El Nuevo Mundo



¿Qué futuro queremos?

Los árboles se agitaban violentamente. Por el horizonte se aproximaban nubes, intensamente negras, que hacían presagiar una tormenta. Los pájaros comenzaron a volar como si hubieran visto al diablo. Los lobeznos corrieron a refugiarse junto a la loba que les miraba con inquietud, no comprendían pero intuían que algo terrible estaba a punto de suceder.

En las calles de una gran ciudad la vida cotidiana transcurría con “normalidad”. Por las aceras era imposible caminar. Todos andaban sumidos en sus pensamientos, con las bolsas repletas de regalos. Se acercaba la navidad. Los coches iban de un lado a otro del asfalto como si llegaran tarde a su cita con el semáforo siguiente.

En el parque, el bebé disfrutaba del calor del pecho de su madre, mientras ella preparaba mentalmente el fin de semana junto a su hermana que hacía tiempo que no veía.

En otro continente un tractor surcaba la tierra, preparándola para una nueva siembra, tras un año de descanso, lista para dar nuevos frutos. Mientras, el agricultor se afanaba pensando en qué universidad estudiaría su hijo pequeño, después del fracaso que tuvo con el mayor al dejar los estudios por irse a conocer mundo.

En la choza hecha con barro y ramas secas, los niños dormían junto al perro, acurrucados como unos cachorros más, ajenos a todo. Mientras, la madre se acercaba a ellos después de una larga caminata hasta el rio para conseguir la preciada agua. Todos los días el mismo recorrido, siempre alegre por ver un nuevo día junto a los seres que más quería. Agradeciendo que la crecida del río no llegara hasta el poblado como ocurrió dos años atrás, cuando desaparecieron tres aldeanos y gran parte de las chozas.

La ballena se agitaba con furia, el arpón se clavó dejándola herida de muerte. Los balleneros saltaban de alegría; por fin conseguían, tras dos días de persecución, arrebatar al mar una de sus hijas. Al fin podrían pagar la última letra pendiente con el banco; si no, se acabaría el salir a la mar y ellos no sabían otra forma de llevar el pan a sus hijos, eran ya varias generaciones las que se dedicaban a la pesca.

Una amenaza se cernía sobre todos ellos, ignorantes del futuro que les esperaba seguían cada uno en su pequeño mundo.

La tierra comenzó a agitarse, al principio tímidamente, con leves susurros casi imperceptibles. Un silencio siguió después como nunca antes se había sentido en parte alguna.

Cada uno miraba a los ojos del otro intentando comprender qué estaba pasando, qué era ese silencio. En cualquier remoto rincón del planeta la sensación de perplejidad y temor eran los mismos, un pánico indescriptible comenzó a apoderarse de todos, se palpaba una catástrofe.
Algunos pensaban que se veía venir. “Hemos jugado demasiado a ser dioses; hemos contaminado los ríos, los mares, el aire es casi irrespirable; hemos guardado en las entrañas de la tierra los desechos de nuestras centrales nucleares; nos tratamos como bestias, luchando por un pedazo de tierra que no nos pertenece” –en voz alta otros cavilaban.
Y unos más añadían:
Causamos mutilaciones a generaciones con las minas enterradas en una guerra fratricida por imponer una idea; explotamos a nuestros empleados para conseguir vivir en la zona más lujosa de la ciudad, encerrados en muros de hormigón para defender lo que obtuvimos con “nuestro sudor”; despreciamos a nuestros hermanos por tener una piel, un color, una religión, una vida… diferente; a la mujer la tratamos como a un objeto, comerciando con ella; y qué decir de los niños, maltratados, violados, esclavizados, llevándolos a una muerte segura sin haber vivido siquiera.

Dejaron de pensar, sumidos en una inmensa tristeza, sabiendo que quizás no habría una nueva oportunidad, un nuevo día para que lo se presentía no ocurriera; sabían que no era fatalidad, ni el destino, sino el resultado de cientos, miles de años de vivir en la cultura del miedo.
No deseábamos crecer, sino seguir viviendo sintiéndonos el ombligo del universo, donde todo se obtenía sin importarnos las consecuencias ni el daño que hacíamos a los demás, donde la solidaridad y la hermandad eran una quimera.

Cosa de locos”, con sorna repetíamos mirando con desprecio a los que así se habían manifestado avisándonos del peligro que nos acechaba. Cuando no, los lanzábamos a la hoguera de turno o encerrábamos en prisiones con el pretexto de que “desestabilizaban el sistema”.
No, no hicimos caso a aquellos que nos hablaban de que la única salida era unirnos, tratarnos como si el otro fuera yo mismo, dejar de ser unos niños mimados y malcriados y humillar a todo aquel “que se moviera de la fila”.
Alucinados” llamábamos a los que decían que no estamos solos, que la vida fluye por todo el firmamento; que si este planeta estallaba a ellos también les dolería, les afectaría; que todo estaba conectado por hilos invisibles pero tan efectivos como el aire que respiramos...

¿Ocurrió lo que creíamos inevitable? O… ¿nos dimos una oportunidad más?

Date una oportunidad, dame una oportunidad. Y escribamos un diferente final.


Este es el que propongo: El nuevo mundo


Cada uno encontró un momento en que el discernimiento comenzó a ver la luz, al principio tímidamente. Las ideas estaban inconexas, no se sabía por dónde empezar el cambio necesario, ya que era demasiado tiempo repitiéndose y grabándose en el cerebro las mismas ideas, hechas leyes, normas, con premios y condenas.

El cambio no vino desde arriba, de los gobernantes ni de las altas jerarquías de las diferentes confesiones religiosas, sino del interior de cada uno.
Cuando el miedo dio paso a la reflexión, ante cada uno se habrían nuevas expectativas. Los errores cometidos, los excesos, el autoengaño..., fueron colocándose en el lugar que les correspondían: el pasado.
No se sabía aún de forma clara que rumbo tomar, pero sí que éste debería basarse en un primer momento en el perdón, a los demás y a uno mismo.
Las máscaras que hasta entonces utilizamos cayeron una a una, dejando ver que tras ellas se ocultaba un ser maravilloso lleno de inquietudes hasta entonces reprimidas.
Nos habíamos ocupado demasiado tiempo de cómo conseguir el dinero, que nunca era suficiente, para apagar la sed de nuestras pasiones y de nuestros instintos. Nada nos saciaba, cambiábamos un juguete por otro una y otra vez. Quedaba al descubierto la futilidad de ese modo de actuar y que nuestros deseos nos habían hecho sus esclavos.

Los deseos tomaron un camino diferente, hablábamos con nuestros vecinos y amigos, cada vez más abiertamente, de nuestras verdaderas necesidades. Poco a poco el alojamiento y la comida dejó de ser una preocupación, se fueron formando cooperativas donde todo se discutía, el diálogo se convirtió en la mejor herramienta. Las segundas intenciones en las palabras desaparecieron, el recelo quedó atrás; se hablaba mirando a los ojos, descubriendo que tras ellos algo había que antes no nos habíamos dado cuenta, parecían brillar de una forma especial, dejaban traslucir un nuevo ser humano.

Las comunicaciones fueron primordiales, todo el planeta estaba conectado; los intercambios de nuevas ideas y proyectos estaban a la orden del día, todos querían participar en ellos. Algunos fallos se cometían, pero ya no había culpables, ni se practicaba ningún tipo de castigo. Muchas palabras se fueron olvidando y se crearon otras nuevas.

Los gobernantes, en un principio reacios a abandonar su pedestal, fueron dejando paso a aquellos más capaces y entregados al cambio, las reuniones al más alto nivel mundial eran intensas y fructíferas.
Las armas se fueron desmontando y transformando en bienes necesarios, se crearon grandes almacenes de alimentos por todo el planeta.
Las cosechas fueron cada vez mayores, pues se respetaban los ciclos naturales de las tierras.
Los ríos cada vez eran más caudalosos, dado que la atmósfera se fue regenerando gracias a la nueva actitud y a los avances científicos puestos al servicio comunitario.

Se instauró un gobierno mundial, donde no había ningún presidente sino un consejo compuesto por los mejores cerebros y por aquellos destacados en la entrega a los demás, los llamados “mahatmas”, en recuerdo de aquel que señaló el camino a seguir con su actitud de amor y no-violencia.

Las distintas religiones también se contagiaron de la nueva situación creada, unificándose dogmas que cada vez eran menos rígidos, hasta convertirse en un sólo mandamiento, acordado por unanimidad: «Amarás a tu hermana y hermano como a ti mismo». Este mandamiento, marcó una auténtica revolución como nunca antes se había conocido al dejar de ser el otro un enemigo que lo único que pretendía era arrebatarnos las posesiones, cuáles fueran, e hizo que se cumplieran antiguas profecías.

Al abrir los corazones de par en par, sin saber cómo, la inteligencia dio un paso más, captando nuestro cerebro emisiones que estaban siempre ahí, pero que nunca fuimos capaces de sentir, debido a nuestra prisión mental y emocional.

Las ideas fluían cada vez con más claridad y rapidez. Fenómenos atribuidos a “alucinados” fueron convirtiéndose en cotidianos. El pensamiento era transmitido y conocido al instante. La materia nos dejó participar de cualidades antes insospechadas.
La medicina dio un salto de gigantes al percibir con nuestros “ojos”, que estábamos compuestos con partículas de energía que iban cambiando a la par que nuestra actitud cada vez más sensible a los demás. Muchas enfermedades dejaron de ser un tormento. Los descubrimientos en física y astronomía, fueron espectaculares, conseguimos nuevas fuentes de energía basados en la composición de la materia solar.

Dejamos de ser depredadores y omnívoros, ya no tenía sentido seguir haciendo sufrir a los animales pues nos dimos cuenta que ellos también formaban parte integrante de nosotros. El reino mineral y vegetal nos proporcionaba todo el alimento necesario.

Los viajes por el espacio, cada vez más habituales y con vehículos que hoy ni siquiera imaginamos, basados en la unicidad del tiempo y el espacio, nos acercaron a mundos muy “lejanos” y también habitados. Conocimos otros seres que nos aportaron una visión más acorde con la “nueva era” implantada. Sus principios eran básicamente los mismos que aquí habíamos establecido. La libertad de ser y actuar; la responsabilidad con uno mismo y el otro; el respeto a cualquier tipo de vida;
el AMOR como piedra angular de nuestra esencia y el conocimiento de que el universo está constituido por el conjunto de vida que en él habita, la HERMANDAD ya no era una quimera sino una realidad para todos. A partir de ese momento, comenzó una nueva era en la expansión de la VIDA, nuevos mundos recién creados fueron colonizados. Nuestro amor hizo el resto.