La mano de Dios


[..] analizar el origen de nuestra especie únicamente desde la perspectiva de la ciencia oficial o de las distintas religiones es un desacierto. No se trata de creacionismo o evolución, sino de creacionismo y evolución. [...]

Después de analizar “el origen de la vida en la Tierra” y después de estudiar “el misterio oculto de la Luna”, podemos entender como surgió un nuevo ciclo de vida en el planeta Tierra. Un ciclo de vida en el que destaca un componente extraordinario: el origen del ser humano.

Para tratar de entender el proceso desde que surge la vida en la Tierra hasta nuestros días, tenemos que viajar en el tiempo. Si pudiéramos viajar al pasado y tuviéramos la posibilidad de observar la vida en la Tierra antes de la llegada del ser humano, nos encontraríamos con un auténtico paraíso de la naturaleza. Un vergel habitado por todo tipo de animales de inteligencia primaria.

Si además pudiéramos comparar visualmente esa biología antigua del planeta Tierra con la biología del mundo actual, todos nos preguntaríamos cómo ha podido pasar nuestro planeta de ser un paraíso de la naturaleza habitado exclusivamente por seres de inteligencia primaria, a ser un mundo de construcciones artificiales habitado en su mayoría por un ser de inteligencia “avanzada”: el ser humano.

Tratar de entender este proceso que tiene como resultado el origen de nuestra especie es una de las grandes preguntas existenciales que nos podemos plantear. La ciencia lo trata de explicar mediante la teoría de la evolución de Darwin, mientras que las principales corrientes religiosas defienden la teoría de la creación. Creacionismo o evolución son las dos principales teorías establecidas.

Podemos apreciar evidencias de la teoría de la evolución en multitud de especies animales. Las Islas Galápagos son un claro ejemplo de la teoría de Darwin, un archipiélago de islas situado a cientos de kilómetros del continente americano en donde las especies animales han evolucionado de una manera diferente a las continentales.

Según el “darwinismo”, el ser humano es el resultado de la evolución de los “homininos”. Los “homininos” son una subtribu de primates homínidos que se caracteriza por caminar sobre dos patas y con una postura erguida. De esta especie de primate solo sobrevive en la actualidad el ser humano, el homo sapiens, que significa “el hombre que sabe” o “el hombre sabio”.

Los homínidos más parecidos genéticamente al ser humano son los chimpancés, con quienes compartimos un 98% de nuestros genes. Es decir, solo un 2% de material genético separa a una especie de inteligencia primaria como el chimpancé de una especie de inteligencia avanzada como el ser humano.

La cuestión es, ¿ha podido la evolución sola convertir a una especie de inteligencia primaria en una especie de inteligencia avanzada? Y si es así, ¿por qué en nuestro planeta sólo lo han conseguido los “homininos”? ¿Por qué no han evolucionado de inteligencia primaria a inteligencia avanzada otras especies? ¿Hay una mano inteligente detrás de este proceso?

Quizá podamos encontrar respuestas a estas preguntas analizando la teoría de la creación que defienden las principales religiones. Religiones surgidas en la antigüedad que nos hablan de una intervención divina para la creación del ser humano. Creencias que a lo largo de todo el planeta comparten asombrosas descripciones y simbologías. ¿Podrían estar las religiones evidenciándonos la mano inteligente que hay detrás de la teoría de la evolución?

Algunas de estas llamativas descripciones tienen que ver con objetos que surcaban e iluminaban los cielos. Objetos descritos en la antigüedad en base a otros elementos conocidos de la época como “carros de fuego”, “carrozas voladoras” o “nubes como ascuas”. Referencias que podemos encontrar desde en antiguas culturas hindúes hasta en la propia Biblia. El libro de Ezequiel, del antiguo testamento bíblico, relata una de las más asombrosas descripciones de supuestas máquinas voladoras que podemos encontrar:

“Miré y vi un torbellino viniendo del norte, una gran nube con fuego intermitente de ida y vuelta y luz brillante a su alrededor. En el centro del fuego había un resplandor como el ámbar, y dentro de ella estaba la forma de cuatro criaturas vivientes. Y esta era su apariencia: Tenían una forma humana…”

¿Está la Biblia describiendo antiguas naves extraterrestres que visitaban la Tierra? ¿Fueron estas “criaturas vivientes con forma humana” quienes crearon al ser humano a su imagen y semejanza? ¿Puede ser casualidad que religiones surgidas en la antigüedad y a lo largo de todo el planeta compartan descripciones tan parecidas en sus relatos?

Otro de los elementos que comparten muchas antiguas culturas tiene que ver con el Ojo de la providencia, más conocido como el Ojo que todo lo ve o el tercer Ojo. Un símbolo que representa un mayor poder espiritual o divino, el ojo de Dios, ¿un atento vigilante de la humanidad? Un símbolo secuestrado en los últimos siglos por una sombría élite que representa una supuesta dominación sobre el ser humano.


Pese a ello, el poder espiritual del Ojo de la providencia convierte a este símbolo en uno de los más poderosos y universales que existen, un icono representado en la mayoría de culturas y religiones del mundo antiguo.

En el hinduismo nos encontramos con el Ojo de Shiva, el tercer Ojo o chakra con el que aparece representado el dios hindú, un símbolo que representa la posesión de todo el conocimiento espiritual. En el budismo nos encontramos con los Ojos de Buda, dos ojos humanos que representan la compasión de Buda y un tercer Ojo que representa su sabiduría.


El Ojo que todo lo ve aparece representado en el Medio Oriente dentro de una mano, un símbolo conocido como Hamsa, también llamado la mano de Fátima en el Islam y la mano de Miriam en el judaísmo. Un símbolo que tiene su origen en la mano de Ishtar, un distintivo de protección divina de la antigua Mesopotamia, uno de los enclaves del origen del ser humano.

Además, el tercer Ojo dentro de una mano aparece también representado en civilizaciones del otro lado del mundo, como en las culturas aztecas y mayas. ¿Estamos ante la representación de la mano de Dios en la creación? ¿Es este símbolo otra pista de que existió una mano inteligente para la creación del ser humano?


En el antiguo Egipto nos encontramos con el Ojo de Horus, una representación en la que destaca una marca bajo el ojo que coincide con la representación de una sección del cerebro humano en la que se encuentra la glándula pineal.


La glándula pineal es una glándula endocrina que se encuentra en la base del cerebro. Tiene un tamaño de entre 5 y 8 milímetros, pero a pesar de ser tan pequeña recibe casi la misma cantidad de flujo de sangre que nuestros riñones.

La función principal de la glándula pineal es producir melatonina, una hormona que regula los bioritmos del organismo. Esto hace que la glándula pineal regule el sueño (ritmos circadianos), la madurez sexual (establece nuestra entrada en la pubertad), e incluso muchas de nuestras sensaciones como la creatividad o los sueños.

La glándula pineal, también conocida como tercer Ojo u Ojo celestial, es considerada en muchas culturas y creencias como un órgano supremo de conexión espiritual con el universo, un órgano cuyo poder tenemos en parte bloqueado. Un poder espiritual que solo podemos activar con el despertar de la consciencia.

Para el filósofo francés René Descartes, la glándula pineal era la parte más importante del cerebro. Descartes consideraba que la glándula pineal era el asiento principal en el que se encuentra el alma y el lugar en el que se forman todos nuestros pensamientos.

Hoy sabemos que la glándula pineal se forma dentro del embrión humano a los 49 días de gestación, exactamente los mismos días que se necesitan para saber si el embrión es hombre o mujer. Y según el Libro Tibetano de los Muertos, el “Bardo Thodol”, el alma tarda 49 días en reencarnar en el cuerpo humano.

Esta “increíble coincidencia” entre el Libro Tibetano de los Muertos y la ciencia actual, llevó al prestigioso doctor Rick Strassmant a desarrollar una teoría científica en la que asegura que el alma entra en el embrión humano por la glándula pineal a los 49 días de gestación. Es decir, tal y como afirmaban Descartes 4 siglos atrás y el Bardo Thodol 14 siglos atrás, la glándula pineal sería la puerta de entrada del alma al cuerpo físico.

Pero, ¿cómo podían conocer antiguas civilizaciones y culturas de todo el planeta la importancia de la glándula pineal? ¿Por qué el tercer Ojo aparece representado en todas las culturas del mundo antiguo? ¿Instruyeron los seres creadores a los primeros humanos sobre nuestras capacidades espirituales? ¿Es la glándula pineal una de las claves para el despertar de la humanidad?

En nuestra búsqueda constante de la verdad universal tendemos a buscar una explicación lógica para el origen del ser humano. Pero analizar el origen de nuestra especie únicamente desde la perspectiva de la ciencia oficial o de las distintas religiones es un desacierto. No se trata de creacionismo o evolución, sino de creacionismo y evolución.

El ser humano busca el origen de todo, busca llegar hasta Dios. Pero no se puede llegar hasta Dios sin conocer primero lo que hay entre nosotros y Dios. Entender esto es el primer paso para iniciar un nuevo camino en nuestra evolución.

Por eso es importante comprender que existen otros planos de existencia. Que existen almas con niveles de consciencia superior a la nuestra. Almas que también viven encarnadas en razas de un nivel evolutivo superior al del ser humano de la Tierra, algunas también humanas y otras muchas no humanas. Seres que han evolucionado tanto sus niveles de consciencia que son capaces de trabajar al servicio de Dios, al servicio del plan universal.

Y también es importante comprender que nosotros formamos parte de ese plan universal, que estamos aquí y ahora porque fuimos creados para algo. Algo que va mucho más allá del ego humano, algo que solo podemos descubrir evolucionando en consciencia. Algo que ya está sucediendo y que nos está conduciendo hacia una nueva humanidad.
por F.J. Corrales de Movimiento Despierta