EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 54 - Comenzando la historia



Hacia la Red de Agharta. El interior de Tiamat

Una vez que las reflexiones de Izaicha satisficieron la curiosidad que demandaba cada uno de los integrantes del grupo, ésta, con imperturbable expresión les invitó cálidamente a que embarcasen a bordo de la nave. Desprevenidos por la tan inédita oferta, produjo en sus rostros un cierto aire de preocupación. «¿Por qué debemos aceptar?», se preguntaban suspicazmente. Aunque no sabían la forma de hacérselo saber, ella ya lo estaba percibiendo; de modo que, sus palabras, recubiertas con un cierto halo de paz, lograron transformar lo que en un principio parecía recelar en algo más que confianza.

Templaron los temores, y al fin consintieron embarcar.

Izaicha junto a Towach, accedieron por la rampa de la nave marcándoles el camino. Los cuatro, aún algo excitados por aquella situación ignota, se detuvieron un instante justo antes de pisarla. A esa distancia ya podían apreciar una extraña, pero acogedora sensación que la luz desprendida por la nave provocaba en sus cuerpos; como cuando una hoguera ofrece sus hermosas brasas en una temprana y gélida mañana de invierno.

Izaicha, desde dentro, emitió a Eddie un reconfortante mensaje telepático, cosa que le sirvió para atreverse a dar el primer paso. Colocó su pie derecho sobre la rampa notando un inquietante, aunque suave cosquilleo subir por todo su cuerpo, pero enseguida desapareció en cuanto puso el pie izquierdo. Sus compañeros aguardaban detrás inquietos y expectantes ante la reacción de Eddie; éste giró su rostro y mostró un gesto sonriente de aprobación.

El resto de los integrantes no se hizo esperar; primero, y en contra de todo pronóstico, accedió Peter. Inmediatamente después lo hicieron juntos Norman y el atónito Marvin.

En cuanto todos accedieron al interior, la apertura se selló con una luz muy intensa y la rampa desapareció al instante.

Un silencio escalofriante fue lo único que lograban percibir. Todo se encontraba insólitamente iluminado, era como si la misma estructura lo provocase. Una columna de algo más de un metro y medio de diámetro que emitía una luz blanquecina mucho más intensa hacía las veces de punto central de la nave, atravesándola de arriba abajo. A través de ella parecía circular una misteriosa energía. Los cuadros de mando brillaban por su ausencia, al igual que los ángulos rectos estructurales; sin embargo, y aunque parecía muy ligera y suave, su extraña composición mostraba una gran dureza al tacto.

Disponía de dos niveles, mas carecía de escaleras o algo parecido que sirviese para ascender; si bien, para ello utilizaban cuatro puntos repartidos de manera concéntrica y equidistantes alrededor de la columna central de luz, éstos, misteriosamente, hacían aparecer o desaparecer los cuerpos en una suerte de tele-transportación.

Aún estando en el nivel inferior, frente a la escotilla, ya cerrada, de acceso a la nave, los cuatro permanecieron boquiabiertos durante un tiempo. Casi no se atrevían a mover un solo músculo, tan sólo giraban la cabeza desconcertados para contemplar, con admiración, cual niños pequeños se tratasen, el extraordinario interior del platillo volante, a años luz de la tecnología que empleaba el moderno Ford Trimotor, Modelo 5-AT-B de nueve cilindros de Eddie.

—Señores, ¡bienvenidos a bordo! —irrumpió Izaicha con cierta gracia el estado casi hipnótico de los expedicionarios—. Towach y yo somos los comandantes de la nave.

Pero justo cuando se quisieron dar cuenta, y después de que se volvieran para atender las palabras de recibimiento, una imagen terrorífica los sobrecogió: dos seres de aspecto reptiliano se encontraban hablándoles justo detrás de ellos. Uno era un poco más alto que el otro y su cuerpo también más musculoso, presentando una coloración verdosa de tonalidad más oscura. Las escamas que lo cubrían también parecían algo mayores, al igual que su cabeza de proporción ligeramente superior, y con rostro algo más tosco que el de, presumiblemente, su compañera, percibiéndose en la zona torácica de ella una naturaleza femenina. Ojos grandes con pupilas verticales hacían de sus semblantes casi demoníacos y un tanto aterradores; o, al menos la cultura religiosa de los expedicionarios así se lo hacía ver. Su cabeza era algo alargada hacia arriba, sin cabello que la cubriese; una barbilla corta y angulosa soportaba una boca bastante prominente, cosa que faltaba a la nariz, casi desaparecida en aquel perfil verdoso, a no ser por dos pequeños orificios que parecían más bien simularla. Ambos cuerpos escamosos presentaban una desnudez casi completa, sólo una especie de elástica braga o slip de color blanco ajustado al cuerpo; un cinturón grueso también blanco con algunos dispositivos extraños sujetaba, mediante grilletes, unos tirantes anchos del mismo color que se cruzaban en el pecho y en la espalda; justo en ambos cruces, una placa metálica brillante que lo anexionaba, en la que se podía apreciar el mismo distintivo del exterior de la nave.

De repente un olor casi nauseabundo inundó toda la estancia.

Desconcertado, Peter dio un paso hacia atrás intentando protegerse tras sus compañeros.

—No temáis —tranquilizó Izaicha—. Como ya os comenté anteriormente somos de raza reptiliana, y de ahí que físicamente seamos muy diferentes a vosotros. Gracias a los cientos de miles de años de continua evolución, nuestra raza ha obtenido una mayor capacidad psicoastral; junto al avance tecnológico, hemos sido capaces de transmutar quánticamente la biología celular en una imagen virtual, de manera que incluso pueda ser perceptible al tacto. Esto hace que podamos utilizar diversos hologramas, previamente diseñados y requeridos según solicite cada momento. Además, unido a otros adelantos de la ciencia, ha ayudado a que nuestros cuerpos físicos originales no envejezcan mientras usamos los avatares, sobre todo en la superficie del planeta, ya que la composición química de su atmósfera hace acelerar el envejecimiento celular. Gracias a todo esto hemos conseguido multiplicar por cuatro nuestra ya de por si vida longeva, comparada con la vuestra.

Aquellas palabras no consiguieron calmarlos del todo, pero al menos aquietó la desconfianza del grupo. Al fin, Peter, salió de detrás de sus compañeros algo turbado y avergonzado.

Debido al desagradable olor que emanaban sus cuerpos originales, los cuatro intentaban de manera disimulada contener la respiración.

—No os preocupéis, pronto, vuestras glándulas pituitarias se acostumbrarán —dijo mientras se acercaba a Peter para tenderle la mano fría y áspera como la piel de una serpiente.

Mano que, de no ser por las minúsculas escamas que la cubrían, era muy similar a la humana; dedos alargados y algo huesudos, con unas uñas bastante más gruesas y estiradas.

Peter, temeroso, estrechó su mano. Ella conocía su fobia a los reptiles y sólo trataba de ayudarle a superarla, cosa que fue logrando en muy poco tiempo, ya que las sutiles señales que le enviaba a su celebro a modo de mensajes telepáticos le ayudaron sensiblemente.

—Por favor, acompañadme, os mostraré el interior.

Anduvieron unos pasos mientras bordeaban la columna central de energía, llegando al extremo diametral opuesto de la nave, ésta, bastante más grande de lo que parecía desde el exterior. Casi treinta metros de diámetro ocupaba el piso inferior, totalmente diáfano y sin ningún tipo de instrumentación a la vista. Cosa que perturbaba aún más sus mentes: «¿Qué sentido tiene enseñarnos el interior cuando su vacío es tan evidente? ¿Cómo podrán gobernar esta aeronave sin ningún cuadro de mando?» se preguntaban impresionados.

—Por favor, tomad asiento —dijo ella apaciblemente haciendo un gesto con su mano.

Todos se miraron sorprendidos, pues alrededor no observaban ningún tipo de apoyo donde pudieran sentarse.

De inmediato, Izaicha toco algún tipo de dispositivo de su cinturón y, de la nada, justo detrás de ellos y en forma circular, hizo aparecer cómodos asientos. Éstos eran semitransparentes, e irradiaban algo de luz; parecían apariciones fantasmagóricas, dando la extraña sensación que de un momento a otro fuesen a desaparecer.

Para ofrecer cierta confianza, ella y su compañero Towach fueron los primeros en tomar asiento, inmediatamente después lo hizo Eddie, y a continuación el resto. Todos miraban sorprendidos dónde se encontraban acomodados «¡es increíble!» pensaban. «¿Cómo es posible?»

Izaicha, como buena estudiosa de la vida humana sabía que debía darles algo más de tiempo. Era un cambio muy radical, pues tenían que adaptar sus mentes a esa nueva y extraordinaria realidad. Precisamente, esta era su labor.

De manera cordial, reclamó el plano que les ofreció al principio del viaje.

—Ya no lo necesitaréis —explicó—. Lamento no poderos ofrecer algo de comer.

—Esta es una nave científica —dijo Towach disculpando a su compañera—, y no acostumbramos a estar demasiado tiempo fuera.

—¿Ambos sois científicos? —preguntó Eddie.

—Así es —afirmó el compañero de Izaicha—. Los dos somos comandantes científicos de la nave, cada uno trabajamos en una especialidad distinta. Aunque ahora nos encargamos de llevar esta misión adelante. Mi compañera está dedicada más al estudio de la superficie del planeta, y por supuesto toda la vida que comprende en ella, incluida la de los seres humanos y su historia, también la de otras razas menores de la Vía Láctea. Yo, por el contrario, estoy más dedicado a los conocimientos tecnológicos, además de los avances extraterrestres que consigamos aprovechar para nuestra civilización. Aunque, sin mayor problema, ambos podemos complementarnos.

—También disponemos de naves defensivas, con personal cualificado —expuso ella.

—¿Naves defensivas? —preguntaba extrañado Eddie.

—Nuestro planeta es rico por su composición biológica y química —explicaba Izaicha—. Gracias a esto, en él se desarrollan continuamente una enorme diversidad de formas de vida, imprescindible para el conocimiento y estudio de otras maneras de subsistencia en planetas menos capacitados. Igualmente, esferas como la nuestra, no sólo son importantes por este motivo, sino por cómo interactúan los ecosistemas mientras forman sociedades en sus diferentes hábitats. Esto implica que el planeta sea visto desde el exterior como una de las grandes joyas de estudio de nuestra galaxia. Aunque somos respetados por la mayoría de civilizaciones extranjeras, existen sin embargo algunas con valores inclinados hacia el servicio a sí mismos, y pueden mostrarse más agresivos sus exploradores, aún sin ser bienvenidos o invitados.

—¿Pretendes decirnos que somos como una especie de un laboratorio científico gigante? —preguntó consternado Peter.

—Os puede resultar duro —Izaicha bajó el rostro como si pareciera implorar condonación—, pero mi respuesta debe ser afirmativa. Si bien, no debéis tomarlo como algo negativo. De hecho, en nuestro caso, con el fin de estudiar vuestro interesante y sorprendente comportamiento que en ocasiones puede adoptar los extremos de ambas polaridades, a menudo nos presentamos ante vosotros con diferentes apariencias físicas. Normalmente interactuamos fugazmente, aunque también a veces lo hacemos por algún tiempo prolongado, todo depende de las necesidades del estudio en cuestión. Podemos llegar a ser alguien con quien tropieces por la calle; o el vecino o vecina que alquila el apartamento contiguo al tuyo, y luego desaparece; o el extraño que te ofrece fuego en una fiesta; o la mano que te suplica una limosna; o la anciana que agradece tu ayuda con las bolsas; o el viejo misterioso que se sienta a tu lado y te regala las palabras que necesitabas oír en ese preciso instante; o, simplemente, aquella mirada que te inquieta cuando estabas riendo o llorando en un momento determinado. Nuestra raza siente enorme curiosidad por vuestra diversidad de sentimientos, a veces contrapuestos, pero esenciales para una sensación plena y satisfactoria de experimentar la existencia. Sin duda, es algo que fue programado en vuestro ADN, ahora ya lo sabemos; no obstante, aún no lo hemos logrado reproducir al cien por cien en nuestra raza.

—¿Vosotros también sois estudiados por otras razas? —volvió a indagar el científico.

—No, el interés sólo está en la superficie del planeta, ya que su interior está habitado por dos civilizaciones avanzadas, miembros inclusive de la Confederación Galáctica.

—¿Es por eso que deseáis que formemos parte de ella? —saltó Eddie.

—Afirmativo —contestó ella—. Hemos convivido con vosotros a lo largo de toda vuestra corta historia. Como padres vigilando a sus hijos, supimos detener nuestro ímpetu por ayudaros cuando veíamos que tropezabais una y otra vez; y como hermanos que somos de un mismo planeta nos duele veros mientras os destruís mutuamente. Ya sabéis que nuestra conciencia no nos permite intervenir de una forma directa, aunque ciertamente alguna que otra vez no nos habéis dejado otra salida. La inmadurez de vuestros actos militares ha hecho peligrar nuestra propia integridad física. El daño que se hace al planeta desde la superficie también se recibe hacia el interior, sobre todo el generado por vuestras armas nucleares.

—Es tiempo de que toméis conciencia como una raza unida —explicaba apaciguador Towach—, y comencéis a utilizar vuestra propia soberanía para ser partícipes de una realidad completamente diferente a la que vivís, formando parte de dicha Confederación.

—El inconveniente —añadía Izaicha—, es que hay quienes no lo desean.

—¿Quienes? —preguntó Norman.

—Los aliados Orión y Draco —respondió Towach con firmeza—. También son miembros actuales de la Confederación.

—¿Cuál es el motivo por el que no quieren que formemos parte? —preguntó Eddie.

—Principalmente… —hizo una pequeña pausa Towach—, porque según ellos no sois una raza biológicamente natural, sino que vuestra genética fue modificada artificialmente. Existe normas confederativas de las cuales una de ellas sugiere que sólo las razas naturales pueden formar parte de la Confederación Galáctica. Sin embargo, esta regla está sujeta a estudio en estos momentos, ya que es fruto de controversias de muchas civilizaciones; pues, ¿qué es natural y qué no lo es? ¿Acaso no somos todas las razas del universo creaciones de otro ser superior? No obstante, creemos que no es ese el motivo principal que les mueve su negación. Sabemos que aún existe mucha hostilidad entre Draco y Nibiru (los Anunnaki), y eso, a lo largo de la historia, incluso en la actualidad, les ha llevado a grandes enfrentamientos.

—Y nosotros como humanidad estamos en medio —expresó Eddie.

—Por desgracia, es así —afirmó Towach, mirando con resignación a cada uno de ellos. Después, intercambió un gesto de complicidad con Izaicha—. No desearía decirlo, y mi intención no es que os sintáis responsables en absoluto, pero sois el resultado de un conflicto interminable, que ya comenzara mucho antes de todo esto.

—Pero… vosotros mismos dijisteis que nuestra raza no fue creada desde cero —explicó Eddie apretando las manos como si quisiera exprimirlas—, sino a partir de una base homínida.

—Y es esa precisamente nuestra mayor defensa cuando lo discutimos en las asambleas de la Confederación —expuso Izaicha—. Tanto nuestros hermanos los aghartianos como nosotros estamos totalmente de acuerdo en ello. Es por esto que deseamos que forméis parte de la misma. Si consiguiéramos esta alianza con vosotros, las tres razas unidas en un mismo planeta, nos daría un poder y sobre todo una tranquilidad suprema en vista de todas las razas del universo. Obtendríamos por derecho propio la unidad planetaria, manteniendo la total soberanía y defensa de Tiamat. Y los seres humanos de la superficie constituirían en pleno derecho una nueva raza cósmica; vuestra soberanía sería instaurada, y los draconianos no tendrían otra salida sino la obligación natural de abandonar la manipulación de la humanidad, y con ello el planeta.

—Entonces, de ahí el interés que tienen en que jamás formemos parte de dicha Confederación —añadió Eddie, comprendiéndolo todo.

Ambos reptilianos, compañeros y pareja, asintieron con un leve movimiento de cabeza. Y el silencio invadió por un instante la conversación.

Luego, Izaicha sugirió amablemente continuar mostrándoles la nave. Todos se incorporaron después de que lo hiciera ella y, mágicamente, los asientos desaparecieron de la vista.

Anduvieron un poco hacia el centro y con un leve pensamiento, la comandante científica hizo de alguna manera ordenar que las paredes que la recubrían desaparecieran de forma misteriosa. Era como si todo el casco circular se hiciera transparente, dejando contemplar extraordinariamente todo el exterior.

La columna central comenzó a emitir una luz más intensa, fluyendo la energía a través de ella de manera ascendente y a una velocidad suprema.

De repente, como si de un ascensor panorámico se tratase, y mientras que la nave ascendía a unos cincuenta metros de la superficie, el terreno, los árboles, las plantas, todo lo externo, parecía moverse muy lentamente hacia abajo. Eso les causó una sensación muy extraña, haciéndoles perder un poco el equilibrio, hasta que la imagen exterior pareció al fin detenerse.

—No temáis —tranquilizó Izaicha—. En unos segundos habituaréis el sentido del espacio.

—¡Es sorprendente! —exclamó en voz alta Marvin, dejando ver su emoción.

En ese momento, se encontraban en manos de lo que el destino les deparase. Creyeron haberlo visto y experimentado todo, pero nada más lejos de la realidad. Las lágrimas de emoción volvieron a caer por sus mejillas. Sin duda, la sensibilidad había aumentado considerablemente, gracias al nuevo conocimiento que progresivamente estaban adquiriendo. Cada minuto que transcurría de la expedición, transformada después en una misión sorpresa, les hacían sentir más pequeños por fuera, pero al mismo tiempo más grandes por dentro. Casi sin que apenas se dieran cuenta, aquello les sirvió para evolucionar espiritualmente, cambiándoles la percepción de la vida por completo.

La continua pérdida de memoria del ser humano, debido en gran parte, a la instauración de una matrix diseñada para tal fin, había conseguido que nuestra civilización se estancase en el egocentrismo, creyéndonos únicos protagonistas de todo cuanto nos rodeaba. Nos hicimos irrespetuosos con la naturaleza y el medio ambiente. La humildad, característica principal de nuestra creación, había también sido intento de una progresiva y cruel extinción. Todo ello envuelto en una peligrosa espiral que forjaría la posible destrucción de nuestra propia existencia. Motivo por el cual habría que atribuírselo a los que, por una razón o por otra, no deseaban la consumación del proyecto por el que habíamos sido objeto.




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© Jorge Ramos, 2019