EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 39 - Profundas reflexiones



Boston (Massachusetts)

Después de cenar, Ángela no se encontraba demasiado bien y salió a tomar un poco de aire fresco. Anduvo unos pasos hacia el centro del jardín y allí se detuvo mirando al cielo. Era una tranquila y fría noche de luna nueva, en la que se podía observar las estrellas como pocas veces; reflexiva, contuvo su mirada en un cúmulo de ellas, era el cinturón de Orión: «¿y si tuviera razón el señor A10, y allí arriba hubiese más vida de lo que jamás hayamos imaginado? Pero… Si fuese cierto, algunos de ellos ya nos habrían visitado. No, no puede ser, ese hombre debe de estar mal de la cabeza. Jamás he visto un OVNI, ni he oído hablar sobre ello a nadie de mi entorno», seguía meditando mientras desplazaba su mirada hacia otra estrella que brillaba con fuerza en la bóveda celeste; ésta era Sirio. «Si existieran de verdad, ¿por qué no vienen a ayudarnos?». Justo en ese instante, una imagen de Eddie impactó en su pensamiento: «Dios mío, espero que Eddie se encuentre bien. ¡Aún tenemos tantos proyectos por hacer juntos!». Sólo un momento después, una estrella fugaz se dejó ver. «Si estuviese aquí, conmigo, me obligaría a pedir un deseo», pensó. «¡Oh Dios, lo quiero tanto! ¡Qué diablos! Si es verdad que existís ahí arriba, pido que lo protejáis y que regrese a su hogar sano y salvo», deseó en voz alta Ángela, un poco avergonzada de sí misma. «Espero que no me hayan escuchado los vecinos, ¿qué pensarán de mí? Creerán que estoy perdiendo la cabeza», se decía para ella. «¿Me estaré volviendo loca de verdad? Creo que todo esto me está afectando demasiado. Hace mucho frío, debí coger algo para ponerme por encima. Pero, ahora no tengo ganas de entrar, me apetece seguir observando las estrellas... Es extraño, hacía años que no miraba al cielo. No sé por qué lo hago esta noche, aunque me siento bien al hacerlo, es como si él estuviese aquí, conmigo», continuaba reflexionando.

De vez en cuando, Kat miraba intranquila a través de la ventana, asegurándose de que todo marchaba bien. Estaba preocupada por Ángela, ya que estaba demasiado tiempo fuera, ensimismada, mirando al cielo. Hubo muchas desgracias ese mismo día, y ella, como policía, se sentía con el deber de proteger a sus compañeras. Sin embargo, en la profundidad de su corazón, le surgían sentimientos hacia Norman: «debí haberle dicho que le quería antes de que se marchase», pensó en ese momento. «¿Y si él no me quiere? ¡Nunca hemos hablado de esto! Pero, se comporta muy bien conmigo, nadie me trata mejor que él, y lo mejor de todo es que sabe aguantar mis prontos. Aunque es algo tímido como yo, quizás también le cueste decirlo. Me arrepiento tanto de no habérselo dicho antes. Debí decirle que lo esperaría todo el tiempo que fuese necesario. Soy una estúpida. Siempre me pasa lo mismo con los hombres que me gustan. No tengo suerte. Quizá me vean demasiado fría. Reconozco que no exteriorizo demasiado los sentimientos. Pero, ¡es que tuve una infancia tan dura! Prometo que cuando regrese se lo diré. Solo deseo, que donde quiera que esté, se encuentre muy bien». Soltó la persiana de la misma forma que una lágrima cayó en su hombro, y volvió a sentarse en el sofá justo a la derecha de Mary, que estaba intentando poner atención en un libro de bolsillo que sacó de su bolso.

Mary estaba leyendo, pero para nada estaba concentrada en la intriga de la novela. Las letras fluían por su mente, pero ella pensaba en otra cosa. «¿Si supiera que estoy embarazada?», pensaba con cierta amargura. «Espero que no se enfade conmigo. Nunca le gustaron demasiado los niños. Pero, no sé cómo ha podido ocurrir, ¡tomamos precauciones! No lo entiendo. Debemos casarnos cuando antes. Tiene que regresar pronto, aunque eso es ahora lo de menos. Lo único que me importa es que esté bien, que no le haya pasado nada. Lo deseo con todo mi corazón. Le hecho tanto de menos. ¡Dios mío, ayúdame!».

Al fin, después de varios minutos observando las estrellas mientras meditaba, la baja temperatura que comenzaba a calarle hasta los huesos, obligó a Ángela a entrar en casa. Encendió tranquilamente la chimenea, se frotó las manos y tomó asiento en un sillón individual a la izquierda de Mary. Estar un rato fuera le sentó bien, aunque al entrar en su propio hogar era como si regresaran nuevamente los pensamientos negativos.

—¿Te encuentras bien? —se interesó Kat.

—Sí, gracias, no te preocupes. Me ha venido bien un poco de aire fresco.

—Creo que deberías descansar —dijo Mary—. Marchaos a la cama, yo fregaré los platos.

—De eso nada. Los platos los friego yo. Para eso es mi cocina —terminó diciendo con una sonrisa.

—Como quieras. Pero la próxima vez lo hago yo.

—Por la mañana me levantaré temprano —comentó Kat—. Me gustaría ir a la agencia[*] donde trabajo.

[*] Se hace referencia a la Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados (ARPA), nuevas tecnologías para uso militar. Departamento de defensa de los EEUU.

—¿No crees que puede ser demasiado peligroso? —se inquietó Ángela—. Se supone que estás de vacaciones, y podrías levantar sospechas.

—No te preocupes. Sé cómo hacer que parezca un asunto laboral. Me gustaría averiguar si el departamento de defensa recoge alguna información referente a todo este asunto.

—Como quieras, pero por favor ten muchísimo cuidado.

Aún conversarían durante un buen rato, y aquello les sirvió de terapia emocional, pues de esa forma, y casi sin pretenderlo, consiguieron desahogar sus miedos. Temores más que justificados por todo lo que estaba ocurriendo en su entorno, pero más bien por el hecho de pensar en la posibilidad de no volver a ver a sus parejas. La solidaridad y compañerismo que comenzó a nacer entre ellas dio paso a una gran amistad que unirían sus vidas para siempre.

Después de la tranquilizadora charla, y una vez que Ángela fregó los tres platos que hubieron contenido los sándwiches de la cena, subieron a sus respectivas habitaciones para intentar conciliar el sueño. «¡Maldita expedición!» se decían con sus pensamientos a cuesta. Las tres deseaban que aquella pesadilla acabase cuanto antes y que todo volviese a la normalidad; sin embargo, la realidad era otra muy diferente.




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© Jorge Ramos, 2019