EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 58 - Cuando Ángela mira a los ojos de la oscuridad



Boston (Massachusetts)

Existen ciertas “debilidades” mentales en los seres humanos que contribuyen inconscientemente y de manera significativa a la subsistencia del miedo. Sin duda, de las percepciones más importantes que posee y con la que de manera habitual convive. Tales son las vibraciones de baja frecuencia, mediante las cuales son controladas las masas. Una herramienta que, con asiduidad, es usada por hacedores de escalones superiores de la pirámide global, y éstos a su vez son igualmente manejados o dirigidos a medida que se asciende por dicha pirámide, hasta llegar a su cima. La manipulación de los medios, sobre todo a aquellos encargados de ofrecer la información, es uno de los mecanismos principales para lograrlo desde los mismos cimientos de la sociedad. Otra es, sin duda, la educación intencionadamente orquestada a la que se someten las personas nada más nacer. El resto viene dado por la distribución también astutamente impartido de los sistemas de creencias —cuales quiera que estos sean— a una sociedad ávida de esperanza, conocimientos y valores.

Sólo se necesita hacer creer a una buena parte de la masa social que nadie les manipula, para que toda en su conjunto, esté inteligentemente manipulada.

En el cosmos ocurre algo similar. No es difícil imaginar que puedan existir civilizaciones más avanzadas que actúen de la misma forma. Un universo repleto de vida coexiste en una sopa energética mientras danza al son de la música según en la frecuencia que vibren sus acciones; algunas con armónicos más altos y otras no tanto, sin embargo, todas ellas indispensables para componer la más hermosa melodía que es la existencia propiamente dicha. Vibraciones altas y bajas vitales para la formación de equilibrios en el transcender de la vida. Una especie de ecosistema necesario que se armoniza con sus opuestos. Y es que todos los seres que la componen, algunos inconscientemente, viven con un mismo objetivo: evolucionar mientras recorre un camino para regresar a la Fuente y volver a partir después, como es posible imaginar en la geometría toroidal del cosmos. Se trata de un trazado que cada partícula trasciende en un movimiento infinito. Y es que todos formamos parte de un Todo, desmembrados en su núcleo en partículas divinas[*] hacia una nueva aventura. Después, una especie de Fuerza se encarga de absorbernos nuevamente hacia su núcleo; pero no a cualquier precio. Sin embargo, a veces nuestra impaciencia por lograrlo nos aparta del verdadero propósito de la existencia, que no es otro que la de experimentarla en sí misma, en la forma física o energética que esta requiera, y donde quiera que nos encontremos en este vasto universo. Con otras palabras, no se trata de llegar a tiempo sino de disfrutar del recorrido sin importarnos demasiado el destino; pues el mismo destino ya eres tú.

[*] Se hace referencia a las Almas puras y renovadas que parten del núcleo de nuevo hacia la existencia. 

A lo largo de la historia de la humanidad se ha creído, por antiguos textos sagrados, que para ascender era necesario vivir “siempre” del lado del bien. Pero, ¿no es más cierto aún que el bien es el bien gracias a sus propias tribulaciones? ¿Existiría éste si no hubiese conocido el mal?

Luz y oscuridad, ambos puntos que forman una misma línea, necesarios en el propio trazado de la existencia; y ambos se experimentan mutuamente para poder alcanzar la meta, encontrándose ésta en su punto medio. Si no fuese así, las almas o conciencias estarían continuamente estancadas en las mismas experiencias, una y otra vez, toda la eternidad, sin aprender del otro lado y sin poder subir al vagón que conduciría a la siguiente estación.

La Fuente, para experimentarse a sí misma, creó este juego de integración de polaridades. Nosotros, los moradores de este universo, somos esas chispas divinas para la Fuente como los peces para el océano.

El inconveniente se establece cuando inconscientemente una raza joven, en este caso la humana de la superficie de la Tierra, entra en un periodo manipulador de la historia por parte de estos seres más evolucionados de baja vibración; éstos mantienen a las personas en un eterno adormecimiento de su conciencia, de modo que las envuelven en una falsa realidad, oprimiéndolas en el interior de una especie de matrix simulada. El propósito sería someterlas como ganado dentro de un espacio cercado, para obtener de ellas alimento energético de baja frecuencia. El miedo es el instrumento más rápido y eficaz para conseguirlo, de esta manera conservan bloqueada la conciencia de cada ser humano, logrando el objetivo establecido.

Ya eran altas horas de la noche, cuando Ángela despidió a Kat y a Mary en la misma puerta de su casa. La pequeña Lisa, cansada tras una intensa tarde de juegos, se quedó dormida en el sofá. Su madre, cogiéndola en brazos con suma delicadeza para no despertarla, subió las escaleras despacio pensando en no tropezar. La habitación de su hijita se encontraba al fondo del pasillo. No sin esfuerzo pudo arreglárselas para dar media vuelta al pomo de la puerta hasta conseguir abrirla. Con la dulce paciencia de una madre la soltó en la cama, le quitó las zapatillas, y justo antes de arroparla hasta casi la mitad de su rosado rostro, mientras le apartaba cuidadosamente el suave y caracoleado cabello rubio de su cara, le dirigió una tierna mirada, para después darle un cariñoso y prolongado beso. Dormía plácidamente como un inocente angelito, sin embargo, se estremeció agradeciendo inconscientemente el gesto cariñoso de su progenitora.

Ángela, emocionada de volver a ver a su niña, y mientras la observaba dormir de manera apacible, quedó durante unos segundos sentada a su lado. Volviéndola a besar, se incorporó para repasar su colcha. No obstante, antes de salir de la habitación comprobaría que la ventana estuviese bien cerrada. Apagó la luz, y entrecerró la puerta dejando una pequeña abertura para después dirigirse a su dormitorio. Pensaba que el día la había agotado psicológicamente y que debía descansar un poco.

Vestida aún y sin deshacer la cama, se dejó caer en ella transversalmente con los brazos extendidos. Tan sólo un pequeño resquicio de claridad entraba por la ventana desde la calle; justo la suficiente. De igual modo, el ruido en la lejanía de algunos coches acercándose y alejándose la terminó de relajar; como aquel silencio roto por sonidos suaves de la cotidianidad que nos hace sentir seguros. Cerró los ojos, y durante un momento quedaría en un estado de absoluta abstracción, parecía que estuviese, sin saberlo, en una meditación profunda, casi en estado de trance.

De repente, un fuerte resplandor tras los parpados hizo que abriera los ojos. Justo en frente, por la puerta de su habitación que igualmente dejó entreabierta, una luz intensa, casi cegadora, se dejaba entrever por la estrecha abertura.

Inmediatamente, Ángela se incorporó desconcertada quedándose sentada en la cama. Una especie de escalofrío la estremeció dejando paralizado por completo todo su cuerpo. «Tranquilízate, sólo es Lisa que tiene sed y se ha levantado», se dijo para ella. Pero algo en su interior le indicaba que aquella intensa luz no era normal.

—¡Lisa! ¿Eres tú hija? —intentó gritar, pero la voz parecía no salir con la fuerza necesaria. Aunque lo volvió a repetir varias veces, el resultado fue idéntico. La garganta se le secaba por momentos. Nadie contestaba. El miedo se apoderó de ella y comenzó a temblar de forma espasmódica. Apenas lograba controlar su cuerpo.

Mas un instinto de protección maternal que poseen de forma natural todas las madres le sacudió las entrañas. Y en un deseo impetuoso de auxiliar a su hija consiguió romper un trozo de muro que le pareció infranqueable hasta ese momento, y que en forma de terror se presentaba ante ella impidiéndole reacción alguna. Finalmente, consiguió mover su cuerpo mientras trataba de mantener el equilibrio. Se incorporó sobre sus pies como si de plomo estuviesen hechos; pues afanosa era la labor de poner uno delante del otro. Aferrándose al deseo de ir al encuentro de su hija, intentó dar pasos muy cortos hacia la puerta. Ángela, confundida por lo que le estaba ocurriendo, no lograba entender por qué no podía desplazarse más deprisa, pareciese que su voluntad estuviese manipulada. Pues a cada centímetro que conseguía avanzar, el objetivo se antojaba alejarse. Sin embargo, la imagen mental de su indefensa hija le animaba a seguir luchando contra corriente.

Al fin, consiguió extender su brazo y pudo agarrar el pomo de la puerta. Quiso abrirla, pero una especie de invisible fuerza sobrehumana la sostenía impidiéndole tirar hacia ella. El corazón le palpitaba cada vez más deprisa; sentía como si le estallara de un momento a otro. Las gotas de sudor comenzaban a recorrerle todo el cuerpo. Su hijita estaba allí fuera y necesitaba de su protección, debía hacer lo imposible por estar con ella, y aquella maldita puerta lo evitaba. Gritaba con desesperación el nombre de Lisa mientras tiraba del pomo con todas sus fuerzas, mas no conseguía que saliera sonido alguno de sus cuerdas vocales. La rabia contenida hizo sacar la fuerza de donde no la tenía y, de esa forma, al fin consiguió abrirla de par en par. De golpe, un resplandor cegador arremetió contra su rostro, humedecido por las lágrimas que brotaban de sus ojos. Sus castaños y ondulados cabellos parecían querer huir hacia atrás. Ángela, medio deslumbrada, se puso la mano para protegerse y entró al distribuidor gritando el nombre de Lisa. Miró alrededor, pero ya no veía ni paredes ni puertas, supo en ese momento que aquella no era su casa. Todo era blanco y luminoso, como si hubiese aparecido dentro de un vórtice de energía. Continuó balbuceando desesperadamente el nombre de Lisa, pero nadie había para ayudarla. De repente, dos extraños seres de estatura pequeña y muy delgados se aproximaban de frente muy despacio. La irradiación de luz evitaba verlos con claridad, si bien, el contorno dejaba percibir unos brazos alargados y una cabeza prominente. Sus enormes ojos eran del mismo color que las frías profundidades de un pozo. Poco a poco, se acercaban entre la luz cegadora, al tiempo que Ángela creía oír en su mente los gritos desgarradores de su hija. Nuevamente, inmovilizada por el terror, sentía impotencia mientras se quebraba la garganta gritando. Justo fue cuando al momento, un afable anciano de cabello blanco e iluminado rostro se apareció a su lado, la cogió de la mano y la serenó diciéndole que no tuviese miedo, que todo estaba bien y que nunca olvidara que si ella lo desea siempre estarán a su lado para protegerla. La aparición de aquel hombre mayor con vestiduras blancas inundó de amor su interior, logrando hacer desaparecer todo resquicio de miedo que aún habitaba en ella. La imagen de aquellos oscuros seres se desvaneció de la vista como el viento racheado sobre el humo negro de una hoguera.

De repente, justo en ese instante aparece ante sus ojos el rostro de Mary. Su amiga estaba secándole la frente humedecida de abundante sudor con un pañuelo y Kat se encontraba a su lado tranquilizándola.

Aturdida aún, mira a su alrededor y descubre que se encuentra semi incorporada en un sofá del salón de su casa.

—Cálmate, sólo ha sido una pesadilla —decía Mary mientras le acariciaba el hombro.

—¡Mi hija! ¿Dónde está mi hija? —gritaba desconcertada con el rostro desencajado.

—No te preocupes, está aquí dormidita en el sofá pequeño —dijo tranquilizándola Kat.

—No sabíamos cómo hacerte despertar —expresó Mary contrariada—. Estabas profundamente dormida y parecías pasar mucho miedo.

—¡Dios mío... ha sido… ha sido... tan... real! —barbotó aún con signos de confusión—. Creí que se llevaban de nuevo a mi pequeña. Pero… aquél anciano… su presencia… su aspecto… me calmó. No sé cómo, pero me hizo desaparecer el miedo. Fue una sensación extraña que nunca había tenido antes. No parecía un sueño —volvió a repetir.

—Necesitas descansar —sugirió Mary, sujetándole la mano.

En lo más profundo de su ser, Ángela sentía que no sólo fue una simple pesadilla. Experimentar tanto amor en aquel instante del sueño hizo desbloquear una parte de su mente que la oprimía, y que llevaba mucho tiempo martirizándola. Fue como si la aparición de aquél misterioso anciano hiciese que algún código oculto de su cerebro fuese descifrado y liberado. Desde ese mismo instante, su alma parecía haber escapado definitivamente de una prisión con enormes barrotes infranqueables en la que la oscuridad alimentaba su poder a cada paso que Ángela recorría en su vida. Ahora ya caminaba por ella sin el temor a lo desconocido y con la certeza de que sólo su fuerza interior la ayudaría a salir adelante de cualquier obstáculo que se le presentase; más allá de aquella horrible pesadilla comprendió que sabiendo controlar las dificultades era posible salir victoriosos y más reforzados de ellas.

Pronto, las tres pensaron que debían detener sus movimientos desesperados en busca de respuestas, pues ¿qué podrían hacer contra algo que está fuera de toda comprensión humana? Era como luchar contra un gigantesco dragón de siete cabezas metidas en un pequeño recipiente de cristal. Unidas en una misma convicción, decidieron esperar acontecimientos, mas sobre todo al regreso de sus compañeros que hacía ya varias semanas que partieron hacia la Antártida, y del que no lograban atisbar el día en que volverían a reunirse con ellos.




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© Jorge Ramos, 2019