, que como se puede recordar eran de un grosor considerable —exactamente de unos quince centímetros de diámetro—, sólo tuvieron que cortar un par de ellas a la medida que permitiese remar con comodidad. Después la cortaron a todo lo largo, es decir, longitudinalmente, mostrándose media caña en toda su extensión, y de allí salieron cuatro estupendos remos.

—Chicos —dijo Peter entre labios—. ¿Creéis que estas cuerdas resistirán?

—No te quepa duda —aseveró Eddie—. Si resisten las rozaduras de las rocas al peso del cuerpo humano, no creo que un poco de agua les haga daño.

—¡Bueno! ¿Quién es el valiente que se sube el primero? —ironizó Marvin preparando su mochila.

—Si las cuerdas aguantan a la tensión —explicaba Peter, al tiempo que guardaba su diario—, puedo asegurar que la balsa no se hundirá.

—Subiré primero —anunció Eddie dirigiéndose a ella.

—No —se opuso Norman sujetándolo del brazo—. Déjame a mí. Al fin y al cabo, fue idea mía.

—Está bien, sostendremos la balsa mientras subes a bordo.

Sin pensarlo dos veces, Norman se dirigió con cierta determinación a la orilla, y con ayuda de Eddie subió sobre aquel rectángulo construido de cañas de bambú de dos metros y medio de largo por dos metros de ancho. El comportamiento de la balsa fue extraordinario, incluso mejor de lo esperado por el propio Peter, artífice del diseño y cálculo estructural. En absoluto mostró algún síntoma de inestabilidad y menos aún de zozobrar; aquellas enormes cañas hicieron bien su trabajo. Los rostros iban adquiriendo una especie de alegría cuando, desde la roca, observaban fascinados como Norman, cuan auténtico capitán de navío, gobernaba aquella embarcación fabricada por ellos.

De inmediato, trasladaron todas las mochilas a la embarcación, y de uno en uno comenzaron a subir a bordo. Un leve empujón utilizando uno de los remos sobre la roca fue suficiente para alejarse lentamente de ella; el lugar que les permitió acampar, descansar y comer; el lugar donde les proporcionó la experiencia más formidable de sus vidas, el encuentro con aquel increíble y extraordinario animal; y el mismo lugar en donde su dura superficie sirvió posteriormente de astillero. Una especie de cierta nostalgia era manifestada por parte del grupo expedicionario.

Sin remar, dejando que la propia corriente del río hiciera su labor, poco a poco iban dejando atrás la gran roca. Apenas utilizaron los remos para orientar la balsa, ya que a la velocidad a la que se desplazaba era mayor a la que podían caminar.

Habituarse al equilibrio del suave balanceo de la pequeña embarcación era sólo cuestión de tiempo. Las propias mochilas, colocadas dos en babor y otras dos en estribor, sirvieron de asientos y emplazamientos en donde los remos habían de realizar su tarea. Eddie y Marvin cubrieron la zona de proa, mientras que Norman y Peter la de popa. Aliviados y al mismo tiempo exultantes navegaban por el río, al tiempo que felicitaban a Peter por su estupendo diseño.

Ahora todo era más agradable, ya que no tendrían que malgastar esfuerzos en desplazarse por el entorno, únicamente limitarse a disfrutar de él, observando todo cuanto el sentido de la vista podía ofrecerles.

Peter no paraba de escribir notas en su cuaderno de apuntes, mientras Eddie, Marvin y Norman contemplaban absortos el extraordinario paisaje que les obsequiaba aquel entorno natural y salvaje. Navegaron treinta kilómetros en apenas tres horas, dejándose llevar por el mismo curso del río.

En plena observación, Peter advirtió asombrado al resto de compañeros de la nueva inclinación del Sol, bastante más bajo de lo que antes se encontraba, con un ángulo de entre ocho y diez grados. Debido a eso, la luz del día era cada vez más tenue, pudiendo asemejarse al atardecer de un día normal de verano, en un lugar cualquiera, de cualquier país del mundo. Mas este atardecer tenía la extraña característica de avanzar si ellos avanzaban también.

Del mismo modo, Eddie observó —aprovechando la situación cómoda y factible de estar en mitad del río— el incremento de la concavidad del horizonte que les precedía, bastante más acentuada que la última vez.

—Me pregunto dónde nos llevará todo esto —susurró Eddie pensando en voz alta.

—Sin duda al océano —manifestó Marvin con convencimiento—, fuera del continente antártico.

—No estoy tan seguro de eso amigo mío —dudó Peter—. Según mis cálculos, el océano antártico se localiza muy lejos de donde nos encontramos en estos momentos, tan lejos que a esta velocidad y con todo a nuestro favor necesitaríamos al menos diez días para alcanzar la costa. Ahora estoy convencido de que estamos en un lugar inexplorado por el hombre, al menos que se sepa oficialmente. Debe haber algún poderoso motivo por el cual ocultan este lugar.

Eddie lo miró y asintiendo con la cabeza dijo:

—Estoy de acuerdo contigo Peter. La expedición desaparecida lo sabía. Al igual que lo sabía los oficiales nazis que enviaron a A10 y a sus compañeros a aquella misión. Ya no me cabe duda que las personas que pagan nuestros servicios tienen algún conocimiento de todo esto; de este asunto no nos han contado toda la verdad.

Aquellas palabras denotaron en el rostro de Eddie cierto aire de preocupación. Tenía el convencimiento de ser engañado, y su ingenuidad le llevó a contar con sus tres mejores amigos, cosa que le dolía especialmente.

—Siento en el alma —se excusaba— haberos comprometido en un fregado como este. Tenéis familias, al igual que yo. Nuestras vidas valen más que todo esto. Por eso mi deber es poner punto y final a esta estúpida misión. A cada paso que damos la situación se hace más insólita. Pongamos toda nuestra atención en regresar a casa —concluyó cabizbajo.

—¡Ni hablar, Eddie! —saltó raudo Peter, casi sin dejarlo terminar—. Ahora soy yo el que dice que debemos continuar. Lo que estamos descubriendo es muy importante para el futuro de la humanidad. Esta zona es completamente virgen e inexplorada por el hombre. Existe una biodiversidad animal y vegetal sorprendente que la ciencia creyó extinguida hace muchos miles de años. Nuestro compromiso como seres humanos es dar a conocer a todo el mundo este gran descubrimiento. Me da igual quién esté detrás de todo esto —dijo convencido—. Llamaremos a los periódicos más importantes del país y llevaremos a juicio a estos delincuentes.

—¡Y después qué! ¡Comenzarán a explotar la zona, como lo han hecho con todas las selvas! —advirtió Marvin amargamente—. De todas formas, pienso que también deberíamos continuar.

En ese instante se hizo un pequeño silencio, y Norman lo rompió tratando de eximir a Eddie de toda culpa y responsabilidad:

—No tienes que darnos explicaciones. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y sabemos que nunca harías algo para fastidiarnos. Todo lo contrario, tenemos que agradecerte que hayas puesto toda tu confianza en nosotros. Además, jamás nos obligaste a aceptar el trabajo, aunque yo no lo considero un trabajo, más bien es una buena excursión y, como sabes, a mí me gusta el riesgo.

Si ya comenzaba a aflorar cierta luz en el rostro de Eddie, el último discurso terminó de devolverle todo su resplandor. Un tipo como Norman, de aspecto duro por fuera y con un carácter algo introvertido, cosa que confundía su verdadera personalidad, ocultaba un interior dulce y sensible al mismo tiempo.

—¡Está bien, me habéis convencido! —exclamó emocionado por el apoyo—. Continuaremos hasta el final de todo esto.

A medida que se deshacían de las dificultades, por muy infranqueables que éstas fueran, el compañerismo y la unión del grupo crecía. Como también crecía el cauce del río y la velocidad en que fluían sus aguas. En plena muestra de conformidad, los cuatro expedicionarios chocaron los puños cerrados mientras la balsa seguía inexorablemente su curso hacia lo desconocido; tal era un nuevo mundo, tan siquiera imaginable para ellos.




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© Jorge Ramos, 2019