EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 5 - Ante una pared casi vertical para franquear



Diciembre de 1958
Polo Sur - La Antártida

Algo de alimento repuso las fuerzas. Las montañas nevadas, cada vez más escarpadas, hacían que caminar por ellas fuese aún más agotador. Una marcha insufrible, a través de la cadena montañosa, se prolongó durante más de dos horas y media. Pesadamente ascendían por la ladera de una de ellas, la que parecía menos quebrada, buscando una zona viable que posibilitase subir más deprisa; o al menos se redujese la dificultad de poner un pie delante del otro. El zigzag titubeante del grupo que delineaba su cansado rastro, comenzaba a mostrar la fatiga acumulada, y un avance relativamente escaso.

Sin embargo, era majestuoso dirigir la mirada hacia arriba y presenciar la inclinación vertiginosa de la montaña. Ésta, a su lado derecho, se encontraba acompañada por lo que parecía su hermana gemela. Sin duda, de toda la cordillera eran las montañas más hermosas, por lo menos hasta donde les alcanzaba la vista. Ambas se fundían como en un abrazo fraternal. Idénticas en sus formas, sus laderas se interceptaban formando una pendiente suave, lo que les facilitó el avance por ella, aunque el esfuerzo seguía siendo descomunal. Ascendiendo casi dos mil metros por aquella intersección, hallaron lo que parecía ser una especie de rampa que hacía de unión entre las montañas hermanas; una pendiente casi vertical, de unos ciento treinta metros de alto, por veinticinco o treinta metros de ancho, y con una inclinación de 80º. Justo en su cima ya no había nada que escalar; aparentaba ser el final de la ascensión. Vislumbrándose sobre la misma, un desfiladero o garganta natural. Eddie, aunque preocupado por la dificultad de aquella pendiente y sobre todo por el riesgo que conllevaba atravesarla, no dudó un solo instante en continuar. Su intuición le decía que una vez arriba, aquel desfiladero podría ser un atajo enorme hacia sus pretensiones: «quizás los restos que andamos buscando aparezcan al otro lado», pensó.

La pendiente estaba endurecida por el hielo. A lo largo de ella presentaba diversas grietas y cavidades que favorecían la escalada. Eddie dividió la ascensión en dos fases, ya que las cuerdas no eran lo suficientemente largas como para llegar a la cumbre de una sola vez. Creyó necesario que para recuperar fuerzas lo mejor era detener al grupo en mitad de la rampa. Si bien, conocían la escalada gracias a alguna que otra maniobra militar, ninguno de ellos era lo suficientemente experto, únicamente Eddie la practicaba como deporte de manera habitual.

Para preparar el terreno, Eddie sería el primero en ascender por la rampa. Aprovechando las grietas de la pared helada, fue clavando los ganchos de sujeción, con los que posteriormente iba engarzando las cuerdas de seguridad, hasta la primera fase de la ascensión. Allí se encontraba una cavidad formada por una gran grieta lo bastante amplia como para poder entrar los cuatro en ella. Ésta se localizaba a unos setenta metros de altitud. Era como una especie de socavón producido por algún desprendimiento; medía unos tres metros de longitud por un metro y medio de alto y algo más de un metro de profundidad. Eddie engarzó las cuerdas de seguridad en los ganchos que clavó justo sobre la pared interior de la cavidad; verificó que todo quedase bien amarrado y sujeto, incluso clavaría varios ganchos más para reforzar aún mejor las cuerdas. Mientras tanto, abajo, sus tres compañeros ya estaban dispuestos con los arneses perfectamente colocados en sus cuerpos, con sus respectivas amarras de seguridad y con los piolets en las manos.

—¡Vamos, ya podéis subir! —gritó Eddie, agachado dentro de la enorme grieta—. ¡Pero no olvidéis hacerlo uno cada vez!

El eco de su grito llegó a reproducirse varias veces, mientras se extendía por todos los rincones de las blancas montañas.

—¡Ok Eddie! —contestó Marvin—. ¡Esperaremos hasta que el otro esté totalmente arriba!

Primero ascendió Peter, luego Norman y por último lo hizo Marvin, que desde abajo se prestó a ayudar al resto. Sin mayores problemas, consiguieron llegar, hasta la cavidad en la que Eddie los esperaba con ansia, y desde donde los asistía para encaramarse a ella.

La primera fase, tal y como Eddie había programado, se consiguió sin demasiada dificultad. Ahora se encontraban justo en la mitad de una enorme rampa de hielo casi vertical, dentro de aquella especie de pequeña cueva, en donde sentados y recostados sobre su pared interior, se reponían del esfuerzo. En un intento de abarcar la máxima superficie posible[*], extendieron sus extremidades por el escaso espacio que les ofrecía el lugar.

[*] Gesto automático de supervivencia que tiene el ser humano cuando éste percibe peligro de caer desde alguna altura.

—¡Enhorabuena chicos! —felicitó Eddie—. Para ser la primera vez lo habéis hecho genial.

—Por algo nos has elegido —repuso Marvin sonriendo. Comentario que agradeció el resto de compañeros con una carcajada nerviosa.

Tras un momento de respiro, Eddie calculó mentalmente la segunda fase. La que les ofrecería la consecución de la deseada cima; y, sin embargo, cuya gran desventaja sería la carencia de grietas en donde poder coger aire y recuperar fuerzas. Por ello, un mayor uso del piolet fue necesario. A cada paso que daba, Eddie hacía pequeños boquetes en el hielo para apoyar los pies. El esfuerzo era cada vez mayor; la fuerte respiración de Eddie así lo demostraba. Ya tan sólo restaban cinco metros para alcanzar la cima, cuando con determinación lanzó la mano derecha que sujetaba el piolet desde abajo hacia arriba —haciendo uso de la fuerza centrífuga del brazo— clavándolo fuertemente por encima de su cabeza. En un intento de ayudarse de él para continuar el ascenso, de repente, la zona donde éste estaba clavado se resquebrajó, soltándose inesperadamente el hielo y sorprendiendo a Eddie que cayó al vacío, restregando su cuerpo inerte por la superficie dura y helada. Por fortuna, la sujeción de la cuerda de seguridad contuvo bruscamente la caída, de tal manera que hizo voltear su cuerpo quedando boca abajo y con la espalda pegada a la rampa. Desconcertados quedaron sus compañeros, que desde la cavidad podían observar a duras penas cómo Eddie no respondía, y trozos desprendidos de hielo caían sobre ellos. El fuerte impacto lo dejó inconsciente. Sin embargo, sólo transcurrieron unos segundos cuando comenzó a recobrar el conocimiento; los gritos desesperados de sus amigos le ayudo a conseguirlo. Aún aturdido, pensó en que se encontraba vivo. De forma providencial, la sujeción en los enganches evitó de un dramático desenlace. Únicamente cayó varios metros, lo que no impidió hacerse algunas magulladuras en el pecho y brazos. El resto lo observaban impotentes colgado por la cintura, mientras intentaba reponerse del terrible incidente. Apenas unos movimientos le bastaron para conseguir hacerse con el control de la situación, prosiguiendo su ascenso como si nada hubiese pasado. Desde abajo, celebraron con admiración la entereza de Eddie.

Al fin, y tras superar las dificultades, lograrían ascender con éxito. Eddie había asegurado la ascensión de tal manera que evitara cualquier imprevisto. Alcanzada la cima, se abrazaron aliviados. Aquel contratiempo los hizo sentir más unidos que nunca.

Una especie de garganta formada por las dos laderas de las montañas gemelas, hacía que el viento soplase contra ellos con descomunal fuerza, en dirección al barranco por donde habían escalado. La nieve levantada por la fuerte ventisca impedía ver más allá de diez metros. Con dificultad lograron alejarse unos pasos del precipicio. Era casi horizontal la superficie por donde pisaban; tal vez un par de grados de pendiente, y unos treinta o cuarenta metros de anchura. Podría compararse con una autopista de seis carriles. Una enorme masa de hielo, que parecía desprendida de una de las montañas, sirvió de cobijo contra el envite del viento. Reposando la espalda sobre ella, se detuvieron exhaustos durante un buen rato. Dirigieron la vista al precipicio, justo por donde consiguieron ascender y por donde el viento escupía con fuerza; aquel escenario parecía advertirles la imposibilidad de regresar, al menos por el mismo lugar.

Peter agarró con fuerza su mochila, la abrió y exclamó sorprendido:

—¡Dios mío, esto es absurdo!

—¿Qué ocurre? —preguntó Eddie interesándose, mientras se examinaba las heridas.

—¡Ha vuelto a suceder! —expresó con aire de preocupación—. La temperatura… Esta vez ha subido tres grados.

—Esto no es nada lógico —apuntó Eddie mirando al cielo.

De menos 27ºC que marcaba el termómetro en el punto donde aterrizaron con el Trimotor, a menos 19ºC que señalaba en ese momento; aumentó la temperatura ocho grados en total, en poco más de doce horas. Se antojaba completamente imposible en una zona como aquella, próxima al sector central del polo geográfico. Temían que algo verdaderamente extraño y preocupante estaba ocurriendo. Los cuatro se miraron extrañados como si quisieran encontrar alguna explicación razonable en los rostros de los compañeros.

—¿Cuanto más tiempo pasa mayor es la temperatura? —confuso preguntaba Norman, esperando una respuesta por parte del resto.

—Así es —afirmó Peter pensativo.

—Podemos deducir que cuanto más nos adentramos al polo menos frío hace —propuso Marvin.

—Tu teoría es completamente irracional —saltó Norman dirigiéndose a su compañero—. Recuerda que nos encontramos en medio de la Antártida.

—No, no, tal vez contenga algo de lógica —musitó Eddie con la mirada perdida, como recapacitando sobre algo—. Si contemplamos que podríamos estar acercándonos a una zona más cálida y desconocida de la Antártida —argumentaba mientras se ayudaba del mango del piolet para dibujar un círculo en la nieve señalando el centro de éste.

—Eso es imposible —negaba con la cabeza Peter—. Tenemos registradas todas las temperaturas de la Antártida en cada una de las estaciones del año, y te puedo asegurar que hasta este día no existía una tan alta en las proximidades de esta área, ni siquiera en verano.

—Pues habrá que avisar a la comunidad científica —opinó Marvin sin dar mayor importancia al asunto—. Deberán tomar en consideración un nuevo registro con estas temperaturas, ¿no crees?

—Quizá tengas razón —asintió Peter—, y le estemos dando más importancia de la que realmente tiene. Al fin y al cabo, no todas las zonas han podido ser exploradas por el hombre —concluyó dando un enfoque tranquilizador.

El comentario final del debate dejó satisfechos a todos, no obstante, Eddie intuía que debía haber algo más que todo el razonamiento científico de Peter. Algo le indicaba que debía de existir una explicación más profunda, como más adelante comprobarían con sus propios ojos.




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© Jorge Ramos, 2019