EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 63 - El Ágora



En la Red de Agharta

Como golondrinas que revoloteaban tenían en la cabeza cientos de preguntas. Izaicha las hubiese contestado todas sin ningún problema, sin embargo, ésta parecía poseer un reloj en su mente que le indicaba en todo momento cuándo y qué debía hacer. Seguramente sus capacidades extrasensoriales y mentales le ayudaban a ello.

—Ha llegado el momento —anunció de manera apacible, extendiendo sus dos largos brazos sobre la mesa y colocando las palmas de las manos hacia arriba.

De manera intuitiva, Eddie no dudó e hizo lo mismo poniéndolas sobre las de Izaicha, el resto le siguieron tímidamente, hasta formar una especie de enlace con ella. El sentimiento que les provocaba aquel acto era similar a un gran abrazo fraternal de despedida.

—Pase lo que pase, no tengáis miedo —expuso dirigiéndoles su infalible mirada—. Jamás olvidéis… «Buscar en vuestro interior» —concluyó expresando con extraordinaria serenidad la misma frase que les acompañó mentalmente durante todo el recorrido.

Después, durante unos segundos, los cinco quedarían con los ojos cerrados.

—Ahora, debéis acompañarme —dijo sin más, levantándose de su asiento.

Y se dirigieron hacia el tele-transportador colectivo más cercano. Mientras lo hacían, cierta nostalgia les hizo volver los rostros por un instante; tras ellos quedaba aquella especie de cascarón futurista que les había ofrecido tan maravillosa estancia. Muchos recuerdos de la expedición fueron pasando como vagones de un tren en marcha hacia no sabían dónde; sin embargo, ellos, cautos e ilusionados al mismo tiempo, se encontraban a bordo de ese tren, sin retorno y con un único destino.

Izaicha los acompañó hasta la capital más grande e importante de todas cuantas existen en el mundo intraterreno. Tal era la deslumbrante ciudad de Agharta.

Era lógico pensar que ya lo habían visto todo; que nada habría que lo asombrase más; que estaban curados en fascinación, en asombro; que seducirlos a un nivel mayor de lo que ya lo estaban era algo absolutamente improbable. Sin embargo, jamás presenciaron tanta belleza reunida en un solo lugar; tanto amor y calidez que parecían emitir aquellas antiquísimas edificaciones con porte cristalino. Sus torres alzaban puntiagudas como si de gigantescas catedrales góticas se tratasen. Translucidas en apariencia, mas nada podía observarse a través de sus construcciones. Absorbían los reflejos del sol interno aportándoles una suave tonalidad de un verde pálido esmeralda. El brillo que transmitían sus aristas redondeadas reverberaba al máximo su colosal presencia. La ciudad al completo era envuelta por la propia naturaleza haciéndola enaltecer todavía más. Ciertamente, una muy alta vibración se respiraba en su hermoso y mágico entorno.

Miraron hacia arriba y pudieron apreciar mínimamente las dos aperturas polares, éstas se encontraban situadas casi a la misma distancia de la ciudad de Agharta. Sus habitantes eran los aghartianos, antiguos descendientes de Arcturu. De aspecto casi humano de no ser por la singularidad de su desconcertante transparencia. Esto fue posible gracias a millones de eras de evolución. Las vibraciones alcanzadas se hicieron tan elevadas que la materialidad con las que sus cuerpos físicos estaban formados en un principio dio paso a una presencia mucho más sutil y etérea. Sin embargo, podían disponer de la extraña particularidad de que cuando lo consideraban necesario se empleaban bajo un aspecto físico normal. El tamaño de sus cuerpos materializados era algo mayor al de los humanos de la superficie terrestre; normalmente alcanzaban los dos metros y medio de altura. Como curiosidad, eran todos de cabellos largos y rubios, y los más ancianos parecían tenerlos plateados. Tanto los cuerpos femeninos como los masculinos —en su forma física—, vestían un atuendo similar: una especie de túnica muy ligera de colores variados y suaves.

Esferas energéticas de diversos tamaños se acercaron desde arriba. Después de una leve pausa, descendieron muy despacio y, cuando hubieron estado a la altura del terreno, se materializaron en cuerpos físicos aghartianos. El tamaño de las esferas dependía de los individuos que viajaban en su interior, y parecían fusionarse a voluntad en una sola energía.

Aunque se mostraban relativamente tranquilos, el asombro de Eddie y sus compañeros aumentaba por momentos. Un cosquilleo comenzó a recorrer desde los dedos de los pies hasta la punta del cabello más largo de la cabeza. Sin embargo, gracias a las vicisitudes experimentadas en el recorrido, ahora se encontraban preparados para dar el siguiente paso; de hecho, de no haberse producido de esta manera, el shock emocional hubiese sido casi irreparable.

Cordialmente y sin necesidad de palabras, fueron acompañados a un gran espacio cerrado entre edificios. Una especie de plaza circular cubierta por una gigantesca bóveda que, sostenida por majestuosas columnas, parecía elevarse hasta transformarse en una suerte de enorme y alargada estructura cónica; ésta finalizaba en lo más alto en un reducido anillo cilíndrico muy brillante de apenas un metro de diámetro, por el cual discurrían potenciados los rayos del Sol interno hasta alcanzar el centro de la superficie del Ágora. Todo estaba maravillosamente elaborado por este tipo de material similar al cristal, pues lo que quisiera que fuese su composición poseía misteriosas propiedades de iluminación, ya que ningún foco de luz existía por ninguna parte. Era como si toda la estructura se impregnase de partículas de luz del Sol interno y ésta repartiera de forma inteligente su energía lumínica al interior del gran Ágora.

Accedieron perplejos y desorientados como asustados gladiadores en el Coliseo de Roma a la espera de enfrentarse a dios sabe qué. La sorpresa de los cuatro fue mayúscula cuando comprobaron la numerosa audiencia debidamente acomodada y dispuesta alrededor del foro en un anfiteatro de apenas cuatro gradas. La diferencia era que nadie aplaudía, ni gritaba, ni tan siquiera conversaba. Únicamente un inquietante silencio los aguardaba. Casi podía oírse la nerviosa respiración que comenzó a acompañarles durante sus cortos y temblorosos pasos. Los cuatro miraban de un lado a otro. No obstante, pronto percibirían una cálida y suave melodía de interminables sonidos etéreos que de forma misteriosa los tranquilizó por completo. Parecía como si las paredes compusiesen esa música para ellos. No obstante, la estructura del edificio tan sólo servía como transmisor de las altas vibraciones que emitían todos aquellos seres repartidos por el anfiteatro. Mientras caminaban lentamente hacia el centro del Ágora iban observando cómo sus cuerpos se reflejaban en la brillante superficie del suelo.

Izaicha tomó un lugar en la primera fila y ellos, como si supiesen exactamente qué hacer en todo momento, continuaron hasta la zona central, donde el Sol interno manifestaba su presencia a través del orificio cónico de la gran bóveda a través de un pequeño hilo de luz. Justo antes de llegar se detuvieron, volvieron a mirar atónitos en derredor, y después hacia arriba; admiraban la majestuosa estructura cristalina en forma de embudo. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue que justo en el centro del Ágora —donde se proyectaba el Sol— se alzaba increíblemente sobre la superficie una figura geométrica. Se trataba de un deslumbrante y transparente tetraedro de tres metros de altura, con sus cuatro caras que formaban cuatro triángulos equiláteros. Encontrándose de manera invertido, y suspendido a unos centímetros del piso, giraba muy lentamente sobre uno de sus cuatro vértices. Fascinados, no se explicaban cómo era posible que aquella maravillosa figura sólida y traslucida con textura de lo que parecía cristal se mantuviese en equilibrio y sin caer al suelo; era como si lo sostuviese el minúsculo hilo de luz que se proyectaba desde lo más alto de la bóveda.

Luego de evidenciar una admiración absoluta, Eddie y sus tres compañeros volvieron los rostros hacia las gradas. Cinco razas de la galaxia se dieron cita allí, entre las cuales se encontraba la humana del planeta Tierra (Tiamat), representada por ellos mismos, los cuatro expedicionarios, los principales invitados y protagonistas del transcendental evento. Presidiendo el acto aparecía la raza aghartiana, representada por cincuenta maestros espirituales; entre algunas de sus funciones estaba la de protección espiritual de la humanidad, además de ofrecer testimonio de su desarrollo álmico. A su derecha, la raza reptiliana autóctona; su Reina como principal figura, acompañada de Izaicha y de otros tantos miembros de alto nivel jerárquico; podría decirse que su labor más destacable era la de observadora y vigilante de cualquier tipo de vida —incluida la humana— y su evolución en la superficie terrestre; con potestad para intervenir si llegara el caso en que peligrase la esfera planetaria. También acudieron como embajadores una veintena de seres andromedanos y otros tantos de las Pléyades. Para finalizar, un nutrido número de seres de cincuenta razas diferentes de otras constelaciones participaron igualmente. Excepto ellos cuatro, todos y cada uno de los allí presentes eran emisarios de la Confederación Galáctica y testigos principales de lo que allí acontecería.

Individuos de diversas razas con aspectos físicos de los más dispares exhibían un comportamiento exquisito, proceder que era incomprensible para los humanos, pues «¿cómo es posible si nosotros no somos ni tan siquiera capaces de mantener una relación cordial entre personas de culturas diferentes?» Aquello no les cabía en la cabeza. Sin embargo, este hecho tan relevante les hizo abandonar cualquier tipo de temor; sospechaban que estaban en buenas manos. Además, como seguramente hubiese explicado Izaicha: «¿qué podría ocurrirles en manos de almas con una evolución espiritual tan adelantada?». El silencio más absoluto y las altas vibraciones que percibían allí dentro así se lo hacían indicar.

Los cuatro se abandonaron por completo en un estado de paz interior jamás antes experimentado.

Acto seguido, frente al tetraedro, a una distancia de diez pasos aproximadamente, y asemejándose a las casillas redondas de un juego de tablero, comenzaron a iluminarse en la superficie del piso, con un diámetro de algo más de medio metro, tres misteriosas circunferencias. Apenas un segundo después, entre éstas y el propio tetraedro, justo a la mitad de distancia, se interponía una cuarta. Peter, sin saber el motivo de su acto, y después de intercambiar una mirada con sus compañeros, se adelantó para dar el primer paso, colocándose —como si conociera las normas del juego— justo encima del círculo que se encontraba en medio del grupo de tres. Acción que hizo activar la circunferencia de inmediato, proyectándose varios metros hacia arriba una columna de energía blanquecina. Durante unos segundos, Peter sintió una especie de hormigueo a través de su columna vertebral, de abajo hacia arriba. Después fue Norman quien, de una manera de lo más tranquila, se situó en el círculo de la derecha, y del mismo modo se activó y se iluminó hacia lo alto. Seguidamente hizo lo propio Marvin, quién tomó suyo el tercer círculo, justo a la izquierda de Peter.

Ahora tres columnas energéticas emergían desde el suelo, debilitándose hasta perder su capacidad visual a medida que ascendían varios metros. No obstante, unos pasos más hacia adelante, cerca del misterioso tetraedro, permanecía paciente la cuarta circunferencia. Eddie, al igual que el resto, se aproximó como si aquello lo hubiese hecho otras veces, y antes de introducir su cuerpo en el círculo, volvió el rostro hacia sus compañeros y les hizo un gesto como de aprobación. De repente, aquella última columna energética se accionó de la misma forma y, a modo de interruptor, hizo potenciar sensiblemente la energía de las cuatro. Acción que desencadenó en el funcionamiento del tetraedro que tenía justo delante de él. Comenzó éste a acelerar vertiginosamente su rotación hasta que sus aristas y caras triangulares dejaron de ser visibles, tornándose en una especie de cono que debido al rozamiento con el vacío producía un leve sonido magnético. Fue tan sólo un momento cuando la velocidad hubo aumentado de tal manera que el rayo de luz esmeralda del Sol interno que se proyectaba a través del embudo que formaba la gran bóveda del Ágora —y que atravesaba por el eje del cono invertido hasta llegar a su base— se multiplicó varios lúmenes, incrementando así su intensidad lumínica.

Eddie se estremeció, y durante un segundo protegió su rostro con el brazo hasta que sus pupilas consiguieron adaptarse. El corazón comenzó a acelerar sus latidos. Aún no sabía por qué. Pero de repente, sintió una especie de sacudida en todo su cuerpo. Seguidamente comenzó a recibir información de todas sus experiencias vividas desde que nació hasta justo ese momento, como si las escenas de una película pasaran por su mente una tras otra. Su cara parecía transformarse a medida que las imágenes surgían sin cesar. Sus ojos empezaron a empañarse. Después de una leve pausa, aparecieron los recuerdos de sus anteriores vidas. La mirada de Eddie parecía hundirse en las tinieblas, sus ojos derramaban lágrimas sobre su rostro. El sudor le brotaba por la frente y por todo su cuerpo, empapando de humedad las vestiduras. Una tras otra, hacia atrás en el tiempo, iba contemplando todas sus vidas. Y a medida que eso ocurría, éstas eran cada vez más terribles y siniestras.

La figura cónica, que giraba sin parar sobre el eje que formaba el haz de luz procedente del Sol interno, comenzó a transformarse en una especie de imagen indefinida y etérea. Trazas energéticas que la recorrían muy lentamente parecían formarla; pudiendo ser definida como una extraordinaria entidad incorpórea energética y luminiscente.

De repente, Eddie, al presenciar aquello mientras continuaba recibiendo información, cayó de rodillas sobre su círculo, parecía que le faltase fuerzas para continuar. El rostro enrojecido y atormentado dejaba ver las arterias inflamadas de sus sienes y cuello. Las lágrimas brotaban con mayor energía y su llanto desconsolado comenzó a resonar por todo el Ágora. Sus tres compañeros, inmóviles ante aquel escenario, se miraban desconcertados sin saber que le estaba ocurriendo.

Eddie abrió los brazos en cruz ante la gran figura etérea, y en voz alta y quebrada expresó:

—¡Oh, hermano! ¡Perdóname! He sufrido y experimentado las propias sombras de la existencia hasta poder cultivar mi alma. Infinitos han sido los oscuros estadios a los que me he tenido que enfrentar. Y muchas han sido las veces en que he estado perdido; sin embargo, al fin he aprendido. Ahora ya sé cuál es mi camino, y debo seguir adelante. Para ello necesito tu misericordia.

—Hermano mío —dijo una voz grave, rotunda y parsimoniosa que parecía salir de la entidad—. No necesitas mi perdón, pues jamás te he condenado.

—Pero mi camino hacia la Fuente se detuvo… —dijo Eddie sollozando—. ¡Es tan difícil conseguir el destino, cuando los recuerdos de nuestras vidas no pueden ser contemplados!

—Es así como la Fuente dispone. Experimentar sin recordar qué fuimos. Únicamente de esa manera logramos ascender hacia ella.

—¡Te he buscado —expresó Eddie con voz desgarradora—… y al fin te encuentro, hermano! Ahora sé que no podía seguir accediendo sin solicitar antes tu perdón…, sin pedir perdón a la humanidad que tanto amaste y que tanto amas —imploraba mientras apretaba fuertemente su rostro con ambas manos—. Desde entonces… he permitido que mi existencia haya sido únicamente en los cuerpos físicos de tu maravillosa creación... Miles de vidas hasta… ahora al fin encontrarme… y encontrarte... Me avergüenzo de la mayoría de mis vidas... pues anchos fueron los trazos oscuros de mi alma.

—Y mucho ha sido el tiempo que te he estado esperando pacientemente —contestó la entidad—. Seguro de que de un momento a otro aparecerías. Ahora eres tú quien puedes hacer algo por mis hijos.

—Estoy a tu disposición, hermano mío —dijo a modo de súplica, aún de rodillas e inclinando el torso hacia delante con los brazos extendidos y las palmas de las manos abiertas sobre la superficie.

—A tan sólo un paso de llegar a la Fuente me encuentro —manifestó la figura incorpórea—. Mas no quisiera partir sin antes poder experimentarme en cada uno de los seres humanos.

Justo en ese momento, a Izaicha, que estaba atenta a todo cuanto ocurría en el centro del Ágora y a toda la conversación entre ambos hermanos, se le desprendieron unas lágrimas; parecía como evocar algo de su remoto pasado.

—Así fue como dispuse su código genético —continuaba la figura—, y así es como deseo concluir mi viaje por este universo. Sin embargo, quise hacerlo sin olvidarme de ti. Aun cuando tú me despreciaste, yo te admiraba profundamente, y mi amor fraternal me hizo actuar de esta manera. La activación de la parte dormida del código genético del nuevo ser, solamente se conseguiría gracias a tu colaboración, siempre y cuando tú te sintieras en disposición de hacerlo. De esta forma, ambos seríamos participes del momento crucial en el que el ser humano estaría preparado para su nueva etapa evolutiva, y pudiese de esta forma y por sus propios medios continuar en su objetivo para el cual fue proyectado.

—Dime pues… hermano mío… qué debo hacer... —sollozaba Eddie—. Pues a tu disposición estoy.

—Para que mi esencia pueda instalarse en el ADN humano, necesito utilizar tu estructura genética. Esto sólo es posible hacerlo si fusionas tu cuerpo conmigo. Es de esta manera como únicamente, los códigos dormidos comenzarán a activarse tal y como fue diseñado. Esta vez, mi Segunda Venida no será física, sino energética, y localizada en el interior de cada uno de los seres humanos de Tiamat. Mas solamente aquellos que estén preparados lo percibirán, y yo estaré con ellos hasta el momento de su ascensión, sacrificando la mía hasta ese momento.

—¡Oh hermano! —gritaba Eddie en profundos lamentos—. Fuiste tan lastimado en todas tus vidas. Perdóname por aquella horrible crucifixión... Yo mismo, ignorante y ciego de todo, te juzgué y sentencié... Y ahora comprendo tu expresión:

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

Izaicha volvió a evocar un escenario, y las lágrimas volvieron a surgir con más abundancia.

—No te martirices más querido hermano —expresó la entidad—, pues todas mis miserias y desgracias sólo hicieron acelerar mi propio recorrido. Ahora ha llegado el momento en el que tú debes decidir, si seguir viviendo esta vida mientras te torturas recordando todas tus anteriores experiencias, u ofrecer tu cuerpo a la humanidad para comenzar de nuevo, y así secundarla en su propia evolución.

Eddie se incorporó como si de un zombi se tratase, transfigurado, sudoroso, con los ojos desorbitados y la mirada perdida; y giró la vista hacia atrás para ver por última vez a los que hasta ese momento fueron sus compañeros. Durante un instante, cerró sus parpados humedecidos y hundidos en un profundo abismo de tristeza, aunque interiormente satisfecho de su decisión. Por unos segundos, recordó en esta vida a su pequeña hija y a su esposa. Los ojos cansados y enrojecidos le volvieron a brillar, brotando de ellos salados ríos de lágrimas; llanto que pudieron oírlo todos los asistentes. Después dio un paso, luego otro, hasta llegar a la figura etérea de su hermanastro; y, perdiéndose en su interior, se fusionaron ambos en una gran explosión de energía que iluminó todo el gran Ágora. Y desde ella, el Sol central recibió un potente rayo de luz, expulsándolo de inmediato tal quasar en el espacio hacia ambas aperturas polares. Mientras aquello sucedía, como si de una gigantesca fuente de agua se tratase, la energía invisible a los ojos humanos se expandía por toda la capa atmosférica del exterior de Tiamat, impregnándose inexorablemente en el código genético de todo ser humano, y esperando con paciencia el momento oportuno en que cada individuo estuviese preparado para activarlo.

El lento Despertar de los seres humanos de la superficie ya era inapelable, pues tarde o temprano una completa transformación daría lugar en las conciencias de las personas. Ya sólo dependía de cada cual acelerar dicho proceso y comenzar así una nueva andadura por el misterioso devenir del universo. Ninguna raza avanzada, por muy oscura y oculta que tuviera sus intenciones, impediría la evolución natural de la humanidad, tan sólo podría ralentizarla para su propio beneficio, pues el estado natural de su composición genética estaba diseñado de tal forma que nada ni nadie podía interferir en su camino.

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© Jorge Ramos, 2019