EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 41 - La visita laboral de Kat



Boston (Massachusetts)

La escasa luz del alba iba abriéndose paso hacia una gélida mañana. Kat, tal y como había planeado la noche anterior, se dirigió a su agencia con el pretexto de revisar un informe urgente que le fue encargado para el nuevo modelo de computadora. Máquina que se destinaría a almacenar y controlar toda la información perteneciente a los archivos confidenciales del departamento de defensa.

Tras pasar unos años como agente de policía, Kat, bajo petición por escrito y demostrando su habilidad con las nuevas tecnologías, consiguió que la destinaran a DARPA (Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa). Durante los años que dedicó al servicio como agente de policía, sacó tiempo para graduarse en ingeniería electrónica, ya que realmente era lo que le gustaba hacer, pero los recuerdos de su padre biológico y su posterior vida con Elías Hopkins, quien atendió a todas sus necesidades hasta su adolescencia, influyeron en ella una inclinación especial hacia los cuerpos de las fuerzas de seguridad.

Después de pasar con su automóvil por la barrera vigilada por dos agentes de policía, se dirigió al estacionamiento exterior del edificio de la agencia. Una construcción de cinco plantas de grandes ventanas con cristales ahumados. Alrededor, una amplia zona ajardinada y debidamente cercada mediante un muro con cámaras de vigilancia. En su interior cientos de personas trabajando para el departamento de defensa.

Después de saludar a varios de sus compañeros mientras recorría las zonas comunes del edificio, tomó el ascensor hacia la tercera planta donde, justo en frente había un departamento dedicado exclusivamente al desarrollo de una supercomputadora; varios ingenieros trabajaban en ella. A la derecha, un segundo sector destinado a la información clasificada. Estaba dispuesto por grandes armarios metálicos revestidos de un sinfín de archivadores, éstos formaban largas calles de un metro y medio de ancho, algunas de ellas ordenadas alfabéticamente y otras con códigos numéricos.

El puesto donde trabajaba Kat estaba ubicado entre ambos sectores; era una zona amplia con separadores de espacios para cada individuo, con una mesa de despacho. Kat tenía una pequeña planta de interior sobre ella, una máquina de escribir y varios archivadores pequeños; tomó asiento guardando la normalidad de un día laboral cualquiera y extrajo un dossier de ellos.

—Hola Kat. Pensé que estabas de vacaciones —la sorprendió su compañero.

—¡Oh, sí Michael! Aún lo estoy —repuso intentando mostrar naturalidad—. Sólo he venido a corregir varios datos importantes del informe antes de que se me olvide. Ya sabes cómo se las gasta el jefe.

—¡Sí, lo sé! —gesticuló el compañero—. Es muy exigente. ¿Te acuerdas de la reprimenda que me dio hace unas semanas? Creo que se enteró toda la planta —terminó riéndose.

—No se lo tomes en cuenta. Después de todo es buena gente.

—Bueno, si tú lo dices.

Michael era una de las últimas incorporaciones después de que lo hiciera Kat. Llevaba pocos meses en la agencia. Al parecer no era demasiado brillante, y tampoco estaba muy bien valorado entre sus jefes y compañeros. Accedió al puesto por recomendación familiar de uno de los altos cargos del departamento de defensa. Era un tipo rechoncho, algo pasado en kilos, de estatura media, y muy repeinado para intentar ocultar su calvicie. Su rostro redondeado, que parecía estar siempre acalorado, se iniciaba en una ancha papada, eso le daba un aspecto un tanto apacible y benévolo, pero los rumores eran otros muy distintos. Entre los compañeros se decía que en más de una ocasión y con relativa facilidad se iba de la lengua fuera de las oficinas, sobre todo en su entorno más familiar y acomodado. Varios compañeros sufrieron fuertes amonestaciones a causa de sus ligerezas. Nadie conversaba con él, sólo Kat por cortesía respondía a sus comentarios; sin embargo, ese hecho era razón suficiente como para que Michael se sintiera atraído por ella, aunque su compañera no le daba ningún motivo.

—¿Necesitas que te eche una mano? —al igual que un perrito cuando espera a que le lancen la pelota, Michael, excitado, esperaba una respuesta afirmativa.

—No, no te preocupes. Lo puedo hacer sola. Tan sólo buscaré algunos datos y me iré enseguida. Gracias —Kat intentaba despistarlo como fuese, pues ya había experimentado en otras ocasiones su pesado comportamiento.

—Como desees. Si necesitas algo ya sabes dónde me encuentro —insistía.

—Por supuesto Michael —disimulaba ojeando los documentos que tenía sobre la mesa. Intentaba ignorarlo y parecer ocupada, porque de no hacerlo, sabía que tendría que soportar su impertinencia por más tiempo.

Pero no queriéndose dar por vencido con la negativa de Kat, mientras se arrastraba unos pasos hacia atrás, casi de espaldas, intentó otra alternativa:

—Por cierto. Riego tu planta todos los días.

Kat, sin apartar la vista de su escritorio y sin querer dar ocasión a ninguna replica por su parte, contestó con un simple «gracias».

Michael, decepcionado, al fin se retiró a su puesto.

Kat respiró tranquila, cogió un dossier cualquiera de su escritorio y puso sobre él un papel en blanco para apuntar; acto seguido, fingiendo total naturalidad, se dirigió a los archivos pasando desapercibida.

Aparentemente, nadie se fijó en ella.

Para no levantar sospecha, sabía que debía hacerlo lo más rápido posible, de modo que, intentó acotar la búsqueda de información; primeramente, pensó en averiguar algo sobre la Antártida, por lo que se detuvo en la calle de la letra “A”. Cientos de expedientes hacían referencia a otras tantas expediciones y bases científicas en aquella región. «¿Qué será tan importante en una zona tan hostil?» se preguntó. No encontró nada relevante, al menos nada de lo que pudiera interesarle en el tiempo que disponía. Después, recordó las palabras de Irving antes de que fuese asesinado, también parecidas a las de aquel extraño hombre llamado A10: «“Organización Secreta”. ¡Si eso es!» pensó. Sin hacerse notar cruzó por varias calles hasta llegar a la letra “O”. «“Oceanografía”, “Oleoductos”, “Organismos…”, ¡Organizaciones! ¡Aquí está!» exclamó para ella. De repente, se sobresaltó al escuchar unos pasos acercarse a la calle en donde se encontraba, pero pasaron de largo. Abrió el archivador metálico en forma de cajón, y en su interior encontró decenas de tipos de organizaciones, pero nada de lo que andaba buscando. Sin embargo, una nota superpuesta al comienzo del archivador le llamó la atención:

“Véase también por «Clubs»”


«¿Clubs?» negó con la cabeza. Justo cuando ya iba a desistir la búsqueda, se dijo: «Bueno, ya he corrido el riesgo, y parece todo tranquilo en la oficina; como última elección iré a mirar en la calle “C”. Después me iré tranquilamente».

Al salir de la calle “O”, unos metros hacia la derecha, vio a Michael apoyado sobre un pilar en donde había un dispensador de agua y una pequeña máquina de café; estaba tomándose uno. Kat, algo nerviosa por el inoportuno encuentro, intentó pasar de largo haciéndose la despistada, pero su compañero no dejaba de seguirla descaradamente con la mirada. Cuando hubo pasado a su altura, incluso rebasado unos metros, Michael, mientras le caían dos gotas de café por la papada, y después de ladear su baboso rostro pretendiendo ver desde otra perspectiva el trasero de Kat, no dudó en lanzar otro ataque:

—¿Me dejas que te invite a un café? —dijo balbuceando.

Kat era consciente de que mientras Michael se estuviese tomando aquel café no iba a poder quitárselo de encima. De manera que, rápidamente pensó en una ingeniosa idea.

—Gracias, pero no, Michael. Tengo algo de prisa —dijo deteniéndose en seco y mirándolo fijamente—. Pero quizá me puedas echar una mano.

—¡Oh! Sí, sí. Lo que quieras —expresó contento por su triunfo. Se podría decir que en aquel momento humedeció los pantalones de placer. Jamás antes, Kat, le había pedido ayuda de esa forma. Y por nada del mundo iba a dejar pasar la oportunidad.

De un solo sorbo se tomó el café, quemándose la lengua, y se presentó ante ella como un esclavo en disposición de su amo.

—¿Recuerdas la documentación técnica de la nueva computadora que tuvimos que preparar el mes pasado? Necesito que me hagas una copia —le regaló una sonrisa Kat. Un segundo más tarde se arrepintió de haber sido tan agradable.

—Enseguida te la traigo —tartamudeó Michael.

Teniendo en cuenta que la máquina que se usaba entonces, no aún a nivel comercial, era mediante un sistema de xerografía —de ahí el nombre de la primera fotocopiadora Xerox—, Kat calculó cinco minutos en los que Michael estaría entretenido: «20 páginas de la documentación por 15 segundos cada copia, es el tiempo que dispongo para indagar en los archivos de la calle “C”».

Una vez allí leyó, con la atención que alguien puede mostrar teniendo un cronómetro a la espalda, cada uno de los archivadores, los cuales también se encontraban por orden alfabético: «“Cablegramas”, “Cabo Cañaveral”, “Cabo…”, “Cabo…”, “Cabo…”, “Camuflajes”, “¡Clubs!” ¡Aquí está!» murmuró. «“Clubs Deportivos”, “Clubs Militares”, “Clubs Secretos”, ¿Clubs Secretos?» se dijo a sí misma sorprendida. Pero casualmente, se encontraban almacenados en la posición más alta del armario metálico. Apurada, miró a su alrededor y encontró una pequeña y vieja escalera de madera con cuatro peldaños. La acercó de manera cuidadosa sin hacer ruido y subió hasta el cuarto. Abrió el archivador y escudriñó acelerada. Al fin, perfectamente destacado del resto, estaba el Club Bilderberg. En ese momento, sin saber el motivo, a Kat le comenzó a temblar todo el cuerpo; los nervios, que la descontrolaba por momentos, hizo que dejase caer el archivo al suelo «¡mierda!», susurró. Aquello le produjo un mayor desasosiego, pues sabía que pronto aparecería por allí su galán. Miró rápidamente hacia ambos lados asegurándose de que nadie se acercaba, y de inmediato comenzó a leer:

«Club Bilderberg, fundado el 29 de mayo de 1954 en el Hotel Bilderberg de Oosterbeek, Países Bajos. Un amplio grupo de personajes formadas por políticos, banqueros, miembros de la realeza, dueños de los principales medios de comunicación y grandes corporaciones, así como, financieros internacionales y otras personalidades de la alta sociedad más influyentes tanto a nivel económico como de poder, realizan en el más absoluto secretismo una reunión anual en ostentosos lugares de EEUU y Europa. Allí analizan y determinan qué eventos tendrán lugar en el futuro de la humanidad. La mayor parte de ellos son miembros de la orden de los iluminados (Illuminati), aunque no necesariamente…»

«¡Dios mío! ¡Es todo cierto!», se horrorizó Kat mientras intentaba dominar el movimiento nervioso de sus manos para devolver el documento leído a su lugar de origen. «¡Debo salir de aquí cuanto antes!».

Volvió a poner todo cómo estaba y regresó rápidamente a su puesto, dejó el dossier con la hoja en blanco sobre la mesa y se sentó un instante; luego se reclinó hacia atrás y emitió un profundo suspiro. El corazón le latía a toda prisa.

—¿Te encuentras bien? —le sorprendió Michael.

Kat se sobresaltó. Estaba sudándole todo el cuerpo, y su rostro presentaba un tono más pálido de lo normal.

—¡Oh! Sí. Gracias. No tiene importancia. Ya sabes… los veintiocho días… —lo esquivó como pudo Kat.

—¡Ah! Claro. Aquí tienes lo que me pediste —le entregó en mano—. Veo que no has apuntado nada —dijo sorprendido—. Si quieres me dices qué documento estabas buscando y lo hago yo mismo.

—Eres muy amable, pero lo he pensado mejor y al final lo dejaré como estaba.

—Como quieras.

—Ahora tengo que marcharme. No me encuentro bien.

Como si de un cuerpo sin alma se tratase, Kat, verdaderamente descompuesta y con la mirada perdida, salió a toda prisa del edificio.

Cuando hubo de pasar con su automóvil por la barrera de control, todo su cuerpo le temblaba como un flan. En el cruce, giró hacia la derecha para tomar la autovía. A la izquierda, tras una valla comercial, un vehículo negro la estaba esperando; éste arrancó de inmediato y la siguió a una distancia de doscientos metros. Kat miró por el espejó retrovisor y pudo comprobar cómo el automóvil negro eclipsaba a un Sol ya despuntando por el horizonte. Aquello la inquietó aún más y las piernas no terminaban de coordinar los movimientos de los pedales. Kat no lo perdía de vista. Aunque se caracterizaba por ser una mujer con un temple natural, a medida que avanzaba con su coche los nervios iban dando paso a un auténtico pavor.

Alarmada por la situación, condujo por las calles de Boston a toda velocidad, observando sobresaltada cada automóvil que se le cruzaba, y sin dejar escapar el reflejo negro del retrovisor.

Al fin, detuvo su auto frente a la casa de Ángela, e intranquila salió de él mirando alrededor. Afortunadamente, el coche que le seguía, hacía un minuto que dejó de hacerlo.

—¡Dios mío, tienes la cara blanca! ¿Qué te ha ocurrido? —preguntó Ángela preocupada.

Kat entró en la casa, se sentó en el sofá y pidió un vaso de agua. Después de beberse la mitad, respiró profundamente, aguardó unos segundos, y expresó de manera excitada.

—¡Todo cuanto nos han dicho es cierto!

Como fichas de dominó, sus paradigmas iban cayendo poco a poco. Lo sucedido hasta ahora no era obra de la casualidad. Comenzaron a comprender que el mundo estaba premeditadamente controlado y manipulado. Sentían que formaban parte de un juego, y lo que es aún peor, eran unas simples fichas de un tablero que desconocían, aunque ignoraban por completo las reglas marcadas por los creadores del mismo.




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© Jorge Ramos, 2019