EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 48 - Algo realmente maravilloso



Apertura Polar Sur “Zona Oscura”

Según marcaba el plano de Izaicha, Eddie y sus tres compañeros caminaban en dirección correcta hacia el interior de la tierra hueca. Sus cuerpos parecían haberse acostumbrado a la paulatina disminución de la gravedad de aquella zona.

La conciencia de Tiamat seguía iluminando extraordinariamente todo el recorrido.

Atravesaron más de la mitad de la “Zona Oscura”. La suave cadena montañosa junto a la vegetación fue desapareciendo del escenario, dando lugar a un inmenso valle salpicado por diversos tipos de organismos, algunos de los cuales eran extraordinariamente curiosos. Ciertos grupos de ellos surgían del terreno como estructuras enormes, capaces de dar sombra a los propios árboles si éstos hubiesen existido en la zona. Presentaban formas y colores dispares, en ocasiones divertidas de presenciar; especies que no pertenecen al reino de las plantas, tampoco al de los animales o al de las bacterias, pues se crearon en el planeta gracias a la adaptación de tres líneas evolutivas independientes, pudiendo de esta forma sobrevivir en diferentes hábitats; se trataba de los hongos. Algunos mostraban un tronco con un diámetro increíblemente ancho, tanto que de abrir un hueco en él cualquier automóvil hubiese podido atravesarlo sin ningún problema; éstos presentaban sin embargo menor altura que el resto, tan sólo conseguían alcanzar unos tres metros. Por el contrario, había otras especies que se diferenciaban en que el tronco, aunque considerablemente más delgado, podrían llegar a cubrir la altura de un edificio de cinco plantas. Todo aquel entorno exhibía una gran variedad de formas físicas auto diseñadas para subsistir una noche perpetua.

El agradable olor a vainilla fue dejando paso a una emanación muy característica y bastante similar entre las diversas clases de hongos conocidas en la superficie, aunque bastante menos amable al olfato.

Entusiasmados por la fantástica perspectiva del lugar, caminaban como pequeños insectos bajo la protección de los sombreros de aquellas gigantescas setas. Peter, maravillado, se abandonó totalmente a la escritura en su cuaderno de apuntes, describiendo y esbozando como buenamente podía todo cuanto presenciaban sus encandilados ojos. A veces, incluso Eddie tenía que azuzarle debido a que detenía la marcha para observar extasiado todo el panorama mientras arrastraba el lápiz como un poseso sobre su cuaderno.

—¡Mirad esto! —observó Marvin, señalando un cúmulo de sustancia semitransparente y algo pegajosa de al menos sesenta centímetros de altura.

—¡No lo toques! —gritó Peter desde varios metros atrás— puede ser tóxico. Fijaos en la gota gelatinosa que desciende desde la parte superior del sombrero.

En efecto, Peter había observado correctamente. Más adelante, cúmulos similares, incluso algunos de ellos de mayor tamaño, se amontonaban justo debajo del borde del sombrero de un tipo de seta determinado.

Todo aquello les produjo tal distracción que no advirtieron de algo aún más excepcional. A varios miles de metros más hacia arriba, justo en medio de la apertura polar, donde las paredes del embudo se estrechaban, se visualizaban unas líneas energéticas muy brillantes y delgadas, parecían recorrer de manera longitudinal todo el hueco de la apertura en dirección hacia el exterior del planeta.

—¡Qué diablos es eso! —expresó Eddie, mirando hacia arriba sorprendido.

—Parece como una corriente eléctrica —observó Peter—. Es probable que sea el campo magnético de la tierra; el escudo que la protege del viento solar.

—Eso, ya sólo nos queda electrocutarnos —saltó bromeando Marvin.

—¡Fijaos que belleza, chicos! ¡Hacia el interior! —señalaba Norman—. El cielo comienza a aclararse por allí.

—¡Cierto! —afirmó Peter, sin dejar de asombrarse—. Eso parece indicarnos que estamos a punto de salir de la “Zona Oscura”.

—Según esto, sólo falta recorrer los últimos veinte kilómetros —explicó Eddie mientras examinaba el plano de Izaicha.

Como almas errantes, caminaban extasiados por el extraordinario paisaje hacia el interior del planeta, con la orientación de un cielo cada vez más claro. Las setas gigantes fueron reduciéndose tanto en tamaño como en cantidad. El falso cielo que parecía como si en él comenzara a despuntar el día, ya casi permitía observar la superficie de enfrente del embudo o garganta. Debido a que la particularidad energética y geomagnética de la zona iba progresivamente desapareciendo, la fuerza de gravedad también fue restableciendo su originalidad. Incluso las partículas luminiscentes que les acompañaron durante todo el recorrido de la “Zona Oscura” empezaban a perder su carácter visual. De la misma manera, poco a poco sus cuerpos iban retornando a su estado físico normal.

Como si de un alba espléndido se tratase, un hermoso resplandor procedente del interior del planeta los esperaba pacientemente, pues a medida que se acercaban, sus primeros rayos de luz comenzaban a hacer tangencia con el horizonte compuesto por suaves colinas; el reflejo de una luz cálida permitía definir el contorno de sus propios cuerpos. Era, sin duda, la referencia definitiva hacia donde debían dirigirse; y, tal era un nuevo y desconocido amanecer para ellos.

Eddie volvió a examinar el plano:

—Chicos, exactamente, nos encontramos justo en la salida de la “Zona Oscura” —informó con una amplia sonrisa.

La noticia de Eddie hizo a todos saltar y gritar de alegría. Se abrazaron entre ellos.

A esa altura del trayecto la fatiga era algo mayor, ya que sus cuerpos recuperaron el peso original. No obstante, era tal el estado de ánimo en que se encontraban en ese momento que decidieron continuar la marcha; los acogedores rayos de luz que apenas aparecieron tras el inédito horizonte los motivó increíblemente.

Eddie echó la vista atrás y, como si se abandonase por un momento en una especie de estado contemplativo, se despidió agradecido de la “Zona Oscura”. Navegando en lo más profundo de su ser comprendió que, aunque fuese paradójico, la luz se apreciaba mucho más desde de la completa oscuridad; de alguna manera, recorrerla los ayudó a iluminarlos interiormente.

A medida que avanzaban, podría decirse que disfrutaban de la luz de un amanecer similar al de la superficie del planeta. No obstante, eran ellos los que se aproximaban a un nuevo mundo constantemente iluminado, pues la noche no existía allí donde se dirigían. Apreciar casi por completo la parte opuesta de la apertura ya era un hecho. Aunque algo más difuso por su distancia, lograban vislumbrar más allá del embudo interior; es decir, lo que sería la superficie interna del planeta. También podían distinguir las zonas húmedas de las secas, incluso lo que parecían ser grandes extensiones de mares u océanos de otras con tonalidades más verdosas que representaban inmensas superficies de vegetación.

Aún no daban crédito a todo aquello. Sin embargo, todavía más atónitos quedaron cuando contemplaron —como niños en un parque de atracciones— cómo por encima de sus cabezas iban y venían con velocidad dispar, cual automóviles por una autopista y en completo silencio, platillos voladores que cruzaban por el interior de la apertura. Si bien, estos ya les eran familiares, también aparecieron otros de similar tamaño, cuya textura no era metálica, sino que poseían una apariencia esférica de luz brillante. Tanto los de un tipo como los del otro, parecían mostrar cierto interés por la presencia de los extranjeros, y algunos, por un instante, detenían su vuelo sobre ellos; mas de inmediato continuaban su marcha.

La excitación de Peter llegaba a extremos insospechados, en esos momentos dudaba si seguir apuntando en su libreta o simplemente disfrutar de lo que estaba contemplando. Igualmente, Norman no dejaba de mirar hacia arriba, en silencio y absorto, tanto por los objetos voladores, que de manera suave se desplazaban de un lado para el otro, como por sentirse tan similar a un insignificante insecto en el interior de un recipiente. Su compañero Marvin, por el contrario, no cerraba la boca, a cada paso que daba, como si de un crío se tratara, expresaba un extraordinario entusiasmo hacia todo lo que presenciaba: «¡lo sabía! ¡No estamos solos! ¡Lo sabía...!» gritaba de júbilo abrazándose a Peter una y otra vez. Y Eddie, mientras su corazón palpitaba de emoción, sonreía, simplemente sonreía con lágrimas en los ojos.

Pero algo igualmente maravilloso aún les aguardaba varios kilómetros más adelante. Justo tras las colinas, omnipresente, majestuoso y pacífico, aparecía ante ellos, como si quisiera ofrecerles una cálida bienvenida mientras los acogía con sus brillantes rayos de luz; tal era el Sol interno de Tiamat.

Ya los sorprendentes hongos quedaron muy atrás, y el paisaje volvería a transformarse por completo. Una moderada vegetación cubrió nuevamente el terreno con diversas especies de árboles y matorrales dispersos.

Aprovechando los primeros rayos del sol interno, Eddie ordenó detener la marcha, sabía que el grupo necesitaba descansar. Con voracidad sorbieron hasta la última gota de aquella misteriosa bebida revitalizante. Sin duda, un gran aporte recibido por el anciano Ciak que les ayudó a alcanzar con éxito el punto en el que se encontraban. Éste parecía tratarse de un espacio de transición, completamente abierto, tan sólo alguna vegetación se esparcía por el entorno. Los cuatro comenzaron a experimentar un profundo sentimiento de humildad, insignificantes ante ese nuevo mundo; sin embargo, ya no había motivo alguno para temer. La carga de sus mochilas era ya por entonces casi nula: desde que llegaron a la Antártida y durante todo el recorrido soltaron todo aquello que no iban necesitando o, simplemente, les impedía avanzar con fluidez, pues llevarlas a cuesta era más un acto reflejo que otra cosa; como si se quisieran desprender de algo viejo la dejaron caer al suelo y ya jamás las volverían a tomar de nuevo. Acto seguido, exhaustos física y emocionalmente, hicieron lo mismo apoyando sus espaldas contra la cómoda superficie del terreno recubierta de fina hierba.

Aquella tregua no sólo les sirvió para reponer fuerzas, sino que permitió a sus cerebros procesar y ordenar toda la información recibida.

Mientras eso ocurría, a cierta distancia de donde ellos yacían, una nave plateada permaneció todo el tiempo suspendida a pocos metros de la superficie.

Marvin se irguió levemente apoyándose sobre sus codos, y algo violentado por la continua presencia preguntó:

—¿Qué creéis que estará haciendo allí parada?

—Nos está vigilando. No hay duda —contestó Norman—. Ahora ya estamos en su terreno.

—Es lógico —añadió Peter—. Si nos han estudiado conocerán la agresividad que caracteriza a la raza humana.

De repente, su base se iluminó sutilmente.

—¡Eh, mirad! Parece que se está acercando —comentó Eddie.

—¡Dios! Espero que venga con buenas intenciones —saltó Peter algo nervioso.

Incorporándose expectantes, aguardaban tensos la suave aproximación de la plateaba nave con forma de platillo. Ésta se detuvo, ingrávida, a escasos centímetros de la superficie, y a unos veinte metros de donde ellos se encontraban. Misteriosamente, nada hacía indicar la existencia de ventanas o puertas. Sus dimensiones aproximadas eran de treinta metros de diámetro por diez de altura en su zona central. «Es más grande de lo que parecía» pensó Eddie.

Un suave estremecimiento les recorrió todo el cuerpo, y los vellos de la piel saltaron involuntariamente como si no quisieran perderse el espectáculo.

La incertidumbre se hacía interminable.

Al fin, un poderoso resplandor cubrió misteriosamente toda la estructura de la nave, intensificándose aún más en su parte central inferior. Los cuatro, protegiéndose los ojos con la mano, notaron una extraña radiación de calor en sus cuerpos. De manera inconcebible, como si de un número de magia se tratase, un rayo de luz comenzó a delinear sobre la superficie plateada una especie de rectángulo, y éste hizo desintegrar su interior al tiempo que se materializó una suave rampa hasta interceptar con el terreno. La penetrante luz que emitía inicialmente bajó en intensidad, cosa que les facilitó la observación sin ninguna molestia.

Súbitamente, en mitad del rectángulo, que parecía ser el acceso hacia el interior, y desde el cual manaba gran luminosidad, se podía adivinar las siluetas de dos inquietantes y esbeltas figuras.




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© Jorge Ramos, 2019