EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 35 - La visita sorpresa



Boston (Massachusetts)

A través de las calles de la ciudad, la tarde iba desvaneciéndose entre suaves velos de tinieblas, dando lugar a la noche que comenzaba a abrirse paso en el horizonte opuesto al sol. Las farolas prendían progresivamente creando un halo de humedad a su alrededor.

Desde el exterior, el salón de la casa de Ángela se vislumbraba iluminado. En su interior, las tres mujeres continuaban atormentadas, sin saber qué hacer, solo su acompañamiento les producía cierto consuelo. Por temor a escuchar lo que no desearían jamás, intentaban evitar ver los noticiarios de la televisión, limitándose a conversar entre ellas de cosas sin importancia.

Ángela, un momento antes, y como si su instinto le advirtiese de algo, estuvo durante unos minutos con un episodio de ansiedad; su cuerpo sudaba más de lo normal, y el corazón le palpitaba a cien. Su órgano sentimental parecía advertirle del peligro que en ese mismo instante estaba corriendo su marido. Sin embargo, en ese momento, ella no quiso decir nada, no deseaba mostrar su debilidad a las demás, y mantuvo el tipo como buenamente pudo hasta que hubo controlado sus miedos.

De repente, en el exterior se escuchó cerrarse la puerta de un automóvil. Ángela y Mary se miraron atemorizadas. Kat agarró su pistola y corrió hacia la ventana, y oculta tras las rendijas de la persiana, observó un vehículo aparcado frente a la casa. Un hombre alto con sombrero y gabardina oscura se dirigía misterioso hacia la puerta; parecía consultar una nota cerciorándose de la dirección correcta. Con cierto descaro, miraba a su alrededor. Durante unos segundos, paró de caminar, pero luego continuó su marcha parsimoniosa hacia la entrada principal. Kat intentó ver su rostro, pero no lo consiguió; el sombrero bien encajado, las prominentes solapas de la gabardina que casi cubrían buena parte de su cabeza, junto a la oscuridad ya instalada de una noche cerrada y fría, lo evitaron. Al fin continuó dando unos pasos hacia el descansillo de la puerta, hasta que el ángulo de visión y el propio tabique del pequeño porche hicieron que Kat lo perdiera de vista. De inmediato, ésta señaló a las demás que no hicieran ruido. Durante unos interminables segundos aguardaron el sonido del timbre. Despacio, y casi de puntillas, Kat se dirigió hacia el recibidor con la pistola entre sus manos. De la misma forma, la siguieron Ángela y Mary, que tras ella manifestaban su terror con los rostros desencajados.

Al fin, el misterioso individuo, y como si pretendiera dar un punto de más intriga a la escena, en lugar de tocar el timbre, con los nudillos golpeó lentamente tres veces la puerta.

A todas les comenzó a acelerar el pulso, mientras se dirigían una inquietante mirada. Kat se aproximó sigilosamente a la puerta y miró por la mirilla; era un hombre alto, de mediana edad y su rostro tenía aspecto europeo. Con la mano, Kat les indicó que se quedaran rezagadas. Muy despacio, y casi sin hacer ruido puso la cadena, y después, entreabrió la puerta.

—Buenas noches, ¿qué desea? —preguntó casi sin asomar su rostro por el hueco dejado.

—Hola, soy amigo de Eddie Barnes —dijo con un extraño acento alemán—. ¿Es usted su esposa?

—No, no lo soy. En estos momentos, la señora Barnes no se encuentra en casa.

—¿Sería usted tan amable de darle una nota de mi parte? Por favor. —preguntó educadamente al tiempo que cogía una pequeña libreta del bolsillo de la gabardina. En ella apuntó algo. Después arrancó el trozó y se lo entregó a Kat por el estrecho hueco.

Kat aceptó el recado, y el hombre se despidió con un simple, gracias, alejándose lentamente hacia su automóvil.

Cuando cerró la puerta, Kat leyó la nota y preguntó a Ángela:

—¿Conoces a alguien que se llame A10?

Inmediatamente, Ángela se dirigió hacia la puerta, la abrió y comenzó a llamar al hombre corriendo en su encuentro; éste se disponía a arrancar el coche.

—¡Señor soy Ángela, la esposa de Eddie! —gritó casi sin aliento.

Ella recordó al instante el nombre de A10. Su marido, cuando lo hubo visitado a instancia del Doctor Clarence, le contó sobre su extraña experiencia en la Antártida.

En seguida lo invitó a pasar a su casa. Aunque desconfiaba de su presencia, no parecía ofensivo. «Quizás él nos pueda ayudar» pensó Ángela.

A10 era un hombre bien parecido, de unos cincuenta y cinco años de edad, delgado y bastante alto. Ojos negros al igual que su cabello, algo ondulado y peinado hacia la derecha. Aunque un poco arqueada, su nariz no desencajaba entre los dos pómulos que resaltaban de su aristado rostro.

Una vez sentados en el salón, Ángela le ofreció una copa. A10 se negó tomando solo agua.

—Dígame, ¿para qué ha venido? ¿Sabe usted algo de mi marido? —preguntaba impaciente Ángela.

—No, desgraciadamente no sé mucho de su marido ni del resto del grupo —dijo con su acento alemán, mientras, Mary y Kat se cruzaron las miradas—. Vi la amañada y triste noticia en los periódicos del asesinato del Doctor. Quiero que sepan que no se trata de ajustes de cuentas como escriben en la prensa. Mis contactos también me informaron sobre el sospechoso atropello de un ex agente de los servicios de inteligencia del gobierno. Por lo que he podido averiguar, las dos muertes están relacionadas con el grupo expedicionario que dirige Eddie. Vine a informaros en seguida que lo supe.

—Sí, el ex agente fue íntimo amigo de mi padre adoptivo —explicó Kat—. Unos minutos antes de su trágica muerte tuvimos con él una charla en privado.

—Lo siento. Esta gente está dispuesta a lo que sea con tal de que la verdad no sea revelada. Además, deseo compartir algo muy importante con vosotras, antes de que algo pueda sucederme.

—Por favor, cuéntenos. ¿Qué sabe usted de todo esto? ¿De qué gente habla? —preguntaba Ángela.

—Se trata de una poderosa organización secreta a nivel mundial. Ellos tienen el control de las instituciones y gobiernos de todo el mundo. Utilizan el miedo como forma de coaccionar, mintiéndonos bajo dominación sin que seamos conscientes de ello. Disponen del poder financiero para manipular todos los medios que estén a su alcance.

—¿Los gobiernos no tienen la suficiente capacidad para acabar con ellos? —Ángela era inconsciente de su pregunta. Aún incrédula de la información que A10 les estaba proporcionando.

—Amiga, los gobiernos son fácilmente manipulables. Sé que todo esto os parecerá increíble, pero es cuanto os puedo decir. Prácticamente todos los líderes mundiales están situados en el poder gracias a ellos. Ellos son simples títeres de la organización.

Desconcertadas y algo escépticas se miraban entre ellas. Solo Kat recordaba en sus palabras la información transmitida por el desgraciado Irving.

Pero lejos de darse por escuchado, A10 continuaba explicándoles:

—La democracia ha perdido su valor social. Nos hacen creer que disfrutamos de libertad accediendo a las urnas, pero nada más lejos de la realidad, amigas. Todo en este maldito mundo está amañado. ¿Individuos honrados? Sí, los hay. Pero si en el camino que ellos marcan, en una especie de agenda, se encuentran con alguno, nada más fácil que la coacción con represalias, chantajes o amenazas, hacia él y su familia, para hacerle parar sus intenciones morales o patrióticas. Y si el tipo es obstinado, siempre les queda el último y más infalible recurso; un accidente, atentado o algo que acabe con su vida. No hay nada que ellos no puedan hacer —concluyó dando un sorbo de agua.

—Entonces… ¿el mundo está dirigido por ellos? —preguntó Kat.

—Así de triste es. Lo siento.

—Asesinaron al Doctor justo antes de que nosotras llegásemos —expuso Ángela—. Y al parecer, la muerte del ex agente Irving tuvo lugar en circunstancias similares, después de que hablara con Kat y su padre. Sospechamos que pueden estar haciéndonos escuchas.

—Es posible —apuntó.

—Hemos examinado toda la casa, pero no hemos encontrado nada —explicó Kat.

—Debéis saber algo… —dijo mientras apoyaba su espalda sobre el sofá—. Os aconsejo que antes de decidir algo trascendente vigiléis los alrededores de la casa, ya que a cierta distancia pueden leeros la mente —expuso mirando fijamente los rostros confusos de las tres—. Quizá diez o quince metros sea la distancia máxima con la que lo pueden lograr, no lo sé con exactitud. Sin embargo, conozco cómo combatir esto; si disponéis de algo que os entretenga, o simplemente os haga recordar un fragmento del pasado, eso creará unos patrones de interferencias con lo que les será muy difícil captar vuestros pensamientos. Los instruyen mentalmente. Disponen de instalaciones por todo el mundo para este fin. También tienen bases subterráneas en las que realizan experimentos científicos y tecnológicos muy por encima de lo que cualquier persona pueda llegar a comprender.

—Pero… ¿qué tiene que ver la Antártida en todo esto? —inquirió algo confusa Ángela, no creyendo del todo lo que decía A10.

—Cuando Eddie vino a visitarme, justo antes de partir para la expedición, le conté solo una parte de lo que realmente sabía. No quise revelarle todo el secreto, pues me hubiese tomado por un excéntrico y jamás me habría creído. Debía dejar que él mismo lo viera con sus propios ojos. Quizá vosotras me podáis creer, porque comenzáis a experimentar situaciones extrañas. Pero, aún hay más. Todo esto es solo la punta del iceberg. Veréis… realmente no he venido para contaros todo lo anterior, sino lo que a continuación os será revelado: cómo ya sabéis, la vida me cambió por completo al tener aquella experiencia en la Antártida, cuando estaba aún sirviendo para los nazis. Desde entonces, supe que mi vida la iba a dedicar a descubrir la verdad. Todo se ha encubierto de manera que nuestra ignorancia es lo que a ellos les hace más poderosos. Sé que para vosotras será muy duro escuchar lo que voy a transmitiros. También lo fue para mí. Pero para eso me encuentro aquí —expuso para después de una pausa decir—: no estamos solos en el planeta.

En ese momento las tres se miraron desconcertadas. No estaban seguras de haber oído bien aquella última frase.

Kat fue valiente y no quiso andar con rodeos:

—¿Trata de decirnos que existen los marcianos? —preguntaba con el rostro fruncido.

Kat comenzó a no tomarlo en serio. Ángela y Mary empezaban a sospechar que estaban perdiendo el tiempo, pues, ¿quién podía creerse una sola palabra de una persona que había estado en el bando nazi y que parecía hablar como un esquizofrénico?

A10 percibió el gesto escéptico en el rostro de las tres. Aunque ya intuyó de antemano que sus palabras no iban a ser del todo bien recibidas, también supo que debía ser atrevido y exponerlas a toda costa.

—No he venido para que me creáis —dijo antes de humedecer su garganta con un poco de agua—. Mi intención es compartir con vosotras mis propias experiencias y todos mis años de investigación.

—Pero… ¿por qué tiene usted tanto interés en contarnos todo esto? No somos más que tres mujeres corrientes de ciudad —le restaba importancia al asunto Ángela.

—Veréis, en el momento en que vuestros compañeros han llegado dónde creo que han llegado, y han descubierto toda la verdad, vuestras vidas dejan de ser corrientes. Si en estos momentos, y ojalá no ocurriese, a ellos les pasara algo y no pudieran cumplir con la misión que les ha sido asignada, sois vosotras las que adoptáis una gran responsabilidad con el futuro de la humanidad. Yo solo estoy aquí para informaros de esto, y haceros comprender el importante papel que jugáis vosotras.

—¿Usted cree que pueden morir? —preguntó con preocupación Ángela.

—No deseo dar falsas esperanzas, pero según mis cálculos, y aun viendo que no ha salido publicada ninguna noticia al respecto, creo que han podido escapar. Aunque seguramente aún les quede bastante por llegar a la zona segura. Si recordáis el trágico suceso ocurrido el año pasado a la anterior expedición, los medios oficiales informaron rápidamente de su desaparición. En este caso, me consta que el grupo de Eddie lleva bastante más tiempo que aquellos pobres desgraciados. Por lo que deduzco que hasta ahora han conseguido sobrevivir.

—¿Y que se supone que tenemos que hacer nosotras? —preguntó Mary, que hasta ese momento estaba atónita escuchando toda la conversación.

—En estos momentos nada, simplemente manteneros con vida, y es imprescindible que comencéis a abrir vuestras mentes. Si llegase a ocurrir algo os mantendrán informadas.

—¿Quién nos mantendrán informadas? —cuestionó Kat, con cara estupefacta y aún con cierta incredulidad de lo que estaba escuchando.

—Ellos.

—¿Ellos?, ¿quiénes son ellos?

En ese momento A10 hizo otra pausa más larga que la anterior, antes de sorber otro trago de agua. Reflexionaba en la manera en que podía contarlo para que fuese más creíble.

—“Ellos…” desde que tuve aquella experiencia, a menudo tienen contacto conmigo —dijo muy pausadamente y con la mirada perdida—. La mayoría de las veces lo hacen a través de los sueños. Son seres muy evolucionados que viven en el interior de la Tierra.

—¿En el interior de la Tierra? —frunció el rostro Ángela.

—Comprendo que es lo más difícil de creer, pero así es. A lo largo de todos estos años me han ido transmitiendo muchas cosas. En todo momento, ellos saben quiénes están preparados para recibir cierta información y, al parecer, yo soy uno de ellos; nuestra misión es transmitirla al resto. Solo desean apoyarnos para que solo por nuestros medios podamos salir de esta falsa realidad. Algo mucho más grande nos espera —concluyó aun sabiendo que no lo creerían. Dejó con cuidado el vaso vacío de agua sobre la mesita de centro, agarró su sombrero y lo puso sobre sus rodillas.

—No entiendo nada —protestó Ángela un poco harta de toda la conversación. Realmente creía que estaban hablando con un perturbado mental —¿seres del interior de la tierra? ¿No entiende usted que todo esto carece de sentido?

A10 se incorporó en ese momento. Supo que su visita había concluido.

—De veras lamento que sea de esta forma como os ha sido transmitido todo esto —se disculpó A10—. No os puedo contar mucho más. Sin embargo, antes de marcharme quiero que comprendáis una cosa: en cada uno de nosotros está la llave que nos liberará de las cadenas —concluyó para después hacer un gesto de despedida y dirigirse hacia la salida solo.

“Organización secreta”, “seres de otros mundos y del interior de la Tierra”, “liberación de la humanidad”…, eran conceptos aún incomprensibles para ellas. Una especie de estado de shock unido a cierto escepticismo las dominaba, y A10 lo percibió sobradamente. Pero había cumplido con su parte, que no era otra que sembrar una semilla de conciencia en las tres mujeres. Era solo cuestión de tiempo que, en forma de preguntas, comenzaran a germinar en la profundidad de su alma. Solo entonces, las respuestas fluirían de manera natural, haciendo que el velo que tenían ante sus ojos fuese cada vez más transparente, y ofreciéndoles la gran oportunidad de ver más allá de él.




◅ ◇◇◇◇ ▻
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Preparémonos para el Cambio se reserva el derecho de exclusividad. Animamos a todo el mundo a que el libro aquí expuesto sea compartido en cualquier red social, blog o página web haciendo uso de los enlaces.

© Jorge Ramos, 2019