EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 36 - Una misteriosa luz



Apertura Polar Sur “El Anillo”

Tras recibir con gran entusiasmo la noticia, Norman acompañó a Eddie hasta la cueva donde Peter y Marvin aún los esperaban preocupados; pero aquella preocupación fue disuelta rápidamente cuando los vieron aparecer.

El grupo volvió a respirar tranquilo sabiendo que no iban a ser sepultados vivos, al menos allí.

Con ánimos enardecidos, todo fue preparado de inmediato para una inmersión que les daría la oportunidad de seguir con vida y poder así completar la misión. Eddie ordenó abandonar cualquier cosa inservible o innecesaria que contuviesen las mochilas, ya que bajo el agua debían ir lo más ligero posible; desecharon las dos linternas agotadas, los cuatro arneses y los ganchos, puesto que ya no disponían de cuerda para utilizarlos, también las brújulas, que además de continuar inservibles, podían disponer del plano de Izaicha. Por último, comieron el resto de alimento que les daría la fuerza necesaria para atravesar buceando toda la galería. Aunque las mochilas ya eran en sí mismas impermeables, solo lograban resistir la humedad que pudiera derivarse de la nieve o el hielo. De modo que, junto a la indumentaria fueron introducidas en unas bolsas herméticas y resistentes al agua que llevaban preparadas. De esta forma se aseguraban que la ropa estuviese seca para después.

Desnudos, con las bolsas herméticas sujetadas a las espaldas y con las dos últimas linternas en la mano, se sumergieron en las oscuras y cristalinas aguas realizando la necesaria y vital parada intermedia en la burbuja de aire que Eddie, afortunadamente, descubrió en mitad del recorrido. Gracias a este pequeño habitáculo de aire que la providencia parecía haber puesto a su disposición, tenían la posibilidad, en última instancia, de esquivar una muerte terrible.

Una vez en la burbuja, Eddie se sumergió con Norman con el propósito de indicarle con precisión cuál era el pasaje por donde, más tarde, tendría que bucear con Marvin hasta llegar a la gran bóveda. Después, instruyó a los tres de cómo debían hacerlo. Todo tendría que realizarse con rapidez, puesto que la distancia era algo justa para la resistencia pulmonar; y cualquier retraso inoportuno dentro de la galería, por muy insignificante que este fuese, podría dar lugar al ahogamiento.

Sujetas al pasadizo del tramo inicial, consiguieron dos trozos de cuerdas de varios metros, y se lo ataron en parejas con nudos de lazos, dejando cierta distancia entre ellos. De esa manera el rezagado podría ser ayudado por su compañero tirando de la cuerda; por el contrario, y en caso de extrema emergencia, advirtiendo de un posible peligro de quedar ambos asfixiados, el primero con solo deshacer fácilmente el lazo podría tristemente abandonar a su compañero, sacrificando así la vida de éste.

Todo ello fue expuesto y explicado debidamente por Eddie, no sin antes entrenarlos lo suficiente para que se familiarizaran con la situación buceando varias veces. Un entrenamiento imprescindible para acostumbrar los músculos al esfuerzo, pero sobre todo para que ampliasen su capacidad pulmonar. Eddie conocía la tremenda dificultad de la empresa, pero conllevaba llegar hasta la ansiada salida, y no deseaba dejar escapar ni un solo detalle. Las vidas de sus amigos estaban en juego.

Al fin, inflando completamente los pulmones de aire, se sumergieron todos. Eddie se hizo cargo de Peter, ya que era el de menor resistencia pulmonar. Lo hizo en primera posición. A tan solo unos metros por detrás, estaba Norman, que precedía a Marvin, ambos también sujetos por otra cuerda. Aunque buceaban con entereza, la dificultad era extrema para los cuatro. Eddie tuvo que usar varias veces la cuerda para ayudar a su compañero, pero gracias al previo entrenamiento y a sus acertadas instrucciones, pudieron llegar todos sanos y salvos a la gran cueva. No sin contar con los apuros de Marvin y de Peter, ya que este último debió expulsar por la boca varios litros de agua.

Abrazados, formaron una piña. Jamás se habían visto en una situación tan desagradable. Ni tan siquiera la espantosa persecución del Draconte era comparable con aquella agonía.

Mientras se sumían en una profunda calma emocional, las prendas secas hicieron calentar sus cuerpos en seguida, traduciéndose en la necesidad de un inmediato y necesario reposo.

Durante unos minutos apagaron las linternas y usaron las mochilas de almohadas antes de decidir qué salida tomar, pues las había de todos los tamaños posibles.

La cueva era inmensamente grande, similar a las dimensiones de un campo de fútbol. Su contemplación sobrecogedora; una obra de arte creada por el paso del tiempo y al antojo creativo de la mismísima naturaleza. De su colosal bóveda colgaban, unas más que otras, infinidad de estalactitas, algunas realmente enormes, haciendo formas tan hermosas que ni la mismísima imaginación del hombre podría llegar a crear. En su proyección, desde el suelo, como si quisieran fundirse en un eterno abrazo, esperaban paciente sus hermanas las estalagmitas. Las más antiguas vinculaban sus almas para siempre hasta transformarse en bellas y espectaculares columnas que parecían sostener la impresionante bóveda. La reverberación del sonido en su interior creaba melodías que se hubiera podido pensar que provenían de mundos celestiales.

Aseguraron cada uno de los sacos herméticos a las espaldas y, usando solo una linterna, fueron explorando todo el contorno de la cueva. La mayoría de las grietas o aberturas eran ciegas y no correspondían a ninguna salida, solo formaban parte de la propia estructura aleatoria. Otras tantas eran demasiado pequeñas y dificultosas de traspasar. Finalmente, solo quedarían media docena de posibles alternativas.

Eddie ordenó tomar la abertura por la que corriese más aire. Pensaba que su recorrido hacia la salida debería ser el más corto. Ésta correspondía a una gran grieta en la pared pétrea en forma de triángulo, con más de cuatro metros de altura en su vértice superior y tres metros de ancha en su base. A través de ella corría una ligera brisa fresca que les hacía recordar el exterior; la liberación de un tenebroso mundo que les oprimía cada vez más.

Su interior caprichoso y escarpado daba lugar a que en ocasiones el recorrido fuese algo accidentado; cambios de nivel que debían afrontar e incluso peligrosos obstáculos que sortear. A veces accedían a espacios tan amplios que dificultaba la tarea de tomar el camino adecuado; enrevesadas pasarelas, algunas de ellas muy altas, cruzaban lo que parecían grandes cúmulos de agua. En otras sin embargo percibían su profundidad infinita y seca al desprenderse algunos riscos por donde pisaban. Estos tramos fueron los más embarazosos de cruzar, puesto que la dificultad añadida de haber consumido la tercera de las linternas se produjo precisamente en aquel momento.

No obstante, la mentalidad era muy distinta a la que tuvieron en horas previas. Ahora eran libres de elegir el camino, antes solo les esperaba la muerte.

Poco a poco y con la paciencia de un folívoro[*] iban cubriendo todo el recorrido. Ya habían transcurrido dos horas y media desde que abandonaron la gran bóveda.

[*] Animal comúnmente conocido como perezoso.

De repente, Marvin percibió un aroma familiar; sin duda, era de vegetación.

—¿Son ilusiones mías, o huelo a bosque? —preguntó.

—¡Es cierto, yo también lo percibo! —exclamó Peter.

En la penumbra del chorro de luz de la linterna, pudieron observar cómo el pasaje se ensanchaba cada vez más, hasta acceder al interior de una pequeña cueva de unos ocho metros de diámetro. Ésta a su vez parecía disponer de otra cavidad en su extremo opuesto. Eddie dirigió la luz hacia ese punto, reparando que no era otro acceso más, sino el ansiado paso a la libertad; al fin el gran bosque, oculto por una noche cerrada y oscura, les daba la bienvenida.

Alzaron sus brazos y pudieron disfrutar del exterior, del sentimiento de libertad, de la brisa fresca de la noche y de la humedad del rocío en sus rostros. Aunque la oscuridad no les permitía ver más allá de tres metros, sí percibían el sonido de la naturaleza y sus olores característicos. Nunca antes habían valorado tanto aquellas sensaciones, con frecuencia olvidadas por el ser humano.

Eligieron una zona cómoda de la cueva y acumularon suficiente leña para pasar la noche. El fuego calentó sus cuerpos y volvió a ofrecerles abundante luz y tranquilidad. Recostados sobre las mochilas masticaron varias de las raíces comestibles que pudieron encontrar por los alrededores. Después durmieron hasta el amanecer, no sin la debida y necesaria rotación de guardias.

Los primeros rayos de la mañana hicieron desaparecer una espesa neblina. El Sol se acomodó justo delante de la cueva, en todo lo alto. Sus rayos penetraron hasta el fondo, parecía de alguna manera querer despertarlos. Peter, como de costumbre, se quedó completamente dormido en su guardia.

—¡Peter! —gritó Marvin tirándole una ramita a la cara.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre? —preguntaba sobresaltado y frotándose los ojos.

—¡Serás imbécil! ¡Te has quedado dormido! —exclamó sonriendo Marvin.

—Lo siento. Solo han sido cinco minutos —dijo con los ojos hinchados.

—¡Seguro que sí! Tus legañas lo demuestran —bromeaba Marvin mientras Norman y Eddie se esperezaban.

—Debemos ponernos en marcha —ordenó Eddie una vez se incorporó.

Con las mochilas en las espaldas y los machetes ajustados en la cintura, algo extraordinario les aguardaba al salir de la cueva. Un horizonte muy lejano que pareciera volcarse hacia ellos se vislumbraba al fondo. Incluso debían elevar sus rostros por encima de las copas de los árboles para poder ver el contorno cóncavo del mismo.

Por un momento sintieron vértigo y falta de estabilidad, sensación similar a la que se percibe cuando se está a los pies de un rascacielos y se mira hacia arriba.

Era algo espectacular y al mismo extraordinario jamás visto antes por el hombre. Se sentían como un minúsculo insecto dentro de un enorme embudo. No daban crédito a lo que estaban viendo. Diversas tonalidades de verdes, ocres y grises, con pequeñas manchas celestes de las que a veces las unían unas arterias del mismo color, presumiblemente los bosques, lagos y ríos, hacían la composición de lo que ellos podían apreciar a esa distancia. Sin duda, toda una hermosa representación artística y sobrecogedora a tener en cuenta que no pareciera afectarle la gravedad.

Aunque tardaron en reaccionar ante la imponente vista, inmediatamente repararon en que ellos también se encontraban en la misma situación, pero al otro lado de aquella especie de embudo natural. Cosa que les afectó de tal manera que sus estómagos se revolvieron; Eddie y Peter, apoyados en los árboles que tenían enfrente, comenzaron a vomitar los jugos gástricos. Norman se volvió a la pared rocosa agarrándose a ella como si se fuese a caer. Y, por último, Marvin se desplomó de rodilla con las manos sujetando el suelo y mirando hacia abajo. La sensación de mareos y vértigos continuó hasta casi dos horas después; no concluyó hasta que el propio cuerpo y sentido de la visión fue estabilizándose y acostumbrándose a una nueva percepción de la realidad. Con el tiempo, terminarían incorporando sus cuerpos mientras intentaban permanecer en un estado casi normal.

—¡Oh! ¡Dios, Izaicha tenía razón! —dijo aún con el rostro descompuesto Eddie.

Ya no albergaban duda alguna de que ella decía la verdad. El plano marcaba su posición a más de la mitad de la distancia de “El Anillo”. Sin darse cuenta, habían cubierto gran parte de su recorrido a través de las galerías subterráneas, evitando de ese modo la peligrosa superficie infectada, ahora, por los Dracontes. Aun así, debían apresurarse en llegar a la “Zona Oscura”, que según les comunicó Izaicha, era una zona segura para ellos. Un espacio donde no estaba autorizada a acceder la organización secreta.

De los diez, ahora sólo nueve Dracontes continuaban desperdigados por el bosque, buscando incansablemente como perros de caza a su presa. Uno de ellos, el que les acechó en las galerías subterráneas no logró salir con vida, ya que, en su empeño de abrirse paso por uno de los estrechos pasadizos, provocaría con su tremenda fuerza un derrumbamiento que le aplastó en el acto.

Cuando los cuatro hubieron estabilizado sus cuerpos, emprendieron la marcha hasta dejar atrás la cueva. Caminaban por la franja trazada entre el bosque y el macizo rocoso, el cual mantenían a su derecha. Se sentían más protegidos sabiendo que su flanco oriental se encontraba asegurado de cualquier amenaza. De modo que, solo tenían que vigilar el interior del bosque y su retaguardia, al tiempo de estar bien atentos conforme iban avanzando.

Después de recorrer varios kilómetros comenzaron a acostumbrarse a la nueva percepción visual. Las características de la zona hacían bastante fácil caminar por ella, aunque su vegetación era rica, en absoluto dificultaba el avance.

—¡Hey! ¿Habéis visto eso? —susurró Norman, mirando hacia el interior del bosque y deteniendo la marcha de todos.

—¿Qué es? —preguntó Eddie.

—Nada, serán cosas mías —se disculpó sin darle mayor importancia al tiempo que reanudaban la marcha.

Aún tenían el macizo rocoso a su derecha, pero éste a medida que avanzaban iba disminuyendo en volumen, por lo que pronto solo tendrían el bosque como punto de referencia.

—¡Mirad allí! —exclamó esta vez Peter, asustado y señalando hacia el interior —¡es una luz! ¡Juro que he visto una luz!

—¡Es cierto! ¡Yo también la he visto! —apuntó Marvin.

—¿Cómo una especie de resplandor entre los árboles? —preguntó Norman.

—Exactamente, algo semejante a eso —afirmó Peter. Marvin asintió con la cabeza mientras seguía con su vista clavada en el interior del bosque.

Eddie ordenó detener la marcha de inmediato para intentar examinar los alrededores con los prismáticos. Pero no tuvo tiempo de utilizarlos cuando una esfera de luz del tamaño de una pelota de baloncesto se acercó a tan solo quince metros de donde estaban ellos. Realizaba movimientos rápidos y en ángulo recto, casi imperceptible para el ojo humano, y se desplazaba caprichosamente a diferentes alturas. A veces se colocaba sobre sus cabezas, o bien a la altura de sus rostros, incluso a ras de suelo. Pareciera que su interior lo habitara un ser travieso y juguetón.

Cuando se hubo detenido por completo, a tan solo unos metros frente a ellos, y mientras flotaba en el aire como si estuviese en el fondo del mar, observaron que irradiaba un brillo blanquecino muy especial que no llegaba a molestar la vista. Los cuatro quedaron sin saber qué hacer, y aún menos que pensar, estupefactos por la aparición ante ellos de algo que no podían describir con sus mentes lineales. No sentían ningún temor, pues no parecía peligrosa, si bien la situación les resultaba un tanto violenta; «¿cómo poder comunicarse con algo que no tenía piernas o patas, ni tan siquiera un rostro donde poder observar sus expresiones?» pensaban todos. Solo sus rápidos movimientos hacia adelante y hacia atrás, daba la sensación de querer comunicarse. Sea lo que fuere mostraba inteligencia.

—Creo que intenta decirnos que la sigamos —interpretó Peter.

Todos dedujeron lo mismo y con algo de inquietud decidieron seguir aquella extraña esfera de luz. De alguna manera supo que el grupo había entendido el mensaje, y comenzó a desplazarse suavemente hacia el interior del bosque. Ellos la acompañaban con cierto recelo. En algunos puntos se detuvieron para estudiar su reacción, pero ésta inmediatamente también se detenía paciente hasta que volvían a caminar.

Así recorrieron varios kilómetros, hacia el interior, sorteando a veces la espesa vegetación. El Sol, casi perpendicular, mantenía su brillo mañanero, y en ocasiones se dejaba ver entre las espesas ramas de los árboles. Toda clase de animales salían espantados al paso del grupo; algunos antílopes, de aspecto similar a una gacela, pero mucho más grande, fisgoneaban mientras rumiaban la hierba que habían engullido minutos antes.

Al fin, llegaron a una especie de sendero que cruzaba el bosque y que pareciera estar aguardándoles. Lo tomaron hacia su lado oriental mientras continuaban tras la esfera de luz, ésta permanecía firme en su enigmático propósito.

Ahora la espesura era menos densa y la dificultad se iba haciendo cada vez menor, recorriendo así otros tantos kilómetros. El Sol, que iba girando sobre sus cabezas, fue compañero inseparable todo el camino.

Después, atravesaron lo que quedaba de bosque hasta entrar en una inmensa llanura salpicada por algunos árboles. Era como una hermosa alfombra verde pintada con algunos trazos de rojos, violetas y amarillos; hierba fresca y diversos grupos de flores que campaban a sus anchas parecían darles la bienvenida. Frente a ellos pudieron observar con claridad el mundo que pareciera caérseles encima; era el otro lado cóncavo de la apertura polar sur, que a medida que se adentraban iban dejando atrás el cielo para presenciar atónitos el otro lado de “El Anillo”; tal y como sugería el plano de Izaicha.




◅ ◇◇◇◇ ▻
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

Preparémonos para el Cambio se reserva el derecho de exclusividad. Animamos a todo el mundo a que el libro aquí expuesto sea compartido en cualquier red social, blog o página web haciendo uso de los enlaces.

© Jorge Ramos, 2019