EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 27 - La cita y algo más…



Boston (Massachusetts)

El pitido de la cafetera comenzó a sonar en una mañana especialmente fría en la ciudad. La humedad brotaba de los cristales de las ventanas, y Kat, tras mirar a través de ellos con la taza en la mano, creyó necesario protegerse bien con ropa adecuada: un jersey de lana de cuello vuelto de color verde pálido, un pantalón beige y un chaquetón marrón oscuro con una bufanda de color gris azulado y detalles en blanco; era el conjunto que había elegido. Por último, las manos al igual que los pies los protegió con cuero negro.

Kat caminaba meditativa junto a una verja que delimitaba el jardín privado de una gran casa, la última antes de la entrada al parque. El día anterior se había citado con Elías a primera hora cerca de un estanque redondo, justo en el banco situado a la izquierda del mismo. De todos los que disponía el estanque era el asiento mejor ubicado, puesto que lo rodeaban varios árboles y arbustos de pequeña y mediana altura, permitiendo así una mínima intimidad, o al menos mayor comodidad a la hora de mantener una conversación más fluida.

Como de costumbre, Kat llegó la primera, la puntualidad era algo habitual en ella; no soportaba que la estuviesen esperando. Mientras hacía tiempo a que llegase la hora en la que se habían citado, se acomodó en el banco y, observando dos cisnes que jugueteaban en el estanque, quedó abstraída por un momento. Probablemente preocupada por Norman, pues nada sabía de él. Aquél turbio asunto la intranquilizaba; temía perderle. En la distancia comprendió que estaba enamorada, que lo quería con locura y se sentía muy feliz cuando estaba junto a él. Jamás había sentido algo parecido con otro hombre.

A su izquierda, un puñado de pajarillos revoloteaban en el suelo, reñían por un trozo pequeño de pan duro. Kat abrió el bolsillo derecho de su abrigo, y del interior de una bolsa pequeña de plástico extrajo una galleta recubierta de chocolate, partió un trozo de ella y se la arrojó a los gorriones.

—Veo que te siguen gustando los animales —dijo sonriendo Elías, sobresaltando a Kat.

—¡Elías! —exclamó mientras se incorporaba—. Estaba tan ensimismada que…

—Te presento a mi amigo Irving Weiss. Ya te he hablado de él en alguna ocasión.

—Sí, lo recuerdo. Es un placer conocerlo —dijo Kat, estrechando su mano.

—El placer es mío —contestó Irving—. Veo que Elías se quedó corto a la hora de describirte físicamente —sonrió.

Kat quedó sonrojada y no dijo nada.

—Bueno, dejémonos de cumplidos y sentémonos —interrumpió Elías.

Los tres se acomodaron en el amplio banco de acero. Kat aguardó a que ellos lo hicieran primero, para luego colocarse ella a la derecha de Elías, dejando a éste en el centro.

Casualmente, ambos amigos se encontraron en la entrada del parque, y por el camino hacia el estanque Elías lo puso al corriente de todo.

—Bueno, ahora que conozco de qué se trata —intervino Irving de forma misteriosa—, trataré de explicaros algo muy importante. En primer lugar, debéis saber que sobre este asunto no se puede hacer gran cosa. Creed lo que digo. Son ya muchas décadas a mis espaldas trabajando para los servicios de inteligencia y sé de qué estoy hablando. Nadie ha podido burlar la fuerte estructura que tienen establecida. Es como una gran telaraña que lo salpica todo. Aunque la araña se encuentre mirando para otro lado, ésta, mediante las vibraciones que viajan a través de los filamentos de seda, acabará siempre percatándose del intruso que se ha topado con su entramada red. Todos los que lo han intentado, ahora están muertos o con alguna enfermedad incurable. Y los que han corrido mejor suerte se han visto obligados a abandonar todo: familia, profesión, país etc., e irse lejos con una identidad diferente. No pretendo asustaros, pero estamos hablando de una organización secreta muy poderosa a nivel mundial. Una especie de gobierno en la sombra capaz de dirigir el mundo a su antojo. De hecho, es muy probable que en estos momentos yo mismo pueda estar corriendo un riesgo terrible contando todo esto. Lo hago porque confío plenamente en Elías y sé que tú eres lo que más quiere en este mundo —dijo refiriéndose a Kat.

—Gracias, señor Irving. Pero... ¿qué se supone que ocultan en el continente antártico tan importante? —quiso saber Kat.

—Bien, esa información es sólo conocida por ellos y los que trabajan para ellos. Pero os puedo asegurar que debe ser algo realmente gordo. De la información confidencial que existe ésta es la más censurada y protegida de todas, incluso he podido llegar a saber que es de tal magnitud el secreto que no dejan que nadie de los que están por debajo de un nivel jerárquico determinado conozcan lo que allí ocurre. Existen muchas hipótesis al respecto, pero nada que pueda ser del todo creíble, al menos para mí. Únicamente unos cuantos en todo el mundo manejan este tipo de confidencialidad. Para que podáis haceros una idea de cómo es el funcionamiento interno: la estrategia de su estructura se mantiene sujeta a una especie de escala piramidal; es decir, mientras más alto tengas el nivel en la pirámide, mayor conocimiento manejas y por ende, de más poder dispones. Así hasta llegar a la cúspide, donde en exclusiva unas decenas de familias muy poderosas en todo el mundo son las que manejan a su antojo el destino de este planeta.

—¿Insinúas que esta gentuza oculta información transcendental al resto de mortales? —preguntó exasperado Elías.

—Me temo que así es, amigo mío. En ocasiones se filtra alguna cosa registrada de alto secreto.

—¿Puedes adelantarnos algo? —preguntaba con curiosidad Kat—. ¿De qué podría tratarse?

—Una vez, llegó a mis oídos un documento relacionado con los nazis. Era algún tipo de investigación científica para un desarrollo tecnológico muy avanzado. Por lo que se sabe, ellos tenían bases secretas en los dos polos. Al parecer, cuando finalizó la guerra, los aliados se apoderaron de todas esas infraestructuras. Pero de la misma forma todo fue silenciado.

—¿Qué puede ser tan importante como para mantener a la humanidad al margen de todo eso? —reflexionaba Elías en voz alta y mirando al suelo.

—Ojalá lo supiera, pero según pienso debe ser algo tan extraordinario que cambiaría por completo el concepto de nuestra realidad. Como amigo tuyo que me considero —dijo mirando a Kat a los ojos—, y casi hermano de tu padre, os aconsejo, a los dos, que no profundicéis mucho más en todo este asunto, y lo dejéis tal cual está. Es muy peligroso. Esta gente no tiene escrúpulos.

—Pero… ¿habrá algo que podamos hacer? —expresó preocupada. Kat no podía resignarse y mantener los brazos cruzados—. Nuestros amigos se encuentran indefensos. Son ajenos a todo. ¿Si al menos hubiese alguna forma de advertirles para que regresen a casa?

—Siento ser tan duro —dijo Irving—, pero en este caso no está en mi mano ofreceros una solución. Lo único que podemos hacer es rezar para que su desaparición no salga en los noticiarios.

—¡Oh, Dios! —exclamó Kat, llevándose las manos a la cara.

—¿Crees que la expedición anterior fue eliminada a propósito? —preguntó Elías.

—Juraría que sí —dijo tajante.

Aquellas palabras de Irving dejaron bloqueada, durante unos segundos, la mente de Kat. Y un silencio generalizado se hizo presente en la fría y húmeda mañana, pareciera que una escarcha sobre los cuerpos paralizase a los tres. Sólo el voznar de los cisnes en el estanque, además del piar de los gorriones que seguían revoloteando por los alrededores del banco, rompía el sombrío ambiente.

—Bueno, creo que no hay mucho más que decir —expresó cordialmente Elías mientras se incorporaba—. Te agradezco de corazón que hayas venido. No queremos entretenerte más. Sé que tienes cosas que hacer.

—Ha sido un placer —dijo Irving abrazando a su amigo—. Aunque a mi pesar no he podido ser de más utilidad.

—Para mí sí lo ha sido —contestó Kat, y le dio un apretón de manos—. Te agradezco toda la información que has compartido con nosotros.

Irving se disculpó porque tenía que marchar para hacer unos recados.

—Dale un beso a Karen de mi parte —gritó Elías mientras Irving se alejaba.

Hija y padre aprovecharon la ocasión para pasear juntos un rato más por el entorno natural, y reflexionar sobre la reunión mantenida con Irving, cuya conversación dejó a Kat aún más desalentada.

Mientras tanto, el jubilado ex agente de inteligencia Irving Weiss cruzaba el parque por un sendero estrecho; era un pequeño atajo que tomó para salir antes de él. Llevaba un sombrero y una gabardina color beige, y en su mano derecha un gran paraguas negro a modo de bastón que le ayudaba a mantener el equilibrio. Se encontraba rodeado de un hermoso jardín botánico, y disfrutaba observándolo mientras andaba despacio pero firme. Justo en mitad del camino, a su derecha, entre unos setos con enormes hojas verdes, observó una preciosa y solitaria orquídea violeta salvaje, con forma de ángel, cuya erguida y orgullosa presencia sobre el resto de vegetación le llamó poderosamente la atención. Su aspecto era de una hermosura casi misteriosa. Durante unos instantes, se detuvo para contemplarla más de cerca, incluso pensó en cómo llegar hasta ella para cogerla y así poderla regalar a su esposa Karen. Pero recordó que tenía prisa y no quiso perder más tiempo; debía realizar aquellos recados. Arrepentido de no haberse detenido prosiguió su camino; ya era demasiado tarde para volver, pues se encontraba saliendo del recinto. Caminaba por el exterior junto a la verja que lo delimitaba. La gran avenida se encontraba justo a su derecha, casi desértica, aún bastante solitaria debido a la temprana hora de la mañana. Había de continuar caminando hasta llegar a la segunda manzana por donde cruzar por un paso de peatones. Pero de repente, justo en ese instante, a unos sesenta metros de donde él se encontraba, un oscuro y misterioso automóvil negro arrancó precipitadamente en su dirección. Irving, sobresaltado, se percató de la situación e intentó cruzar corriendo la avenida de seis carriles. Y aunque físicamente aún se hallaba en buenas condiciones, sus setenta y dos años impidió que lograra con tiempo suficiente atravesarla, invistiéndolo letalmente de costado y haciéndole dar varias volteretas en el aire por encima del vehículo, cayendo inerte sobre el duro y humedecido asfalto.

Kat y Elías, después de que pasearan por un buen rato, tomaron la misma puerta hacia el exterior, observando en la avenida un enorme revuelo: coches de policía, ambulancias y mucha gente curiosa alrededor de lo que parecía un accidente. De forma inmediata, ambos se miraron contrariados. Y un pinchazo atravesó el corazón de Elías Hopkins que casi lo partió en dos. Con ayuda de Kat transitó con toda la prisa que su viejo cuerpo le permitía y, efectivamente, su intuición no lo engañó; junto a un enorme charco de sangre, su amigo yacía sin vida totalmente destrozado sobre la superficie de una de las principales arterias de la ciudad. Ambos se abrazaron impotentes y abatidos por el tremendo dolor. Conmocionados por la triste y trágica escena, ya nada podían hacer por él.

Como una premonición, el desgraciado ex agente Irving Weiss les reveló una información importante, aunque comprometida, delegando en ellos un conocimiento confinado en las ocultas guaridas de algunas conciencias. Peligrosamente se habían adentrado en la misteriosa e imperturbable tela de araña.




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© Jorge Ramos, 2019