Otra Visión de la Crisis


En todos los momentos difíciles de la historia de la humanidad emerge el espíritu creativo del ser humano:

En estos momentos de incertidumbre que vivimos, posible preludio de uno de esos difíciles momentos de la historia, también podemos disfrutar del trabajo creativo de otras personas. Están emergiendo en nuestra conciencia diferentes aspectos, ideas e iniciativas que pugnan por encontrar un nuevo camino donde expresarse, desde el convencimiento de que la mayor transformación de nuestra época es la que ha de ocurrir en el corazón humano, la mayor fuente conocida de energía limpia y renovable.

Se puede hablar de una explosión de creatividad y de esperanza hacia una nueva “Era postmaterialista”, un horizonte hacia el cual podemos mirar con esperanza e ilusión porque promete ser mucho mejor que el actual. No en balde, la palabra crisis viene de un término médico empleado para describir el momento en el cual el paciente sana o empeora. Si sana, se decía tradicionalmente que el paciente había tenido una crisis feliz, favorable o una buena crisis. Estamos en un sistema que ya estaba enfermo y ha entrado en crisis, es decir, puede empeorar y volverse más hacia la sed de control, la violencia, la alienación o bien puede transformarse hacia un mundo más sano, más sensato, más ecológico, más justo y más sabio.

Estamos ante algo mucho más profundo que una crisis económica:

Llama la atención que un filósofo escriba sobre la crisis “económica”. Esto con seguridad se debe a que la crisis actual es mucho más que una crisis y mucho más que “económica”. Yo la he calificado de mutación del sistema vigente. Pigen se refiere a ello señalando que le interesa la crisis porque nos revela algo mucho más profundo que la crisis económica y financiera que tenemos a primera vista. En el fondo, nos dice, se trata del síntoma más visible de una crisis cultural, de una crisis de valores y de una crisis de civilización. Por eso esta crisis interesa a un filósofo como él.

Crisis y falta de valores: la percepción materialista de la vida:

Además de la crisis financiera, tenemos evidencias de una crisis ecológica, una crisis alimentaria en muchos países del mundo, y de la desaparición forzada de culturas y comunidades, así como de multitud de especies vegetales y animales. Y vemos en nuestra sociedad que hay crisis a nivel de educación, de sanidad, de valores, de relaciones entre padres e hijos, entre parejas, en múltiples niveles. No es casualidad que vivamos en una época de tantas crisis. Disponemos de un potencial tecnológico y humano fascinante pero no parece que tengamos muy claro cuál es nuestro papel en el mundo. Los medios de comunicación -sobre todo la publicidad- nos dan a entender que el sentido de la vida radica en consumir, pero eso no nos lleva a una vida realmente plena. La ideología del crecimiento económico ilimitado ha entrado también en crisis. Formamos parte de una cultura que ha creído que el ser humano está por encima de la naturaleza, que ha creído que para prosperar hay que competir, que somos seres individuales radicalmente aislados los unos de los otros... Estamos influidos por toda una serie de percepciones culturales que no corresponden con lo que la ciencia nos está revelando desde hace muchos años.

Si crees en la belleza, tenderás a nutrirte de arte, de música, de poesía. Si crees en la solidaridad te dedicarás a ayudar al prójimo, pero si crees que lo que verdaderamente importa es la materia buscarás en tu vida sólo aquello que es material y te dedicarás a acumular posesiones materiales.

En una generación tendríamos que cambiar de valores, si queremos ajustarnos al cambio que se avecina:

El funcionamiento del materialismo es similar al de una droga, que te llena mientras consumes y luego te deja vacío. Así es como funciona. Pero ahora mucha gente percibe que ese sistema de creencias que nos fascinaba, esa seducción por la cultura del consumismo y el materialismo, es falso. Hace treinta años ya había críticos que advertían que el crecimiento económico ilimitado es imposible, pero ahora lo vemos casi todos. Como decía el economista Kenneth Boulding, “quien crea que el crecimiento exponencial puede continuar para siempre, o es un loco o es un economista”. Nos estamos dando cuenta de que este sistema no funciona. Y ese es el primer paso para cambiar.

Todos los ciudadanos de la Tierra somos interdependientes. Nos encontramos ante un rito de paso, en el sentido de que ahora mismo lo que está en juego tiene mucho mayor alcance que en otras épocas. Todas las sociedades han tenido momentos de cambio y de transición importantes, pero ahora mismo estamos en una situación en la cual todos los ciudadanos planeta somos interdependientes y en la que nos damos cuenta de que para asegurar la pervivencia de las culturas humanas sobre la Tierra necesitamos una gran transformación, personal y colectiva. En gran medida depende de nosotros mismos qué es lo que va a emerger a partir de ahí. En una sociedad sólida y estable, si quieres cambiar las cosas tienes un margen pequeño de acción. Pero en un momento de crisis multidimensional como la nuestra, las consecuencias de nuestras acciones se amplifican enormemente, porque todo está en un estado líquido, listo para convertirse en otra cosa. Creo que este momento abre grandes posibilidades de construir un mundo mejor.

Tenemos un poder que antes no teníamos:

Es útil darnos cuenta de que esto nos da un poder de actuación que antes no teníamos. En una situación estable puedes intentar cambiar cosas y nada se mueve. En cambio en una situación de crisis todo está en transformación y es mucho más fácil incidir en el curso de las cosas. Ahora todo está fluyendo y es mucho más fácil orientar los cambios en el sentido que creamos que son positivos. La única certeza que podemos tener es de que nada se quedará igual. En un mundo en donde cada vez hay más desigualdades y formas de explotación cada vez más sutiles, el hecho de que llegue una crisis como esta es una campanada que nos despierta. La bonanza económica y la posibilidad de consumir cada vez más eran como un soborno a nuestra consciencia que nos hacía ignorar los problemas terribles del mundo, a nivel de derechos humanos y de crisis ecológica, por ejemplo. Creíamos que como yo cobro a final de mes y me puedo comprar lo que quiera, el sistema funciona.

Del mismo modo que hemos creído que la economía es la clave del bienestar de una sociedad, creíamos que el consumo era la clave del bienestar humano. Ahora sabemos que no es así. Y al desmontarse todo este sistema de creencias, todos los problemas que ya estaban ahí, pero que la sociedad prefería ignorar, ahora nos miran a la cara. El sistema era como un gigante sonámbulo que avanzaba estrujando ecosistemas, comunidades y el equilibrio del planeta bajo sus pasos. Ahora el sistema se desmonta y nos damos cuenta de que tenemos la oportunidad insólita, increíble y privilegiada de poder cambiar el mundo.

Pocas generaciones han podido sentir que sus decisiones pueden afectar el futuro, no solo de su comunidad local sino del conjunto de la Tierra. Estamos en un momento muy duro y muy difícil pero también podemos pensar que es un gran privilegio haber venido a la Tierra en este momento. Tener una vida humana en esta época de transformación enorme, con todas las posibilidades ilimitadas que ello conlleva, es la experiencia más interesante que se puede pedir en un mundo que, además, hay que contemplar desde una perspectiva holística.

Caminamos hacia un mundo postmaterialista:

El postmaterialismo es un término que se utiliza desde hace tiempo en sociología para describir el hecho, que se ha observado estadísticamente en los países occidentales, de que si hace treinta años la población mostraba un interés en cuestiones materiales como el crecimiento económico y la fuerza militar, en las últimas décadas las estadísticas sociológicas muestran un creciente interés por temas más inmateriales como la participación democrática, la calidad de la educación, la justicia o el estado del medio ambiente.

Quiere nacer un mundo en el que habrá mucha más creatividad, entusiasmo, generosidad, capacidad de aprender... Todo lo material es limitado, pero lo que es postmaterialista e intangible es ilimitado. Es ilimitada nuestra creatividad, nuestra imaginación, nuestras intuiciones, nuestra capacidad de construir un mundo mejor, más solidario, más ecológico y más sensato. Coincido desde luego con todos los llamamientos a limitar nuestro consumo y nuestro impacto ecológico, pero es importante que esa reducción del consumo deje vías abiertas para desarrollar nuestras potencialidades ilimitadas.

La clave para el cambio del materialismo dominado por el miedo al postmaterialismo dominado por el amor:

Lo esencial es seguirse a uno mismo. Todos tenemos una voz interior, a menudo silenciada, que sabe por dónde nos conviene ir y que a menudo nos orienta a tomar una decisión que desde fuera podría parecer errónea. Es esa intuición que en un momento dado nos lleva a abandonar un empleo que parecía muy conveniente, a trasladarnos a otro lugar o a tomar cualquier decisión que a primera vista podría parecer poco sensata pero que a larga resulta acertada. Si prestamos más atención a nuestras intuiciones, a nuestros sentimientos y no sólo a la racionalidad abstracta, nos pueden llevar a conectar mucho más a fondo con nosotros mismos, con la naturaleza y con el universo.

La organización social puede emanar de este nuevo paradigma holístico:

La visión holística del mundo lleva por naturaleza a sistemas de gobiernos mucho más descentralizados. El poder está en las comunidades locales. Se trata de una sociedad en donde no hay estructuras jerárquicas, no hay personas que lideran al conjunto de la población, sino que cada uno es capaz de tomar mayor responsabilidad por lo que hace y consume, por su impacto en la comunidad local y en el conjunto de los ciclos de la tierra.

Esta crisis marca el principio del fin de la globalización económica y eso abrirá espacios de diversidad cultural que hasta ahora se habían ido sofocando. Permitirá una mayor diversidad de maneras de actuar en sintonía con los ritmos de cada ecosistema. De hecho, es así como las culturas han ido evolucionando siempre: en sintonía con los ritmos climáticos y biológicos del ecosistema que las acoge, cosa que ahora prácticamente no tenemos en cuenta.

Ahora mismo lo que tenemos a nivel político es la gran transición desde estructuras rígidas y jerarquías centralizadas a toda una serie de iniciativas participativas que van a ir surgiendo a nivel local.

Todo esto comporta fomentar la participación ciudadana y la recuperación de maneras autosuficientes de vivir. Recuperar oficios que se estaban perdiendo, recuperar variedades agrícolas locales que se estaban abandonando. Hay que fortalecer estas comunidades locales y dejar que las estructuras más globales sean solo como un paraguas protector, no como una pirámide que acumula el poder en su cúspide. Sería un poder que emerge de abajo a arriba, no de arriba a abajo.

De la fórmula piramidal al trabajo en red:

La pirámide es una metáfora que vale mucho para los sistemas que hemos creado hasta ahora, tanto políticos como empresariales. Pero la naturaleza no funciona así. El concepto de pirámide puede asociarse con nociones teológicas que proclaman un dios superior que está por encima de la Tierra. La versión del cristianismo que ha triunfado (que no es por ejemplo la de San Francisco) es muy jerárquica y se ha vuelto compatible la visión del mundo hasta ahora hegemónica, en la que destaca la competición y la lucha por la supervivencia, todo se rige por leyes mecánicas y lo que tiene más fuerza triunfa.

La visión holística nos revela que todas las cosas están íntimamente relacionadas y todo depende de todo lo demás. Es una visión mucho más compatible con la idea de red. Cada acto, como una piedra que cae en un estaque, genera ondas que luego se van expandiendo. En esta crisis, las pirámides se derrumban y las redes se fortalecen. Todos sabemos que las estructuras piramidales ya no funcionan.

Inventar estructuras piramidales es un experimento de la humanidad que hemos comprobado que no funciona. Y no funciona ni siquiera para los que están arriba, muchos de los cuales están colmados de insatisfacción. Ahora nos toca probar formas nuevas de organización. Sabemos que el cosmos y la vida funcionan en red. Cuanto más funcionemos en red nosotros, más fluiremos con la naturaleza y mejor nos irá.

El papel de la ciencia en la construcción del postmaterialismo:

Hoy en día la explicación última que tenemos de la realidad procede de la ciencia. Incluso la mayoría de las personas que se declaran religiosas para explicar cómo son realmente las cosas se remiten a la ciencia, al menos aquí en Europa. Para mí es muy positivo el hecho de que la ciencia misma ahora nos esté revelando un mundo postmaterialista. La psicología, la neurobiología y la antropología nos muestran que los humanos somos seres mucho más cooperativos, abiertos y solidarios de lo que hasta ahora creíamos. En incluso la física, la ciencia que más directamente trabaja con la materia, muestra que a nivel subatómico la realidad no se compone de partículas que actúen como bolas de billar, sino de un océano de vibraciones en el que las llamadas partículas no están separadas sino que son radicalmente interdependientes y donde todo es radicalmente dinámico. Dos premios Nobel de Física del siglo XX —Schrödinger y Wigner— afirmaron que hay una serie de experimentos de la física contemporánea que sólo tienen pleno sentido si el fundamento de la realidad no es la materia y la energía, sino la conciencia y la percepción. Ello abre las puertas a un enorme cambio de paradigma.

La física está empezando a revelar un universo participativo, en el que el núcleo y la clave de toda física es la participación del observador:

Aquí sigo a John Wheeler, que murió el pasado año y que para mí era el más coherente entre los grandes físicos nacidos en el siglo XX. Hace décadas que la física nos muestra que la realidad no es algo objetivo e inerte que está ahí fuera, sino que todo fenómeno depende en alguna medida de la participación del observador. Según cómo observemos un acontecimiento se nos manifiesta de un modo o de otro. Esto es evidente en la física cuántica, pero Wheeler se dio cuenta de que esto se aplica también en el mundo macroscópico de la astrofísica y la cosmología. También se aplica, por cierto, en la vida cotidiana: según la actitud con la que contemplamos un acontecimiento, o según la actitud con la que acogemos a una persona que acabamos de conocer, nuestra experiencia será distinta. De modo que no somos espectadores pasivos en un mundo de objetos, sino coautores y cocreadores de un universo de relaciones.

Científicos y los místicos acaban entendiéndose al final del trayecto:

Dos premios Nobel de Física del siglo XX, Schrödinger y Wigner, independientemente llegaron a la conclusión de que ciertos experimentos de física contemporánea solo podían explicarse satisfactoriamente si pasamos a considerar que el fundamento de la realidad no es la materia y la energía, sino la conciencia y la percepción. Eso significa un giro de 180 grados en cómo vemos el mundo desde hace siglos. Y esto no lo dicen maestros espirituales, sino premios Nobel de Física. Hay, como mínimo, paralelismos entre la visión del mundo que han cultivado las filosofías no dualistas de diversas escuelas budistas, taoístas e hinduistas, y la visión que nos presenta la física contemporánea.

La física ha descubierto cosas que los propios físicos no son capaces de asimilar en su vida cotidiana. La visión del mundo que emerge de la física cuántica borra la visión de que existen entidades separadas. La mayoría de los físicos viven en una especie de doble vida. Cuando están trabajando con la física cuántica, abrazan la visión de radical interdependencia de todas las cosas, pero cuando están en su vida cotidiana, todo vuelve a estar fragmentado y muchas cosas se siguen rigiendo por los valores tradicionales.

Nuestra cultura todavía no ha sabido integrar lo que hace ya cien años comenzó a emerger de la física cuántica y más recientemente de la neurobiología.

Tenemos la base científica para una visión holística, en la cual nos damos cuenta de que todas las cosas son interdependientes y en la que la actitud más natural y más efectiva es cooperar y no competir. De ello puede nacer espontáneamente una actitud que no es de control sino de participación de los ciclos de la naturaleza.

La responsansibilidad ante la Madre Tierra de ser coautores y cocreadores del Universo:

Es una hermosa responsabilidad. Del mismo modo en que podemos afectar a la realidad de manera destructiva -como hemos hecho con el equilibrio ecológico del planeta-, también podemos desarrollar nuestra capacidad de imaginar y construir un mundo mejor, socialmente justo, ecológicamente sostenible y más lleno de sentido para todos.

Los pueblos indígenas tradicionales se han sentido parte de su ecosistema inmediato y del Universo. Cuando miran a la Luna y al Sol, los ven no solo como parte de su cosmología, sino de su mitología y de su propia familia… De esa percepción primordial del mundo, en la cual nos sentíamos instintivamente hermanos de las plantas, los animales y los astros… hemos pasado a una visión mecanicista en la que consideramos que lo único real es lo que se puede medir, lo que se puede cuantificar. Eso da lugar a un mundo que puede ser controlable y eficiente en muchos sentidos, pero donde todo lo que no es cuantificable, todo lo que tiene que ver con la creatividad, la imaginación, el arte, la espiritualidad, nuestras relaciones, el amor… todo ello se percibe como una cosa accesoria y poco importante. Si creemos que lo más propiamente humano es un añadido, creamos un mundo inhumano y hostil.

La raíz del problema que tenemos hoy en día es el dualismo entre nosotros y el mundo, que se manifiesta por ejemplo como dualismo entre la humanidad y la naturaleza. La clave para conseguir un mundo que funcione es superar ese dualismo.

Hay actitudes que parten de la idea de que los humanos estamos aquí para administrar el planeta. Parten de la arrogancia de creer que saben cómo funciona el planeta.

Pero tal como nosotros respiramos sin ser conscientes de todos los procesos ligados a nuestra respiración y tal como nuestro corazón late sin que nosotros sepamos cómo, nadie sabe en detalle cómo funcionan los innumerables ciclos en continua transformación que constituyen la naturaleza.

La naturaleza es líder en tecnología porque todo lo que crea es mucho más complejo, mucho más bello y mucho más eficiente que lo que creamos nosotros. Creer que nosotros podemos controlar artificialmente el equilibrio ecológico de la Tierra es de una gran ingenuidad y arrogancia.

Los seres humanos de los países ricos y de las elites ricas de los países del Sur hemos vivido de un modo que nadie nunca antes había vivido. Volar, adaptar la temperatura de cada sala a lo que nosotros queramos y regular todo lo que ocurre a nuestro alrededor, importar comida de la otra punta del mundo y disponer de todo tipo de artilugios electrónicos… son comodidades que ni siquiera los grandes emperadores tenían, pero hemos terminado creyendo que esta era la manera natural de vivir.

No hay leyes de la ciencia que sean eternas, todo es mutable y esas leyes pueden evolucionar junto al cosmos:

Toda esta estructura que hemos desarrollado para comprender el universo, buscando la certeza y reduciéndolo todo a fragmentos fijos e inalterables, en el fondo procede de una incapacidad de aceptar lo que las cosas tienen de dinámico e impermanente. La vida es cambio, cambiamos a cada momento y si nos esforzamos en fijar excesivamente las cosas creamos un conocimiento demasiado rígido y por otro lado un apego excesivo a las cosas. En la tradición budista se dice que nuestro afán de convertir lo cambiante en algo permanente es la raíz de nuestro sufrimiento, insatisfacción. Y en el fondo, todo lo que nos rodea -procesos naturales, sociales,...- son cosas que están siempre en transformación.

Debido a que la realidad es dinámica, necesitamos aprender del agua para fluir:

Utilizo el agua como metáfora de ese fluir que nosotros necesitamos. Vivimos en una sociedad que quiere controlar las cosas, el control es la actitud básica que expresa nuestra sociedad tanto hacia la naturaleza como ante los demás. Y hemos de pasar del control al participar en la aventura de la realidad, ser más flexibles y más dispuestos a aprender de las nuevas situaciones, de ser como el agua en el sentido de humildad y estar más conectados con los ciclos de la vida. El agua se adapta a todas las situaciones y sin embargo -como dicen los clásicos taoístas- vence incluso a la roca más dura.

El agua también me interesa porque los científicos están descubriendo que en su sencillez tiene hasta 63 anomalías en su molécula. De modo que el agua, tan omnipresente, de algún modo nos revela lo que hay de impresionante, de sorprendente en el Universo.

Confianza para fluir:

La confianza es parte de este proceso. Si nos sentimos separados del mundo y separados los unos de los otros, la única manera efectiva de actuar es controlar y competir. Es una actitud basada en la desconfianza. Pero la palabra confianza puede tener la connotación de ingenuidad. Yo usaría la palabra participación, en el sentido de que nos sentimos parte de una red de ciclos, de una red inagotable de múltiples ciclos y de ese modo podemos sentirnos parte del conjunto del universo y parte del milagro continuo de renovación de la vida.

Pasar de esta actitud de control a una actitud de fluir es lo que te permite dejarte guiar por tu creatividad. También es una actitud mucho más sana. Se puede medir fisiológicamente cómo una persona que intenta controlar tiene mucha más tensión que una persona que siente que participa en el fluir de las cosas, que está naturalmente más relajada.

En una visión del mundo en la cual las cosas están separadas hay que unirlas con vínculos de control o con leyes mecánicas que rijan su funcionamiento. Una visión más participativa nos lleva a fluir con los ciclos de la naturaleza y con los ciclos de las relaciones humanas.

Vivir con menos:

La economía convencional sigue ignorando que depende de la naturaleza. La inminente escasez de recursos energéticos clave nos obliga a reconocer que la vida que hemos estado llevando en las últimas décadas no es sostenible. Si queremos perdurar como una especie integrada en los ciclos de la tierra, hemos de consumir menos energía y hemos de aprender a vivir mejor con menos, ser más felices con menos.

No hay ninguna alternativa energética viable que sea capaz de proporcionar el nivel del consumo que hemos tenido hasta ahora. Pero eso no es una mala noticia, porque esta sociedad de consumo es una fuente de adicciones y de problemas psicológicos que antes no existían. Hay que reaprender a vivir mejor con menos energía externa y en cambio potenciar nuestras energías interiores: la creatividad, la solidaridad…

Hemos de limitar nuestro impacto en el medio, pero hay mil cosas que son ilimitadas: la amistad, la solidaridad, la imaginación, la creatividad, el arte, la capacidad de aprender… siempre las podemos potenciar.

Todo lo que no depende de una base material, no tiene límites. Darnos cuenta de que estamos en un mundo de posibilidades ilimitadas abre la puerta a darnos cuenta de que el mundo que podemos crear tampoco tiene límites. Tal vez nos espera un mundo que ahora mismo no podemos imaginar. Tiene el potencial de ir a peor o a mejor. Podemos vivir una mala crisis o una buena crisis. Nos espera un mundo que no será como este. Contribuir a que sea un mundo mejor está en nuestras manos, y en nuestro corazón.