Recuerdos de la Atlántida (2ª Parte)




Pero la Luz no duerme y poco tiempo antes del terrible desastre, el Gran Espíritu permitió percibir a los sacerdotes y a varios grupos más, acerca del peligro que se avecinaba, tanto referente a la rebelión y futura invasión a la Montaña Santa, como también acerca de la respuesta de limpieza por parte de la Madre Naturaleza con el final hundimiento de la tierra. Por ello pudieron esconderse a tiempo los más sagrados tesoros, el vasto conocimiento grabado en piel y piedra tanto como objetos de veneración, etc. La tumba de nuestro amado Rey fue escondida como el más sagrado de los tesoros, y a más protegida y conservada poderosamente desde planos espirituales por un motivo de iluminación y renovación futura para el mundo.

Incensario Sagrado (imagen izquierda) - Templo de la Cruz con su escalinata falsa (imagen derecha)


Gran cantidad de Incensarios han sido encontrados por los arqueólogos, al tratar de reconstruir el Templo de la Cruz; recostados, escondidos en los escalones del templo, que fueron hechos falsamente con la exclusiva intención de esconder esos valiosos objetos.

Hermosos incensarios escondidos desde aquel entonces en la escalinata falsa del llamado Templo de la Cruz en la ciudad Paraíso fueron ya descubiertos en nuestro actual tiempo, por permitirlo así los guardianes del lugar, porque marcado está este momento como en el que “todo lo oculto saldrá a la luz”. Ellos saben que se ha cumplido con lo que estaba escrito, y el esfuerzo tan grande que se hizo al esconder con gran amor y cuidado todos esos objetos maravillosos llenos de sagrada energía y de recuerdos gloriosos, hoy se ve compensado al verlos ahí de nuevo presentes en nuestras vidas, hablándonos con sus símbolos hasta lo más profundo del alma como en antaño, los miramos y todavía conservan el poder de elevar nuestras mentes y espíritu hasta el cosmos; después de tantos trágicos momentos y del paso incontenible de miles de años aún viven y hablarán en su momento.

Resguardados nuestros tesoros y acervo sagrado, fue entonces que nos separamos, nos dividimos y en grupos partimos a tierras lejanas diversas dejando nuestra tierra madre atrás y en ella nuestros amados recuerdos ocultos a la luz del sol. Aquella tierra amada que cultivó para nosotros la grandeza de una vida que aún hoy persiste y se alza con orgullo, y que con la fuerza de una voz cargada de sabiduría, plenitud y confianza nos grita en el silencio que somos sus hijos, que hemos vuelto, que abramos los ojos y nos reconozcamos verdaderamente en lo que somos y hemos sido.

Somos los mismos de aquel ayer… ¿Recuerdas?. Somos los Hijos del Sol, nos llaman Mayas pero igual con muchos nombres se nos recuerda, y el Gran Espíritu en el viento hoy nos llama “Hijos del Tercer Sol”. Con este nombre se nos reconoce y ubica en aquel tiempo de gloria en que nos levantamos y desarrollamos en todo nuestro esplendor en la tierra del Mayab cuando aún unida se encontraba a la porción desaparecida de la Atlántida; era parte de ella, pues no todo aquel legendario continente se hundió. Era aquella la época de “la Tercera Bajada del Gran Sol”, el “Tercer Mundo” de los Hopi.

Sí, hemos vuelto de un viaje de siglos. Hoy que vivo en esta época moderna y que se me ha permitido volver a nacer en esta tierra amada, mil recuerdos se agolpan, el “Gran Espíritu” me ha hecho retomar mi camino, siento que he tardado demasiado en despertar pero la vida me ha contestado que todo se está dando en su momento preciso y marcado, nunca antes ni después.

Percibo en mi alma el cansancio de un largo caminar, son miles de años y muchos renaceres, mas la recompensa es grande y mirar el Sol que hoy me ilumina y me envuelve en su amorosa y cálida Verdad me recarga de vitalidad y me hace pensar que todo, absolutamente todo lo vivido valió la pena. Y ahora que he despertado a la Verdad sin tiempo un cúmulo de conocimiento formidable está llegando a mi mente, conocimiento que nadie en este mundo me ha enseñado, que en el despertar paulatino de mi conciencia ha ido tan solo aflorando; comprendo que esto es una pequeña parte de aquel basto compendio de sabiduría que hace miles de años bajó a raudales a nuestra tierra amada en esa época maravillosa Dorada, y que ahora tan solo recordamos.

Fue en la ciudad de Monte Albán donde estuvimos unidos por última vez, ahí nos despedimos, nos dividimos y marchamos tomando diferentes rumbos.

He regresado a ese lugar y la voz sin ruido del “Gran Espíritu” me recordó parte de nuestra maravillosa y ancestral historia, y con un dejo de tristeza en la mente habló de la grandeza de un tiempo y de nuestra posterior partida:

“...En el tiempo en que todo aquí vibraba en la armonía, tú ya existías; la Luz, la Energía Espiritual brillaba fuerte, latente en todos y en todas partes. No existía la oscuridad pues sus mentes lo iluminaban todo, sus mentes vibrando en la armonía eran “mentes maestras”. Aquí se practicaba el arte de curar, que era mantener en equilibrio los cuerpos y las mentes. Se les enseñaba todo aquel conocimiento que del Universo captaba la mente en desarrollo. Tú hiciste un gran tiempo, fue una gran manifestación aquella, y ahora vuelves después de tanto tiempo de tu partida, de aquel cambio de Era en que esta Gran Luz se dividió y se dispersó.

El tiempo te ha traído, ha pues tu mente también de volver. Comienzas a tomar lo que fue tuyo en aquella Era de Luz. Recordarás y recogerás la sabiduría, todo y tanto lo que guardan estas piedras, todo lo que aquí dejaste. El tiempo ha llegado en que vuelve a caminar la rueda de la evolución y la Luz vuelve y volverá completa a ti; detrás de la vida sombría de tu tiempo moderno toda tu raíz y tu pasado glorioso avanzaron contigo y evolucionarán hasta que afloren, hasta que resurjan en esta tu nueva personalidad, en esta tu última manifestación de oscuridad y de recuerdos.

Volverás y volveremos a guiarte, a enseñarte eso que un día truncaste al detener tu evolución, al dividirte, al partir. Tu mente no comprende pero tu esencia a través de tu sentir te dice que es verdad aquello que intuyes, recuerdas o crees imaginar. Sigue tu camino a la Luz vibrando en esos hermosos recuerdos que un día aflorarán como una eterna realidad…”.

No olvidaré nunca aquel momento, y de Monte Albán solo puedo decir que ocupó desde entonces un lugar especial en lo profundo de mi corazón.

Meditando sobre aquel tiempo remoto en que nos separamos y partimos a tierras distantes, la pregunta que viene a la mente es ¿Por qué lo hicimos?, parece haber sido un grave e irreparable error semejante acto, pues con la separación y el distanciamiento toda nuestra sabiduría y gran desarrollo se fue durmiendo hasta llegar el día en que espesas nubes cubrieron la Verdad y gran parte de ella fue poco a poco olvidada; los Sagrados Escritos que con nosotros llevamos llegó el momento en que posteriores generaciones no los supieron entender, cayendo entonces las mentes al oscurantismo en el que en esta época aún vivimos. Todo lo que aprendimos se nos olvidó y aún nuestra lengua madre la perdimos, nos dividimos y el hablar también se dividió, ramificándose en tantas lenguas que llegado fue el día en que ya no pudimos entendernos unos con otros.

Mas ahora que recuerdo, comprendo que fue principalmente el inmenso dolor de la partida de nuestro amado Maestro, Guía y Rey Santo, el motivo fuerte por el cual nos alejamos y dividimos. No sabíamos qué hacer en nuestra orfandad, después de haber sido iluminados por un inmenso sol y quedar de pronto en la penumbra, después de haber visto el más hermoso arco iris cada día al mirar su afable persona y sin más notar que en derredor ya no tenía color la vida, después de haber probado el más grande y desinteresado amor y toparnos con la cada vez más grande onda de egoísmo y maldad en derredor. Cada uno en medio de la multitud nos sentíamos terriblemente solos, y conscientes del gran cambio que se avecinaba, del peligro y las calamidades, la vida se hizo demasiado pesada para vivirla en aquel lugar.

Sí, esa fue la principal razón, pero la vida tenía que seguir adelante y para poder continuar viviendo, el Padre Eterno nos guió a caminar otros caminos en donde pudiéramos respirar aire nuevo y puro que renovara nuestras fuerzas e ilusión por vivir. El cambio fue duro pero inevitable y necesario.

Como atlantes que éramos, navegamos con facilidad sobre las aguas profundas de un mar que por Voluntad Divina nos respetó y cuidó hasta posarnos sobre la costa de una nueva tierra que nos abrió los brazos. Le llamaban “Tierra Negra” y en ella sembramos y cultivamos todo el mismo conocimiento que traíamos de nuestra amada Atlántida, la tierra Paraíso “Pakal”; después de asentarnos en aquel lugar y amistar con gente que llegó de otras regiones, nuestro primer gran ideal y proyecto fue unidos construir un gran templo en honor a nuestro Kinich Ahau “Rey Santo” por mantener siempre encendida la llama que él trajo para nosotros desde su esfera natal, el Gran Sol de Sirio perteneciente a la constelación del Kan Mayor, la constelación de la “Ahau Kan” “Serpiente Mayor”, por ello desde el principio el símbolo que acompañó a nuestro amado Rey fue “la serpiente”.

Toda esa gran sabiduría que nos forjó como una raza iluminada y que elevó nuestras capacidades al máximo no podía desaparecer a la partida del Gran Maestro, y a más debía quedar inmortalizado el que:


“Un Avatar posó sus pies en nuestra tierra en el final de una Época Dorada regida por el sol, la Era de Leo”.

Al narrar esta historia todo parece transcurrir en minutos, pero la realidad es que se dio en un proceso paulatino y fue en el transcurrir de muchos años que todo se sucedía.

El tiempo pasó y nuestro ideal se realizó, una enorme “Esfinge” que miraba de frente hacia nuestra amada tierra natal se erguía orgullosa de ser lo que era, símbolo y compendio de la más Alta Luz, representación del Ángel que nos dio la vida y la enseñanza más noble y pura. Fue pintada de color rojo y orientada hacia la posición en que entonces se encontraba el gran sol de Sirio, origen espiritual de nuestro Rey Santo. Tenía el cuerpo de león memorando la Era de Leo que finalizaba, la cabeza era un rostro humano con toca sacerdotal solar y sobre ella el símbolo inconfundible de nuestro Rey, una serpiente; era el Claft de los Iluminados, corona de un Avatar, de un Ser Solar, el Kinich Ahau Rey de nuestra tierra maya, el Atlas que fue y seguirá siendo faro y guía para la humanidad sosteniendo el mundo entero a sus espaldas.

Años después el hundimiento progresivo de la Tierra Luz, la natal Atlántida llegó a su término, grandes porciones de tierra alrededor de ese mar se anegaron, y aunque parezca increíble el agua oceánica llegó a bañar tranquilamente las enormes garras de la sagrada Esfinge. El cielo se nos oscureció y sentimos que todo había terminado y que gran parte de nuestras vidas con nuestra amada tierra se había ido.

Es verdad que un gran ciclo culminó en ese instante, más no nuestras vidas. El tiempo no se detuvo ahí y por el contrario, esto dio inicio a una nueva Era, comenzaba entonces a paso silencioso:

La última época de nivel primitivo para el planeta en la cual aún vivimos en su final y que llamamos “Era Adámica”.

Mucho se escribió entonces de todo lo vivido en la Tierra Luz, en piedra, en papiro y en los muros de los templos. Gran parte se hizo en nuestra escritura madre sagrada “el Kananeo Antiguo” proveniente de la “Tierra de Kan”, “Nakan” “Tierra de la Serpiente” y de aquella “Montaña Santa”; pero otra gran parte se hizo en la escritura de los nativos de aquel lugar y en la mezcla de ambas, además de que se hicieron copias para otras regiones en su propia lengua. Fue así como nuestra sagrada escritura y su interpretación se fueron transformando y en gran parte olvidando. Rastros moribundos se pueden hoy encontrar en la escritura Semítica, en el Fenicio, en el llamado Protocananeo, en el Arameo y en Hebreo antiguo.

La historia de nuestra tierra natal y su glorioso Rey quedó así grabada en los escritos del “Libro de los Muertos” y en el llamado “Libro de la Cámara Oculta” o “Libro de la Duat”, entre otros. A más de todo lo que la Esfinge guarda oculto en sus entrañas en un silencio sepulcral.

Libro de la Cámara Oculta”, lápida de Kukulkan bajo el Templo de las Inscripciones

Itzen Caan