El Otro Maestro




En los últimos días del Maestro caminaba junto a Él un anciano delgado y andrajoso. Escuchaba sus palabras siempre desde lejos, apartado de todos. Las arrugas de su rostro revelaban una vida dura bajo el sol ardiente y abrasador del desierto.
Algunas miradas cruzadas, mas ningún diálogo surgía entre ellos.

Al alba, cuando aún dormían todos los que querían escuchar sus palabras, bajo algunos olivos, el Maestro se acercó al anciano que se encontraba recostado en una piedra. El rocío empapaba sus ropas, le tapó con su manto y le preguntó:
– ¿Venerable anciano porqué me sigues si tú ya vives en el reino de Dios?

El anciano le miró, sus ojos se perdían en la oquedad ocular, mas unas lágrimas comenzaron a descender por sus mejillas. Una voz casi inaudible surgió desde lo más profundo de su alma:
–Maestro, desde niño he escuchado una voz interior que me repetía sin cesar que viviría lo suficiente para verte. Sí, vive desde hace años en mí la gracia del Creador, pero la soledad siempre fue mi compañía, hasta que hace unos días unos pastores me hablaron de un hombre que predicaba el amor para con los enemigos. No quería morir sin conocerte y escuchar tus palabras y saber si eras aquel que siempre esperé.

–Venerable anciano, tú me precedes en el Reino de Dios, estabas en él cuando mi Padre me envió a este mundo y me recibirás cuando a él vuelva. Eres bienaventurado y puro de corazón, muy pronto verás a Dios.

El anciano se recostó en el hombro del Maestro cerrando sus ojos por última vez. Le besó en la frente y tras unos minutos de silencio dejó el cuerpo envuelto con el manto.
Se levantó, al acercarse a aquellos que comenzaban a despertarse, no pudo impedir que unas lágrimas brotaran. Un joven, casi un chiquillo, mirándole le preguntó:
– ¿Qué ocurre, por qué lloras Maestro?

Él, le miró fijamente, cerró sus párpados, puso su mano derecha sobre su corazón y con voz pausada le respondió:
–Acabo de ver a mi Maestro partir a la casa de mi Padre.

Con una leve sonrisa se alejó…

Ángel Khulman