EL SECRETO DE TIAMAT: Capítulo 43 - Corazones encendidos



Apertura Polar Sur “Zona Oscura”

Azotados por la terrorífica idea de ser perseguidos por aquellos monstruosos híbridos reptilianos, y ayudados por la nueva gravedad, recorrieron varias decenas de kilómetros casi sin ser consciente de ello. Sabían perfectamente que si no se adentraban lo suficiente en la Zona Oscura tal y como les dijo Izaicha no iban a tener otra oportunidad de escapar. «¿Me pregunto cuánto tiempo podrá resistir nuestro amigo Draconte contra sus dos compañeros?» se decían mientras aumentaban la distancia de por medio. No obstante, Eddie sentía una extraña sensación de compasión por aquel ser que decidió, en una especie de agradecimiento, sacrificar su vida por ellos.

A medida que avanzaban la aurora polar fue desapareciendo hasta que la oscuridad más penetrante y fría les obligó a reducir la marcha. Saltar y correr de la misma forma se tornó muy peligroso, casi mortal. La probabilidad de dar un paso en falso se hacía cada vez mayor, de modo que consideraron dejar de saltar para sortear las distancias más largas. A tan sólo un paso, ya no lograban ver nada en absoluto; además, entre las grandes rocas, bajo sus pies, oían como comenzaba a fluir el agua con mayor brusquedad.

Inmediatamente, Eddie ordenó detener la marcha para volver a observar el plano de Izaicha y comprobar que iban en dirección correcta. No sólo fue así, sino que se sorprendieron al ver que se encontraban a las puertas de la tan deseada “Zona Oscura”. Pero lo más asombroso para ellos fue la iluminación propia del plano. De su interior parecía emanar algún tipo de energía lumínica blanquecina. La física del material del que estaba creado hacía que en condiciones luminosas extremas activara automáticamente alguna suerte de partículas fotónicas, emitiendo de esta forma radiación electromagnética luminiscente. Aquel objeto con un extraño tacto a látex, les serviría para ver un par de metros a la redonda; todo un regalo divino en mitad de un océano de tinieblas. De modo que, lo dejaron activado y lo enrollaron como si de un pergamino se tratase. «¿Cómo es posible su iluminación sin baterías?» se preguntaba en voz alta Peter, seducido por su misteriosa tecnología. Automáticamente, recordó disgustado la situación de cuando aún se encontraban en las galerías subterráneas: «¡maldita sea, de haberlo sabido antes lo habríamos utilizado allí!».

Eddie, preocupado por abandonar aquel peligroso lugar lo antes posible, pensó que lo más sensato sería, con la inesperada ayuda de la iluminación aportada por el plano, continuar la marcha por el interior del bosque.

Desde el arroyo, la masa forestal ascendía por una suave ladera hasta la cima de una pequeña cadena montañosa. Una vegetación que, aunque rica, no era de la espesura esperada, de modo que, justo entre ambos accidentes geográficos y paralelamente a éstos, lograron avanzar entre gigantescos árboles y algunos macizos de matorral de hojas anchas que se esparcían por todo el entorno.

Caminaban por un terreno suave y blando, como si de una alfombra acolchada se tratara, y en ocasiones daba la sensación de hundirse más de lo esperado; sin embargo, no era hierba lo que pisaban, sino una especie de gruesa capa de musgo que cubría toda la superficie. Añadido a la falta de gravedad, que disminuyó sensiblemente en los últimos kilómetros, les causó una sensación aún más extraña, pues parecían flotar por aquel insólito espacio en su ágil y rápido desplazamiento. Procedente de las copas de los árboles, un sonido extraño los acompañaba, era como una especie de imperceptible silbido metálico que no llegaba a molestar al oído. Por los alrededores, ruidos provocados por desplazamientos rápidos parecían vigilarlos; las matas se agitaban inquietas sin previo aviso, y se escuchaban aleteos entre las ramas. Un misterioso aroma a vainilla los acompañaría durante el nuevo trayecto.

—¡Chicos, justo en este punto comenzamos a adentrarnos en la “Zona Oscura”! —exclamó entusiasmado Eddie, desplegando el plano mientras caminaba.

—Si Izaicha estaba en lo cierto, se supone que hemos salido del peligro —apuntó Marvin, aliviado por la noticia.

—Eso espero —afirmó Eddie—. Creo que podemos aminorar la marcha. Adentrémonos un poco más y buscaremos un lugar para descansar.

—Ya lo necesitaba —expresó algo fatigado Peter.

Atrás dejaron un lugar algo sombrío, sólo acompañado por la escasa luz de las ya lejanas auroras polares, y envuelto en la memoria del eco lastimoso producido por la lucha a muerte entre aquellos tres extraños seres; sin embargo, y aunque el temor de ser alcanzados por alguno de ellos ya había disminuido, no así por adentrarse en un espacio tan tenebroso y diferente como el que estaban a punto de atravesar.

De repente, por el rabillo del ojo, parecían distinguir unos diminutos destellos de luz. Al principio nadie quiso decir nada creyendo que eran alucinaciones del propio agotamiento. Pero aquel extraño centelleo fue incrementándose cada vez más, hasta el punto de verlos pasar por delante. Los cuatro, anonadados por el insólito espectáculo, aminoraron aún más la marcha y, casi deteniéndose a veces, comenzaron a observar en derredor cómo minúsculas partículas lo iluminaban todo a su paso, tanto que, la luz propia que aportaba el plano de Izaicha terminó mágicamente amainando su suave resplandor.

Como minúsculas motas de polvo que contenían en su naturaleza una especie de energía lumínica, se desplazaban al unísono en una danza orquestada y sinuosa, de la misma forma que un banco de peces lo hace bajo las aguas del océano. Parecían ser controladas por una conciencia colectiva; consistían en suaves desplazamientos hacia arriba, hacia abajo, o giros hacia derecha o izquierda. Todo, bajo un cielo oscuro que negaba la visión por completo del lado opuesto de “El Anillo”, estaba salpicado por aquellas hermosas partículas luminosas. Gracias a éstas, la falta de visión inicial se tornó hacia una visibilidad con luz penetrante pero muy suave y cálida a la vez. Las copas de los árboles y los macizos de matorral comenzaron a verse de nuevo. También pudieron comprobar la impresionante extensión del terreno acolchado que mediante una gruesa capa de musgo cubría toda la superficie, incluso buena parte de los enormes troncos de los árboles parecían convocar bajo sus pies a toda clase de variopintos y coloridos hongos jamás antes visto por el hombre. En aquel asombroso y extraordinario entorno mágico, que parecía sacado de un cuento de hadas, no tuvieron más remedio que detener la marcha, ya de por sí lenta y alterada.

Hermosas mariposas aleteaban mientras parecían juguetear por los alrededores, a veces, deteniendo su vuelo sobre los inmensos hongos. Pequeños insectos hacían lo propio, al igual que extraños roedores completamente blancos, con apariencia entre la combinación de una ardilla y un conejo, corrían para resguardarse o simplemente se detenían a una distancia lo suficientemente prudencial. Algunas aves, semejantes a pequeños búhos, pero con plumas mas coloreadas, planeaban hasta las ramas más bajas de los árboles. Los animales se mostraban curiosos ante la aparición inesperada de los extranjeros. Mientras tanto, todo estaba inundado de luz por aquellas misteriosas y minúsculas partículas.

—¡Dios mío! ¿Habéis visto algo igual? —exclamó fascinado Eddie.

—Desde que abandonamos las Ski-doo no he parado de sorprenderme —manifestó Peter, excitado ante tanto desconocimiento y deseoso por añadirlo a su libreta.

—¡Eh, mirad esto! —exclamó Norman que se encontraba unos metros rezagado de los demás.

—¿Qué ocurre? —preguntó Marvin, acercándose—. ¡Santo Dios! ¡Por favor, chicos venid aquí!

Decenas de partículas luminosas entraban y salían muy suavemente del cuerpo de Norman como si éste no existiese, dejando a su paso por todo el organismo un pequeño rastro transparente. Al cabo de unos pocos segundos y una vez que sus tres compañeros lo rodeaban mirando boquiabiertos aquel extraño e imposible suceso, el resto de partículas que flotaban por los alrededores, como si fuesen atraídas por la curiosidad comenzaron a atravesarlos a todos ellos por igual; tronco, brazos, piernas, cabeza… Sus cuerpos se mostraban casi transparentes al paso continuo de las misteriosas partículas; ¡casi podían verse por dentro!

Comenzaron a caer en la cuenta de que cualquier cosa podía ser atravesada por aquellas motas de luz; los árboles, las plantas, los hongos, los animales, incluso la propia superficie esponjosa por donde ellos caminaban. Algo a lo que en un principio no repararon debido a lo absortos que quedaron ante aquel sorprendente y extraordinario evento.

Aquella situación les avivó la curiosidad y continuaron caminando durante un buen rato. Deseaban descubrir qué habría más adelante. Todo a su paso quedaba impregnado de aquellas partículas lumínicas que parecían decorar el escenario, ya de por sí asombroso.

A medida que avanzaban, la energía se hacía cada vez más densa, poco a poco las partículas se iban multiplicando reduciéndose así el espacio vacío entre ellas. Todo parecía iluminarse de forma mágica con mayor fuerza. Pero de repente algo comenzó a inquietar a Eddie, su cuerpo estaba percibiendo una desconcertante agitación; era como si todo su organismo empezara a vibrar extrañamente; se trataba de un grupo de aquellas partículas luminosas que se alojaron dentro de su corazón, irradiando una especie de energía que salía de su pecho, y que hacía verse casi transparente una buena parte de él.

Eddie brillaba como una lámpara fluorescente, causándole un ardor casi insoportable en su interior y haciéndole detener su paso.

—¡Muchachos, por favor, ayudadme! —expresó atemorizado mientras miraba su pecho— ¿Qué me está sucediendo?

La luz irradiaba dentro del corazón, y Eddie sentía cómo si se abrazara por dentro. Encorvado, se dejó caer de rodillas y puso su mano sobre él intentando aminorar el dolor, pero la energía era tan poderosa que incluso la irradiación que transmitía conseguía atravesar su mano asustándole aún más.

—¡Santo Dios, Eddie! —exclamó perplejo Peter—. Es como si esas partículas se hubiesen atascado en tu cuerpo.

Alarmados los tres, comenzaron a zarandearlo como si quisieran, de alguna manera, sacar aquello de allí. Luego lo tumbaron boca arriba y le hicieron una especie de masaje cardiovascular. Sin resultado alguno, y angustiados por los lamentos de Eddie, lo incorporaron de nuevo rápidamente y con la mano abierta le golpearon en el pecho, después en la espalda; pero no encontraron la forma de extraérselo, pareciera haberse convertido en un extraño parásito de energía y se sintiera cómodo dentro de su cuerpo. Desolados, sin saber cómo actuar ante aquella trágica situación, y Eddie abatido por tan generosa y gratuita paliza de sus compañeros, quedaron sentados en el terreno acolchado mirando atónitos hacia la insólita luz que emitía su corazón.




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© Jorge Ramos, 2019