La Ceguera y la Realidad




Tres ciegos se adentraron en la selva, especulando sobre las grandes verdades del universo y las diferentes filosofías de sus ancestros y maestros, cuando, de pronto, se encontraron con un obstáculo que les impedía el paso.

Uno de ellos dijo:
Por el tacto parece una roca, es dura y además grande, no creo que podamos pasar por aquí.

El segundo aclaró:
Por lo que percibo no es grande, es alargado. Además se mueve y parece que quiere agarrar mi mano. Creo que es una serpiente. ¡Vayámonos de aquí, o nos morderá!

El tercero se adelantó. No tocó ni una roca, ni una serpiente. Palpó dos grandes troncos ante él que le impedían el paso. Les rectificó:
No os preocupéis son sólo árboles. ¡Demos un rodeo para seguir nuestro camino!

Cuando los tres ciegos se dieron la vuelta se escuchó un gran estruendo seguido de temblores de tierra. Asustados, se abrazaron pensando que era el final de sus vidas... Sin embargo nada de eso ocurrió.

El terrible sonido provenía de un elefante que, tumbado en mitad del camino, se despertó de un largo y plácido sueño, ajeno a las terribles experiencias vividas por los ciegos.
Levantándose y sostenido por sus grandes patas comenzó a andar moviendo su trompa para apartar las moscas que le molestaban. Se alejó del camino en busca de su alimento diario: unas deliciosas hojas de un árbol cercano…

Allá quedaron los asustados ciegos hasta que el silencio les trajo un poco de serenidad, reanudando su camino sin acertar qué es lo que en realidad ocurrió. Sus mentes no paraban de elucubrar.

Unos minutos más tarde se encontraron con una niña que canturreaba.


¡Preguntémosle! –dijo el primero.
¡Sí, sí! ¡Quizás sepa algo! –Contestó el segundo.
¿Qué va a saber una pequeñaja? ¡Más que nosotros seguro que no! –Les replicó el tercer ciego.

¡Niña! ¿Has escuchado algo parecido a una explosión seguido de temblores en la tierra? –Se atrevió a preguntarle el primero.

¡Oh, no, venerables! Sólo he visto pasar a Simba, mi elefante, por el camino, haciendo sonar su trompa alegremente.

¡Tonterías de niña! ¡Nosotros sabemos que no ha podido ser un elefante!
–Al unísono contestaron los tres.
Refunfuñando, siguieron su camino volviendo a deliberar sobre las grandes cuestiones de la vida.

A lo lejos, en sentido opuesto, se alejaba la niña junto a Simba, su elefante y amigo…


Ángel Khulman