EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 18 - La base secreta



Apertura Polar Sur “El Anillo”

Se extendía entre los árboles una vegetación salvaje cuya espesura difícilmente dejaba entrever más allá de la penumbra que separaba la luz de la oscuridad. Ocultándose tras los matorrales, los cuatro expedicionarios se iban aproximando sigilosamente. Una extraña alambrada de cinco metros de altura, compuesta por cables horizontales de acero reforzado, pero con el suficiente espacio entre si como para que una persona de corpulencia normal pudiese atravesarla, los separaba de la gran edificación. A simple vista podía apreciarse de que no se trataba de un enrejado común, sino más bien de una especie de barrera intimidatoria. Pero… «¿De qué se estarán protegiendo?» «¿Qué será era aquello que procuran no dejar escapar?»: tales eran las reflexiones que como flechas atravesaban sus mentes; cosa que les hacía erizar toda la piel.

—Tenemos que entrar ahí como sea —murmuraba Eddie.

—¿Te has vuelto loco? —susurró Peter sin creer lo que estaba oyendo—. Esa gente comenzará a disparar cuando vean asomar nuestras cabezas. No se lo pensarán dos veces.

—Si estamos atentos a la conversación —musitó Norman—, tal vez obtengamos alguna pista.

La idea fue bien recibida, por lo que extremando la precaución decidieron cruzar la alambrada de uno en uno. Se ocultaron entre los últimos arbustos y matorrales que emergían sobre la penumbra y que lindaban con la explanada del edificio. Ahora, una superficie de treinta metros de asfalto que rodeaba toda la estructura era lo único que los separaba de los dos centinelas. La iluminación de la farola no llegaba a cubrir todo el ancho del terreno, por lo que favorablemente se encontraban en un ocaso de luz; una zona protectora y cómoda para estar relativamente tranquilos. De modo que, allí permanecieron agazapados intentando oír lo que decían.

Pero antes, el olfato de Marvin advirtió algo:

—¡Diablos, que peste! —exclamó en voz baja cubriéndose la nariz y la boca, mientras que con la otra mano señalaba el lugar de alivios fisiológicos.

Instantáneamente, como si sus cerebros estuviesen conectados mediante cables, Eddie y Norman se miraron con una complicidad extraordinaria. Ambos habían pensado lo mismo. Parecía claro que uno de los dos centinelas, o quizá los dos, acostumbraba a evacuar su vejiga en el mismo lugar. Por lo tanto, tarde o temprano alguno accedería al punto clave, donde el hábito fue transformado ya en una tradición.

—¡Oh, no! ¿No pensaréis…?

—No te preocupes Peter —susurraba Eddie tranquilizándolo—, ni se enterará. Cuando despierte tan sólo sentirá un fuerte dolor de cabeza.

—Eddie, lo haré yo, sé lo que me hago —propuso Norman muy seguro de su estrategia—. Me esconderé justo detrás de estas ramas. Habré acabado antes de que se eche la mano a la cremallera del pantalón.

—Está bien, ten mucho cuidado. Nosotros nos retiraremos a ese otro matorral. Estaremos atentos a lo que dicen.

La brisa corría a favor, es decir, hacia el bosque, por lo que la fortuna les sonrió en ese aspecto. Y poniendo especial atención comenzaron a oír la conversación que mantenían los dos centinelas:

—…no que va, ayer volví a tener servicio con Forrest. ¡Ese capullo es un imbécil! ¡Más de mil tíos trabajando en todas las bases y me tiene que tocar otra vez con él! ¿Sabes que me dijo el cabronazo el otro día? ¡Que no soportaba más este trabajo!

El compañero rió desconsoladamente mientras expulsaba el humo de un cigarrillo:

—Pues le queda para un rato. ¡Será estúpido! ¡Como si pudiera renunciar cuando se le antoje! Eso lo tenía que haber pensado antes de firmar la cláusula del contrato.

—¿Sabes Clair? Me comentó que una vez tuvo que acompañar a un científico nuevo a la zona restringida y vio algo que le removió el estómago. A mí, desde luego, mientras me paguen el sueldo me importa una mierda lo que estén haciendo ahí dentro.

—¡Si vio algo que no le gustó, pues que cierre los ojos o mire para otro lado, coño! No nos pagan para que vigilemos una maldita residencia de ancianos. Mira Bernie, olvídate de ese tipo porque no merece la pena hablar de él.

—Lo sé, pero me cabrea cada vez que coincidimos en el servicio de guardia. No hace otra cosa que quejarse de la empresa. Y me da mal rollo escucharlo. Me deprime. ¿Es que no está contento con el sueldo? ¡Poca gente tiene estos honorarios! ¿Quién dispone de seis meses de vacaciones pagadas al año? También es cierto que estamos otros seis sin ver a nuestras familias, y que cuando nos transportan a otras bases lo hacen como si fuésemos animales, con vehículos sin ventanas. Pero luego tiene su recompensa. ¿No es cierto Clair?

—Por su puesto. No pienses más en ello. Forrest es un cretino. Perdona Bernie, pero no aguanto más, voy a descargar las cervezas que me he tomado.

Tras disculparse de su compañero, Clair apagó la colilla de un pisotón. Y sin soltar ni una sola arma se dirigió perpendicular hacia los matorrales. De los dos era sin duda el que ostentaba una corpulencia física mayor, por lo que Eddie, a pesar de saber de la fortaleza de su amigo Norman, tragó saliva angustiado.

Allí era justo donde se encontraba agazapado el rudo de Norman, aguantando a duras penas la respiración, no por temor a lo que tendría que hacer en unos segundos, sino por el hedor nauseabundo que emanaba la zona.

Al igual que él, el resto del grupo había escuchado perfectamente toda la conversación. Y como un octópodo cuando se dispone a atrapar a su presa, éstos tensionaron los músculos de todo el cuerpo al ver acercarse al hombre armado, caminando despacio, relajado, entregado a su ritual, casi ilusionado por lo que iba a hacer. Ellos, sin embargo, aunque confiaban plenamente en su compañero Norman, les afloraron los nervios por un desenlace incierto. Había llegado el momento crítico. A Peter le temblaban las piernas, el sudor que se derramaba a grandes caudales por su frente sustituyó al frío que minutos antes padecía, «un sólo movimiento en falso y estamos acabados» pensaba aterrorizado. Suplicaba al cielo porque Norman no fallara. Eddie y Marvin fingían estar tranquilos, si bien, era únicamente un disfraz; tragaban saliva para humedecer sus gargantas y apretaban los dientes ante lo que estaba a punto de suceder.

El centinela comenzó a retirarse de la zona iluminada y poco a poco se iba adentrando unos pasos en la penumbra. Norman estaba situado en el punto justo donde, por las señales del terreno, intuyó que iba a aliviarse el centinela. Se inclinó detrás de una gran maraña de hojarasca, aguardó el momento preciso en que el necesitado apareció y, con un trozo de tronco, arreó un fuerte y certero golpe en la nuca.

Una especie de sonido sordo salió de entre los matorrales, cosa similar a cuando se batea una pelota de madera recubierta de corcho. Fulminante, el sujeto cayó al suelo desfallecido. Entre los cuatro asieron su cuerpo inerte y lo retiraron unos metros hacia el interior del bosque, cerca de la alambrada. Una zona segura donde nadie pudiera oírlo ni verlo. Le despojaron del uniforme y de las armas. Sujetaron su cuerpo al tronco de un árbol mirando hacia la alambrada y, para amordazarlo en el caso de que se despertase, le ataron fuertemente un pañuelo enrollado en la boca.

—Buen golpe —musitó Marvin con un gesto de aceptación.

Pocas personas se mostraban tan seguras de su fuerza como Norman; era conocido por todos como un auténtico portento físico. Los que sabían de su destreza, decían que una sola mano le bastaba para asfixiar a un hombre.

Peter no se sentía cómodo con aquella violencia. Se veía reflejado en su rostro.

—No te preocupes Peter —lo tranquilizó Norman—, se recuperará pronto. Cuando despierte no sabrá que ha pasado.

Aunque a Peter las palabras de Norman no le sirvieron de mucho, si bien percibió cierto humanismo en su compañero que le complació.

Para tranquilizarlo, Eddie le dio unas palmadas en el hombro. Y luego expresó:

—Ahora me toca a mí. Creo que este traje me quedará bien.

Una vez Eddie se cambió de ropa, volvieron al lugar de la acción para concebir un plan. Pues aún debían neutralizar al segundo centinela. Pero, ¿cómo hacerlo sin ser vistos por la cámara móvil?

Eddie ya tenía diseñado un escenario en mente:

—Marvin —susurraba a todos, la idea a seguir—, tú tienes el tono de voz muy parecido a este tal Clair. Mientras finjo estar buscando mi encendedor cerca del último matorral, te ocultarás detrás de ese árbol y luego llamarás a Bernie para que venga a ayudar a buscarlo. ¿De acuerdo? El resto, ocultaros bien.

Tal fue explicado su planteamiento, tal fue aceptado por todos.

De inmediato se situaron en posición. Eddie, debidamente uniformado y armado como el propio centinela, se aproximó al último matorral, e inclinándose de espaldas al edificio, haciendo como si se le hubiese perdido algo, envió la señal a Marvin para que empezara a reclamar la presencia del otro centinela.

—¡Disculpa, Bernie! ¿Me ayudas a buscar mi encendedor? ¡Se me ha caído por aquí! —gritaba Marvin haciéndose pasar por Clair, distorsionando algo su voz con un pañuelo en la boca.

—¿Cómo no? Ahora voy.

Impaciente, lo esperaba Eddie con la mirada clavada en la superficie. Tras oír sus pasos aproximarse agarró el Subfusil M3 fuertemente con ambas manos. El centinela alcanzó la posición y se inclinó para ayudarle a buscar, momento preciso en que Eddie sólo tuvo que incorporarse y, con la culata del Subfusil, asestarle un golpe infalible en la cabeza. De inmediato, éste perdió el conocimiento y cayó redondo sobre el terreno.

El procedimiento que continuó fue idéntico al primero; es decir, se apoderaron de su uniforme y de las armas para luego amarrarlo a otro árbol.

—Este tío tiene más o menos mi talla, creo que el traje me encajará bien —dijo Norman mientras se probaba la cazadora negra.

Nuevamente volvieron al lugar. Marvin y Peter se escondieron en la penumbra. Mientras, como si nada hubiese pasado, Eddie y Norman se dirigieron resueltos hacia la puerta que estaban custodiando los centinelas. Debían tomar la misma posición que los originales antes de que el posible vigilante de la cámara pudiera sospechar algo.

—Norman, recuerda que tú eres Bernie y yo Clair —expresó Eddie entre dientes—. No te muevas de aquí. Intentaré ver que se cuece ahí dentro. Volveré enseguida.

—Entendido.

Aparentando total normalidad, Eddie accedió por la puerta individual. Se encontró con un enorme y solitario distribuidor, el cual estaba perfectamente iluminado. Diez pasos de largo y otros diez de ancho limitaban sus paredes, éstas disponían de diversas puertas dobles. En la pared de la izquierda había dibujado el mismo símbolo del exterior; es decir, un ojo encerrado en un gran triangulo. Sobre cada una de las puertas rótulos informativos: Comedor, Sala de Descanso, Sala Recreativa, Dormitorios, Aseos... entre algunos de ellos. Pero el que más le llamó la atención, fue el que figuraba como Sólo Acceso Autorizado. No obstante, Eddie se dirigió en primer lugar hacia la puerta de los dormitorios, la abrió y se encontró con un pasillo ancho y varias aberturas a los lados que daban al interior de cada una de las habitaciones comunes. Todo parecía estar en completo silencio, únicamente era roto por dispersos ronquidos de fondo. Justo a su altura, en la pared de la derecha, un pequeño tablón de anuncios; el cuadrante de servicios colgaba de una chincheta. Al analizarlo comprobó que aún restaba algunos minutos para relevar de sus puestos a Clair y Bernie. Quizás un tiempo algo ajustado para echar un vistazo tras la misteriosa puerta restringida y salir cuanto antes del recinto alambrado con sus compañeros sin que fuesen descubiertos. Sin embargo, sabía que era el mejor momento para hacerlo, «imposible tener otra oportunidad como esta», pensó. Aunque en breve efectuarían el cambio de guardia, su naturaleza aventurera era más fuerte que el propio miedo que pudiera sentir. Ni dos veces lo meditó cuando ya se encontraba rebasando la puerta del Sólo Acceso Autorizado, la cual accedía a otro enorme pasillo. Unas luces de emergencia lo iluminaban. A ambos lados una distribución de varias puertas con la parte superior acristalada, por la que se podía ver a través instrumentos de laboratorio. Aquello sólo hizo aumentar su curiosidad, por lo que no pudo evitar adentrarse unos pasos más en el pasillo. Otros distribuidores lo cruzaban dando la impresión de estar en un recinto hospitalario. Giró hacia la izquierda por el primero y continuó caminando despacio. Al fondo otra puerta en la que ponía Área Restringida 3. La tentación espoleada por la corriente de adrenalina se multiplicaba todavía más. Justo detrás otro pequeño pasillo, pero bastante más estrecho que los anteriores. Cuatro puertas se repartían en distancias iguales, dos a cada lado, y a unos veinte metros entre ellas. Esta vez, a diferencia de las anteriores, la parte superior no se encontraba acristalada. Eddie accedió por la primera de la derecha en la que un rótulo decía Proyecto M13. Una iluminación vaporosa y circundante de la estancia dejaba entrever su interior: una especie de laboratorio, éste con un extraño aunque soportable miasma. Dominando el centro de la gran sala rectangular, una enorme mesa de operaciones algo desordenada con instrumentos científicos. En la pared izquierda de la puerta por donde accedió, una consola estrecha y alargada a modo de estantería con grandes frascos de vidrio llenos de algún líquido transparente. Y encerrados en ellos, fetos de lo que parecían diversos tipos de animales deformes, muchos eran criaturas extrañas, algunas con un aspecto monstruoso y escalofriante.

Eddie iba recorriendo la estantería lentamente, estremecido, con la mirada clavada en aquellos frascos de la barbarie, y con la mano cubriéndose la nariz. Algo verdaderamente aberrante creado desde una conciencia cruel. Pero aquello sólo fue el principio. Sintió una especie de sacudida en su corazón cuando presenció el espectáculo más dantesco y horroroso que mostraba la pared de enfrente: gigantescos receptáculos de cristal, ordenadamente puestos en pie, de más de dos metros y medio de altura, contenían el mismo líquido transparente. Inmersos en su interior había extrañas criaturas de tamaño adulto y aspectos desiguales, cuyos cuerpos, algunos de ellos deformes, se encontraban entubados por el ombligo mediante una especie de cordón umbilical artificial; del mismo modo, sus cabezas se hallaban cableadas por la nuca. De la nariz, o lo que parecían orificios de respiración, surgían pequeñas burbujas de aire, hecho que hacía pensar que presentaban vida, al menos en forma vegetal.

Eddie giraba la mirada a su derredor y no daba crédito a lo que estaba viendo. Paralizado por el tremendo horror de aquella siniestra atmósfera, puso esta vez la mano sobre su boca y continuó caminando despacio con los ojos casi desorbitados.

Ocho receptáculos en total contenían a otros tantos seres de diversas dimensiones y morfologías. Todos presentaban una piel muy pálida y carecían de vello corporal. Algunos más corpulentos aparentaban un gran desarrollo muscular; otros sin embargo eran más delgados y aunque pequeños disponían de una cabeza desproporcionada al cuerpo. Sin embargo, Eddie mostró especial atención en uno particularmente distinto al resto, de pequeña estatura, podría decirse que menos de un metro. Su piel era blanquecina, tirando a gris verdosa, y los brazos prominentes, al igual que sus delgados dedos; cabeza grande y ovalada, con enormes ojos oscuros y brillantes, que se prolongaban hacia lo que parecía unas pequeñas aberturas en lugar de orejas. Tal era el aspecto físico de aquel ser, que en su conjunto aparentaba delatar cierta debilidad, y que a Eddie tanto desconcertó.

Discurrió lentamente frente a todos los receptáculos observando con estupor cada uno de ellos, sin poder evitar estremecerse al mirarles a los ojos. Sus expresiones parecían querer decirle algo, incluso creyó percibir que algunos lo seguían con la mirada. Sentimientos encontrados inundaron su alma. Por una parte, experimentaba una tremenda tristeza, una especie de compasión, y por otra un terror espeluznante que hizo saltar todos los vellos de su cuerpo. Jamás hubiese imaginado encontrarse con un escenario tan dantesco e inhumano a la vez, algo que jamás olvidaría por el resto de su vida.

Un reloj en la pared le recordó el tiempo que restaba para efectuarse el relevo de la guardia. No había mucho más tiempo para entretenerse. Debía salir de allí cuanto antes.

No obstante, justo cuando iba a girarse para regresar, vio a su izquierda, justo detrás de la gran mesa de operaciones, una abertura rectangular en el suelo que daba lugar a una escalera estrecha. Se dirigió hacia ella expectante y bajó unos peldaños. Sin duda, su composición era antigua, creada con grandes bloques de piedra. Las tinieblas reinaban en el fondo. «Dios mío que habrá ahí abajo» pensó. Aún en la penumbra pudo observar un interruptor que accionó de inmediato. La luz de una vieja y polvorienta bombilla iluminó todo el tramo de escalera hasta llegar abajo. Descendió sus incómodos veinticuatro peldaños del mismo material, desgastados por el paso del tiempo. En la terminación accionó otro interruptor. Una bifurcación redondeada, de aspecto arcaico, con forma de cúpula se iluminó. Ésta se extendía en al menos diez pasos de diámetro. Su interior distribuía tres pasadizos arqueados suficientemente anchos como para acceder por ellos dos personas al mismo tiempo. «Es inútil continuar» se dijo, «debo volver a toda prisa». El tiempo apremiaba, ya que probablemente era la hora del cambio de guardia. Pero justo antes de salir, en la bóveda de la bifurcación divisó lo que era una gran esvástica Nazi, tallada sobre la roca. Aquella visión lo dejó con gran perplejidad. El tiempo pasaba inexorablemente, no había para más y, atropellado por la premura, regresó sobre sus pasos hasta encontrarse con Norman, en el exterior.

Al edificio accedió un Eddie y pareció salir otro muy distinto. Su rostro se hallaba tan pálido como la piel de los seres que vio en el interior.

Primero uno y después el otro, volvieron disimuladamente al encuentro de sus compañeros. Por este orden, se desprendieron de los trajes, desataron a los centinelas aún inconscientes, colocaron los uniformes a sus propietarios y posteriormente lo arrastraron cerca del asfalto, justo en la penumbra. Marvin aprovechó una petaca de whisky que llevaba uno de ellos y derramó un poco sobre el pecho de ambos. De forma que, cuando los nuevos centinelas fuesen a hacerles el relevo creerían encontrarlos completamente borrachos. Al despertar, ni ellos mismos sabrían que es lo que había sucedido. Probablemente los propios compañeros encubrirían su presunta embriaguez; una muy grave violación según las normas establecidas por la organización.




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© Jorge Ramos, 2019