EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 47 - Una extraña invitación



Boston (Massachusetts)

El mensaje cifrado del Doctor Clarence parecía bastante claro: “A las doce horas en mi casa”. Pero… «¿Quién lo habrá enviado?» se preguntaban. Y respecto al libro heredado por el abuelo de Eddie: «¿será una simple coincidencia el haberlo encontrado?» «Entonces… ¿perteneció él a la orden Illuminati?». Eran las preguntas a las que no encontraban respuestas y que martilleaban una y otra vez sus cabezas. Confundidas más que nunca, tan sólo habían comenzado a desenrollar el principio de una madeja que parecía no tener fin.

Aunque ya conocían el peligro que conllevaba el hecho de adentrarse en tierra pantanosa, no existía camino de retorno, era como si se fuese esfumado para siempre entre las tinieblas; además, la incertidumbre les obligaba a dar un nuevo paso hacia adelante. De modo que, volvieron a la gran mansión del Doctor Clarence.

En esta ocasión, Kat estacionó su automóvil dentro de la propiedad, en el aparcamiento frente al edificio. Pensó que sería más conveniente que no viesen el vehículo por los alrededores. Aunque era mediodía, el frío se intensificaba con el paso de los minutos. Un cielo gris, ya oculto por las nubes, se tornaba sombrío y pesado como el plomo, y el viento agresivo y arremolinado que levantaba las hojas del suelo parecía presagiar algo.

Al salir del coche, notaron como el frío húmedo atravesaba sus gruesos abrigos. Con un escalofrío que les recorrió todo el cuerpo, se dirigieron a la puerta principal, donde para llegar a ella había que subir unos cuantos peldaños. Aún conservaban frescas en sus mentes las imágenes de la última desgraciada visita.

Kat, algo recelosa, pulsó el llamador. Nadie contestaba. Y con idéntico resultado lo intentaron varias veces.

—¡Fijaos! Al parecer han dejado una nota —informó Mary, que estaba unos pasos retrasada.

Justo al comienzo del rellano, nada más subir el pequeño tramo de escalera, clavado al pilar de la derecha, había un trozo de papel doblado por la mitad.

—Por favor, léelo —sugirió Kat.

—Parece una de esas frases en clave —dijo—: “Día espléndido tras romper a sollozar”.

No hizo nada más que terminar de leer la misteriosa nota, cuando las tres mujeres unieron las primeras sílabas mentalmente: «¡detrás!», expresaron casi al unísono.

Desconcertadas, miraban de un lado a otro preguntándose «¿cuál será el propósito de todo esto? ¿Por qué nos han hecho venir hasta aquí?».

Acto seguido se dirigieron hacia la espalda del edificio, por la derecha del mismo, con tremenda discreción. Las nubes, que en ese momento habían oscurecido el cielo, tronaron desde muy lejos. Y las ráfagas de viento parecían dar vida a todo lo que encontraba a su paso, creando un ambiente siniestro y misterioso.

El costado de la mansión se encontraba perfectamente ajardinado con diversos tipos plantas florales, arbustos ordenadamente repartidos, y árboles de tallas más grandes que parecían proteger la zona. Sorprendidas por la belleza del jardín, continuaron recorriendo el extremo lateral del edificio, y giraron hacia la izquierda, justo donde en forma de clave decía la nota: “detrás”.

Sin embargo, la admiración mostrada previamente quedó reducida en comparación con lo que vieron en la parte posterior del edificio: un impresionante jardín botánico digno de cualquier ciudad.

Obligado por la profesión, el Doctor Clarence realizaba multitud de viajes por diferentes zonas del mundo. Mientras lo hacía, gozaba recogiendo algunas plantas autóctonas de la zona para intentar reproducirlas en su extenso jardín. Atenderlo con regularidad formaba parte de sus dos grandes pasiones, la otra era sus creaciones autómatas. Siempre decía que, cuando se sentía solo o deprimido caminaba durante horas conversando con su “familia” —era como le gustaba denominar al pequeño mundo natural que había creado—, curándole de todo mal. Paradójicamente, algo tan diferente y frío al mismo tiempo como es el mecanismo de un autómata en comparación con la cálida compañía de las plantas, le hacía sentir bien. A menudo decía que era todo cuanto necesitaba.

—¡Dios mío! —exclamó asombrada Ángela—. No hay duda que al Doctor le gustaban las plantas.

—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó Mary, encogida por el frío.

Kat se protegía el rostro con la solapa del abrigo.

—No lo sé. Supongo que habremos de encontrar otra señal. Parece querer guiarnos a algún lugar oculto.

—Tengo miedo —dijo tiritando la prometida de Marvin—. ¿Y si sólo es una encerrona?

—No lo creo. Ya nos habrían atacado —dijo Ángela, también algo incomoda por la repentina bajada de temperatura.

—Chicas —Kat examinaba los recovecos de la fachada trasera—. Estad atentas a cualquier indicación sospechosa.

Después de unos minutos ojeando por todos los rincones, Ángela observó una puerta que accedía a una estructura que sobresalía de la mansión. Se trataba de un pequeño cobertizo destinado al almacenaje de las herramientas de jardinería.

—¡Fijaos, la puerta no tiene echada la llave! —exclamó sorprendida.

Aquella particularidad las hizo sospechar, por lo que decidieron echar un vistazo en su interior. Kat estiró con cuidado el brazo hacia la izquierda accionando el interruptor de una bombilla que colgaba solitaria del techo; y entraron. Justo en ese instante, otra fuerte tormenta eléctrica las hizo sobrecoger, parpadeando la luz interior del pequeño trastero.

En un habitáculo bastante reducido, con algo más de tres pasos de profundidad por otros tres o cuatro de largo, las herramientas estaban perfectamente ordenadas en estanterías. Justo en frente había una mesa de trabajo, y a su derecha a tan sólo unos centímetros y algo más grande que una hoja de papel, había colgado de la pared una pintura con un marco antiguo, representando a un hermoso bosque. A Kat le llamó la atención y, con su dedo índice, separó levemente de la pared la parte inferior del cuadro. Sorprendida, descubrió una caja de seguridad. Su sistema de cierre estaba compuesto por seis pequeños rodillos independientes, y en lugar de números disponía de letras. Intrigadas por el descubrimiento, se miraron con cierto aire de esperanza. De repente, se escuchó de lejos un fuerte golpe acompañado de un ruido prolongado que las hizo sobresaltar. Sigilosamente, Kat cerró la puerta del cobertizo y aguardaron en silencio hasta que el ruido se detuvo.

—No es ético intentar abrir una caja fuerte de otra persona —susurraba Mary, incómoda por la situación.

—Pero si el Doctor nos ha hecho venir hasta aquí, es por alguna razón, ¿no crees? —explicó en voz baja Kat.

—Además, al Doctor ya no le servirá de nada —añadió Ángela—. Al menos debemos intentarlo. Nuestra intención no es robar a nadie.

—¿Se os ocurre alguna palabra de seis letras? —preguntó Kat mientras hacía girar la primera ruedecilla.

—Prueba con «Doctor» —sugirió Ángela.

Kat giró los pequeños rodillos hasta poner en orden cada una de las letras que componía la palabra, pero el sistema de seguridad ni se inmutó para liberar el cierre.

—Nada, esta no sirve —negó decepcionada.

Mary, que aún tenía en la mano la nota que cogió de la puerta principal, la miró detenidamente y exclamó:

—¡DETRÁS! Es… «Detrás».

—¿Qué quieres decir? —preguntaron confundidas.

—Detrás es la combinación —explicó—. Es posible que el Doctor pretendiera darle una segunda utilidad, primeramente, como información y después como palabra clave.

Kat volvió a girar los anillos metálicos de la caja fuerte hasta conseguir poner la palabra clave. Un pequeño engranaje interno se activó de inmediato, para luego producir un chasquido que abriría automáticamente el compartimento de seguridad. Las tres se miraron excitadas por la resolución del enigma, pues era obvio que habían logrado llegar hasta donde decía la nota.

Emocionada, Kat introdujo la mano y extrajo una misteriosa hoja de papel doblada por la mitad en la que aparecía dibujado un plano y justo debajo una nueva nota que decía:

Acceder desde el norte por el camino Pond Rd, al Oeste del Lago Waban, y a 200 metros hacia el interior del bosque, subir una pequeña pendiente.
Clarence


—¿Podría ser otro texto cifrado? —preguntó Ángela.

—Esta vez no —negó con la cabeza Kat—. Me temo que el Doctor sabía que tarde o temprano acabarían con él y, por alguna razón, lo preparó todo antes de morir. La nota nos dirige a esta dirección concreta.

—Fijaos, el plano parece representar algo —comentó Mary.

—Es el Lago Waban —explicó Kat—, al igual que la pintura del cuadro. Es una zona preciosa. De pequeña, Elías solía llevarme allí.

—Lo conozco —dijo Ángela—. Se encuentra a tan sólo cuarenta minutos.

Atemorizadas, volvieron sobre sus pasos percatándose que algo las acechaba entre las plantas del jardín. Las tinieblas desdibujaban una figura que parecía desplazarse a través de forma diligente. El estrés por salir de aquel lugar iba aumentando por cada pulsación, convirtiendo los pasos en largas zancadas para pasar de inmediato a una angustiosa e interminable carrera hacia el automóvil. El viento racheado y las minúsculas partículas de nieve que apenas comenzó a caer arremetían contra sus cuerpos, blanqueando sus rostros ya empalidecidos, más que por el frío, por el propio temor que sentían de ser capturadas.

Al fin, después de varios intentos infructuosos, la mano temblorosa de Kat consiguió abrir la cerradura de su Chevrolet Sedán color granate, y entraron en él como si la vida les fuera en ello. Aun cuando Mary no hubo terminado de cerrar su puerta, Kat arrancó velozmente racheando las ruedas en el humedecido asfalto.




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© Jorge Ramos, 2019