En la Profundidad del Mar



Se lanzó al agua sin pensarlo dos veces, estaba fría pero poco le importaba, su piel parecía encogerse. Abrió los ojos bajo el agua, un mundo nuevo parecía descubrir pues nunca antes se atrevió a sumergirse. El miedo a la inmensidad del mar le acobardaba. Necesitaba siempre sentir que sus pies tocaban tierra firme.

Hoy era un día muy diferente, nada tenía que perder, estaba decidida y convencida que encontraría la respuesta en el interior del mundo que tanto le asustaba desde la más tierna infancia. Una sola gota de agua le hacía sentir un pánico incomprensible. Cansada ya de tanta huida de si misma, decidió ver cara a cara a su enemigo.

Sus ojos no perdían detalle de lo que veían, peces multicolores a su alrededor curioseando, seguramente preguntándose qué pez tan extraño.
La mente comenzaba a jugar su viejo hábito de sentir miedo, pero se juró a si misma que nada le obligaría a retroceder, el cuerpo obedeció la orden de sumergirse más aún. Bajó unos metros, la luminosidad comenzaba a menguar, el fondo marino parecía estar muy lejano todavía. Notó ligeros golpes en los pies, sintió pánico y quiso gritar, pero no pudo…, miró y vio que traviesos pececillos brillantes se movían y le sacudían con sus colas. Respiró profundamente varias veces para calmar su ansiedad, alargó los brazos y comenzó a bucear decidida a llegar al fondo, sabía que la respuesta estaba allí, nadie se lo dijo, pero lo intuía.

Según descendía empezó a tener ligeras visiones de escenas inconexas de niños gritando y corriendo; mujeres llorando y un hombre arrodillado en silencio. El silencio cada vez se hacía más palpable, sintió cómo el cuerpo comenzaba a temblar de una manera incontrolada, quería llorar, salir corriendo. Pero ya era tarde, no podía volver atrás. Ahora, encontraba las respuestas a sus preguntas o sería el fin de su vida. No le importaba demasiado, sólo quería llegar hasta el final y nada le pararía, excepto la muerte.

Una pequeña barca de pescadores visionó en la que un barbudo pescador miraba hacia el agua, sus brazos parecían querer algo. Más caras aparecían en su mente, todas contemplando algo, pero no lograba ver que era lo que miraban con esos semblantes despavoridos.

La oscuridad era ya completa. De pronto parecía faltarle el oxígeno, aunque todo parecía funcionar bien. La válvula de presión estaba en su posición correcta, tenía oxígeno suficiente, pero una sensación de mareo empezó. Sintió como iba perdiendo el conocimiento sin poder remediarlo, hasta bucear sin voluntad…

De pronto, contempló cómo una niña flotaba en el mar a la deriva sobre los restos de una barca, desmayada o muerta, no sabía pues no se percibía ningún movimiento, Un pescador gritaba: ¡hay alguien flotando a la deriva! Rápidamente se acercaron observando con horror el cuerpo de una niña prácticamente quemado por el sol. Todos se asomaron por la borda. Dos de ellos se lanzaron sin pensarlo al agua. Acercaron la niña a la barcaza. El patrón estiró sus brazos para recogerla. Ella, entonces, abrió los ojos unos instantes y los volvió a cerrar. En cubierta trataron de reanimarla sin éxito, murió en los brazos del barbudo patrón del barco.

Volvía a recuperar el conocimiento, ¿un segundo, dos?, ¿quién sabe?, pero sí permanecía ahora vivo un escondido recuerdo en su memoria y, a la vez, una calma como nunca antes había sentido.
Comprendió de pronto el porqué de tan intenso pánico al agua. Elevó la vista hacia la superficie. Extendió sus brazos y comenzó el camino de retorno, ya sin angustia, sin temor, dispuesta a vivir con plenitud cada instante de su nueva vida.